Carta Abierta Nº 3

Buenos Aires, septiembre 15 de 1944

A Fray Joseph-Vincent Ducatillon[1]

Buenos Aires

Prometí en mi anterior del 5 del corriente ocuparme du sus conceptos sobre: civilización, progreso, libertad y nación. Como lo prometido es deuda, tecleaba sobre mi máquina de escribir, cuando mi padre, impregnado de filosofía práctica, me dijo: “no dé m´hijo, por el pito, más de lo que el pito vale; ¿no ve que gasta pólvora en chimango?”; y al mismo tiempo me alargaba El Federal del martes 5 del actual, donde había marcado en rojo un artículo intitulado: “Un Dominico Argentino y el Propagandista Padre Ducatillon”.

Era la carta enviada desde Tucumán, al señor Don Enrique P. Osés, por Fray Mario Agustín Pinto, O.P., que conoce bien, y no por oídas a S.R., desde Francia, país en el cual, terminados sus estudios eclesiásticos recibió las sagradas órdenes.

Como ni Usted ni los potentados diarios “toxínicos al ocho acostado[2]” nos habían presentado sus credenciales para ser escuchado y convertirse en maestro, el P. Pinto, “para los que aún la ignoran” nos la entrega “lamentando tener que decir en público esas cosas sobre un hermano de religión y un huésped, pero la verdad tiene exigencias irrenunciables y no hay derecho a acogerse a los beneficios de la hospitalidad cuando se abusa inconsideradamente de ella”.

Para mí y para “ese grupito que no ha entendido a Ud., destacado sacerdote francés”, como ha dicho al presentarlo en su Ciudadela su hermano ideológico Pbro. Agustín Elizalde; la carta de Fray Mario A. Pinto tuvo el valor de un “actum est de Manichaeis”, en romance, “sonaron los maniqueos”[3]. Pero cata aquí, que ese soñador empedernido –si bien tan distante del bien delineado personaje calderoniano, para quien “toda su vida es sueño egolátrico y sus sueños, sueños son”–, el Padre Agustín– sale soñando luego de una noche de continua y tenaz pesadilla, causada por la intemperancia de un gálico banquete de “catolicismo liberal”. Pero dejemos la palabra al José y Daniel[4] de los sueños.

… “Era que ese grupito (el que abismado ante el misterio de la sapiencia y ciencia ducatillonística ha terminado en la ininteligencia o incomprensión) le había exigido que, para que el P Ducatillon continuara su prédica entre nosotros fuera bautizado con un nombre argentino y que, tras afanosa búsqueda, había hallado uno, el de un preclaro sacerdote de la misma Orden de Santo Domingo, que «se jugó entero» en horas graves para el país, pues hasta la forma de república sanamente democrática se debe a él. Aquel sueño terminaba con las palabras rituales: «mientras permanezcas en Buenos Aires te bautizo Fray Justo Santa María de Oro»”.

“Y los sueños, sueños son” ¡Cuántos falsos sueños soñó este falso José! Primero: este grupito –calidad contra cantidad– no sólo ha pensado en esta condición, sin la cual no; sino que en ningún momento ha pedido que venga Ud. a Buenos Aires a “civilizarnos”; porque desde el seno de nuestra madre España, tenemos Cultura Católica Eminente; y de cuna nos vien el ser personas humanas bien catequizadas.

Segundo: cuando para el desarrollo armónico-vital de su cultura, pidió el aporte de maestros extranjeros (previa declaración pública formal de que en el país los hay auténticos en calidad y cantidad, si bien apedreados, por aquello de que “nadie es profeta en su patria”), ha exigido siempre, ya que hablamos de franceses, que se llamen: Gillet, Garrigou-Lagrange, Maritain y nunca Ducatillon.

Tercero: que la presencia de S.R., sobrestante de los constructores de la Torre de Babel, nos resulta molesta en un orden personal, y dañosa en el colectivo; y que por eso le decimos: “Déjese de decir majaderías, vaya pronto a otro campo verdegueante y allí podrá inspirarse con lo verde y también con lo verde…

Cuarto: que deseamos en realidad de verdad, para S.R., un bautismo: aquél que ordena Pablo de Tarso a sus fieles: “Revestíos de Nuestro Señor Jesucristo, arrojad la vieja levadura y vestíos de las armas de la luz” [Rom. 13, 14. 12].

Quinto: que por más que el terremoto de San Juan haya sacado de su tumba por permisión de Dios los sagrados huesos episcopales de Fray Justo Santa María de Oro, no permitimos ni permitiremos que el sismo verborrágico de un extranjero ose tocar y quitar el nombre y la gesta evangélica del eminente fraile teólogo, elevado por el Vicario de Cristo al Episcopado, no por su defensa de la forma democrática de gobierno –cuestión muy zarandeada por la crítica histórica–, sino por su ciencia sagrada y virtudes religiosas, de su ubicación histórico-apostólica para imponerle una metempsícosis que lejos de purificarlo pasivamente, lo convierte en cabrón emisario de doctrinas heterodoxas.

