“¡Alpargatas Sí, Libros No!”

Carta de un Ingenuo – “¡Alpargatas Sí, Libros No!”[1]

Señor Director:

Los llamados “intelectuales” han rehuido siempre al pueblo. Para Ortega y Gasset, tomar posición en las luchas políticas es una de las maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil. Ortega y Gasset es, ante y sobre todo, un “intelectual”, y frente al hecho político evita definirse, para lo cual formula un concepto que es una imbecilidad. Y demuestra que ser imbécil no es sólo privilegio de los que se embanderan en política.

La intelectualidad separada del fenómeno político ha servido para que el problema del hombre en la sociedad, ése que hoy llamamos problema de las masas –porque el Capitalismo y el Socialismo han matado al individuo y lo han hecho masa– no se haya resuelto nunca. Cuando los campesinos alemanes se levantaron a fines de la Edad Media para pedir justicia social, se los enredó en una guerra religiosa y la cuestión quedó sin resolverse[2]. Desde entonces, las doctrinas de tipo liberal, o las de tipo socialista, trabajaron en el mismo sentido, o sea, el de evitar la rebelión de las masas. Por eso, a pesar de lo poco que significan económicamente, la sociedad capitalista es pródiga con los intelectuales.

El socialismo no ha tenido otra función que ser un elemento destinado a mantener a las masas en la ilusión de un mundo mejor al que hay que llegar lentamente, evolucionando, de manera que ha servido a los fines de contener y no de provocar el alzamiento de los hombres con las injusticias de un sistema. Quienes primero se dieron cuenta de ello y lo denunciaron, fueron los comunistas.

Se dice que en acontecimientos recientes[3] se ha gritado: “¡Alpargatas sí, libros no!” Hasta ahora no sabemos de nadie que lo haya escuchado, pero como todos dicen que se dice que se dijo tal cosa, hay que creerlo. Una mentira repetida se torna en verdad. Si todas las reivindicaciones de las masas estuvieran incluidas en esa consigna, habría que convenir en que son poco exigentes. Para los componentes de muchas es más útil una alpargata que un libro de ésos que se venden en la calle Corrientes, repositorio del odio frío judaico-metodista contra la cultura cristiana, que son fuentes de resentimientos y no de colaboración entre los hombres, sólo sirven para infectar el entendimiento y ensuciar el alma. Porque el libro por el libro no significa nada. El libro no es fuente de cultura ni de saber, aunque pueda serlo tal o cual libro.

            Ulises de Joyce, es un libro, pero solo teniendo el alma pervertida es posible llegar sin repugnancia hasta su última página, por lo que cabe sea más respetable la capacidad cultural de un analfabeto –cuya ignorancia de las letras no le prohíbe el poder percibir la belleza y la verdad– que la de un “intelectual” que encuentra belleza en las creaciones del escatófago Joyce.

Mas, aun aceptando que se haya gritado: “¡Alpargatas sí, libros no!”, es evidente que al hacerlo las masas no han creído fijar con ello una consigna concreta, sino un concreto simbólico. Es el símbolo del divorcio que se ha producido entre lo “intelectual” y lo popular, ya que lo “intelectual” ha traicionado al pueblo. Lo traicionan en estos momentos los estudiantes, cuya juventud revolucionaria los coloca al lado de cosas caducas, encabezando una imposible reivindicación de los partidos políticos tradicionales[4], fuente de todos los negociados en que fue vencido el pueblo; lo traicionan los socialistas y los comunistas con una impudicia que ya no se detiene ni siquiera en el insulto a las masas de trabajadores que no les pueden seguir creyendo; lo traicionan los órganos de opinión de la prensa; lo traicionan todos los que estaban en el deber de ayudarlo a ganar una existencia en la que los buenos libros pudieran llegar a tener alguna importancia. Porque por vueltas que se le dé, al que tiene hambre solo se le conforma dándole de comer.

Cuando a fines del siglo XVI se reunió el tercer Concilio de Lima, tratándose problemas relacionados con la evangelización de los indios se dijo: “La vida cristiana y celestial que enseña la fe evangélica pide y presupone tal modo de vivir que no sea contrario a la razón natural e indigno de hombres y conforma al Apóstol, primero en lo corporal y animal que lo espiritual e interior…”; a título de lo cual se ordenaba a los curas que antes enseñaran a los indios a vivir como hombres y no como bestias. Aquellos benditos Obispos creían que primero había que dar alpargatas y después libros; Américo Ghioldi cree que antes de calzar y alimentar al pueblo es preciso hacerle leer… La Vanguardia[5], que se escribe para que el pueblo no se dé cuenta de que anda descalzo.

El desprecio de lo “intelectual” por lo popular se ha agudizado en nuestros días. En cuanto Américo Ghioldi se ha sentido intelectual, ha entrado en su corriente. Él sabe que hay un dolor de las clases oprimidas, pero no le interesa. Lo que le interesa es que esos oprimidos sean conscientes, y para él, que por el camino del socialismo ha escalado los salones hasta ser niño mimado de las clases opresoras, la conciencia popular se manifiesta no siguiendo a quienes prometan curar aquel dolor cuanto antes. Lo mismo opina el Presidente de la Bolsa de Comercio y el de la Unión Industrial. Todos reconocen que hace falta un poco de justicia social, pero que ella debe venir despacio, por gotas; son los líderes de la homeopatía y los enemigos de la cirugía social. Porque no sólo necesitan de la sujeción del pueblo para lucrar con ella, sino porque, además, lo desprecian. Ghioldi ha señalado, en reciente conferencia –muy elogiada por toda la prensa de la alta burguesía y del Capitalismo Financiero Internacional– el desprecio que los intelectuales argentinos tuvieron por las masas. Para López el pueblo aparece en nuestra historia, como la montonera; en Sarmiento es el pueblo la levadura de lo que llamó la barbarie; Carlos Octavio Bunge consideró que las masas populares del país eran el depósito de herencia de los vicios hispánicos; Agustín Álvarez solo vio en ellas un elemento propicio para el fanatismo y el personalismo. ¡Lindos antecedentes para que las masas argentinas busquen a los que manejan libros a fin de que se encarguen de elevarlas! El prohombre de la democracia argentina, devoto de los libros, aunque no de leerlos, es Rivadavia, y su desprecio por las masas lo expresó en 1826 pidiendo no se diera el voto a los proletarios. Dorrego, que defendió la tesis contraria, no figura como prohombre demócrata en ningún centro socialista. Bien es cierto que hoy día Ghioldi llama volver a la “democracia” a todo lo que