Sexto: que por más que S.R. se revistiera de Fray Justo Santa María de Oro, quedaría Ud., lo que es, sin que nunca pasara por ósmosis, transubstanciación o infusión ni el “justo”, ni el santo, ni el oro.

Séptimo: que basta ya de gastar la patriótica pólvora, que tanto necesitamos para dar caza a las aves falsamente agoreras, que con detrimento de nuestra sinceridad histórica de procederes anuncian que estamos ocupando islas ajenas y preparando la conquista de América; y que por ende, doy término a esta tercera y última carta que le dirijo (sin pretensión ni ánimo de convertirlo), pidiéndole al insigne Fray Justo Santa María de Oro que en función de su misión y deber pastoral como Obispo de una ilustre Diócesis argentina suscriba hoy, como lo hubiera hecho en su vida mortal, la siguiente declaración católica de principios. Son para su Patria Argentina que condenando las Babeles está, luego de una recuperación de lo perdido y reconstrucción de lo abatido por seguir cabalmente los postulados de la “libertad, igualdad y fraternidad”, en el sentido revolucionario del ´93, retomando y cumpliendo su “destino providencial histórico”.

1º. Que la cultura moderna, cualquiera sea su vocación histórica positiva, sean cuales fueren los progresos que se efectúan en ella, tiene por dominio espiritual el ser una cultura antropocéntrica: esto es, un humanismo separado de la Encarnación. ¿Pruebas? Cfr. Maritain, Religión y Cultura, p 22.

2º. Que el mundo moderno aspira, sin saberlo a una civilización de tipo cristiano, tal como aquélla, de la cual nos dan idea, los principios de Santo Tomás.

3º. Que el ser humano, como pretende Descartes y tantos lo siguen, no está desdoblado en dos substancias completas cada una de ellas, espíritu puro y extensión geométrica, vale decir: un ángel conduciendo una máquina.

4º. Que nosotros los católicos tenemos la obligación de rescatar tanto tiempo deplorablemente perdido. Cuántas cosas serían diferentes si hace poco más de sesenta años, hubiese sido un discípulo de Santo Tomás quien escribiera sobre El Capital un libro tan decisivo como el de Marx, pero fundado sobre principios verdaderos.

5º. Que no queremos reducirnos a una simple subestimación de las culturas y civilizaciones no cristianas; sino que queremos firme y positivamente purificarlas de sus errores y volcar en su parte sana todo el verdadero espíritu cristiano.

6º. Que un mundo nuevo sale de la oscura crisálida de la historia, con formas temporales nuevas. No queremos ni dejarnos llevar por el flujo del devenir en lugar de dominarlo por el espíritu, ni permanecer asidos a fragmentos del pasado; a momentos de la historia inmovilizados y como embalsamados por el recuerdo, y sobre los cuales nos tendemos para dormir. Tampoco: ni desconocer al Verbo por el cual todo ha sido hecho; y su Cruz, por la cual el mundo ha sido vencido; ni desconocer el espíritu que flota sobre las aguas y renueva la faz de la tierra.

7º. Que –ojo al millón de pesos que Ud. ha dicho es necesario para llevar a cabo la obra de la J.O.C.[5]– con respecto a la fecundidad del dinero, no sea éste considerado como organismo viviente; y la empresa con sus actividades humanas, como su alimento e instrumento.

8º. Que el primer bien del mundo y del hombre no es ni la libertad política, ni la razón cartesiana, ni el devenir histórico.

9º. Que no somos los cooperadores de la historia, sino de Dios. Actuamos sobre la historia, sirviendo a Dios en primer término.

10º. Que es imposible tener una idea integral del hombre sin tener la del Dios que éste adora. Del estudio de ese Dios Verdadero, el del Catecismo, y del de la filosofía de la historia humana, saldrá la concepción y estructuración teocéntrica de la vida humana.

11º. Que la dialéctica de la cultura moderna conduce fatalmente al antropocentrismo suicida y disolvente, exigiendo que Dios deje de ser Dios, para que el hombre pueda ser hombre.

12º. Que se estructurará la auténtica Cristiandad tan sólo buscando en la Iglesia los elementos fundamentales necesarios; y tomándola, a ella, como Maestra viviente e infalible constituida por Dios a sus efectos.

13º. Que nos hallamos en un período revolucionario profunda y no literalmente transformativo; tratándose para el cristiano de cambiar los principios radicales; la orientación intrínseca de nuestra civilización. Que es Dios el agente principal de esa transfiguración, y los hombres rebeldes o consentidores, los instrumentos. Por consiguiente, el problema que se impone para ser instrumentos a la manera de hijos, no de esclavos, es el de la purificación de los medios. Por el espíritu todo comienza; las transformaciones temporales se originan en lo supratemporal; la revolución social será moral o no será nado. Labor destructiva es querer cambiar la faz de la tierra antes del propio corazón; y a éste, lo trueca substancialmente el amor todopoderoso.

14º. Que es mejor ser que llamarse revolucionario; sobre todo en un tiempo en que la revolución se ha convertido en el más conformista de los lugares comunes; y es un título reclamado por todo el mundo. Que liberarse de esa fraseología –entiéndalo bien S.R.– será un acto útil de “valentía revolucionaria”.

Que –líbreme Dios de las exterioridades– no interesa solamente al régimen exterior y visible de la vida humana, sino también y en primer término a los principios espirituales de ese régimen. Debe manifestarse hacia lo exterior, en el orden visible y tangible; pero la condición ineluctable para todo ello es que se consume primero en la inteligencia y en el corazón de aquellos que quieren ser cooperadores de la historia; y que éstos comprendan toda su profundidad.

Le deseo cordialmente a S.R. feliz viaje hacia el Montevideo que va a evangelizar; y que las brisas del río que Solís descubriera, como precursor, que las naos de Don Pedro de Mendoza que venían a fundar la ciudad de Santa María de los Buenos Aires; y de las de Don Juan de Garay a refundarla bajo el título de Santísima Trinidad, descongestionen su afiebrada cabeza.

Su affmo S y C

Argentino Marbet, Pbro.

[1]  Este dominico francés, a quien Castellani solía llamar “De Cotillón” o “Decotillón”, fue un apóstol de “la Religión de la Libertad”, que anduvo por el país en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. “No hay que afligirse mucho por Decotillón ni por esas católicas flotantes. No son una novedad para nosotros, que conocemos de mucho atrás la irremediable fatuidad de una parte de nuestra aristocracia, parte pequeña pero que hace más ruido que mil. Son gente débil y superficial que intentan fervorosamente aplicar paños tibios o pediluvios a los terribles males propios o bien a los males de la época. Son como niños enfermos. Se agarran de cualquier solución fácil, arredrados de la única solución verdadera, que es convencerse por de pronto que no hay solución. Como el desahuciado que no quiere ni oír mentar la muerte, como el prostático que no quiere oír hablar del cirujano, cierran los ojos y piden bolsas calientes. No hay solución en lo visible, fuera del heroísmo, para el cual estos no han nacido. […] En tiempos turbados como el nuestro, siempre ha habido gente aniñada que se ha ido detrás de los falsos profetas que chillan: «¡paz, paz!», cuando no puede haber paz, sino falsa paz, como la que hay ahora en París. Se podría exponer la historia de las herejías mostrando que todas ellas representan en parte esa tendencia tan humana de esquivar los problemas bravos planteándolos en otro plano fácil y falso, como este Decotillón, el problema religioso de «Con o Sin Dios» lo convierte en el problema político de «Libertad o Dictadura» –el problema trascendental de la salvación del alma, lo convierte en el problema temporal de la salvación de Francia– y sobrepujando a su compatriota Enrique IV, que dijo «París bien vale una Misa», sale diciendo por estos pagos, como si no fuésemos cristianos hispanos sino indios motilones: «Sin París la Misa no vale»” (“El Fin del Mundo”, Cabildo, 2-X-1944; Decíamos Ayer, Sudestada, Buenos Aires, 1968, pp 194-195).

Ducatillón es el fraile bajo cuya apariencia se oculta el Diablo para cantar el Credo Modernista en su payada con Martín Fierro (La Muerte de Martín Fierro, Canto XIV).

[2]  Al infinito.

[3]  Cierta vez San Luis Rey invitó a almorzar a Santo Tomas y al Prior de su convento. Mientras el resto de los comensales participaba de la conversación, el Aquinate permanecía absorto; de pronto dio un mamporro a la mesa y exclamó: “Actum est de manichaeis”. El Prior reprendió severamente a Fray Tomás, pero San Luis ordenó a su secretario que tomara nota del argumento que se le había ocurrido, pues sin duda era muy apto para combatir la herejía.

[4]  Personajes del Antiguo Testamento que habían recibido la gracia de interpretar los sueños.

[5]  Sobre la J.O.C., cfr. El Ruiseñor Fusilado, Cap XXVI-Digresión sobre la Gran Apostasía, Penca, Buenos Aires, 1975, pp 119-120.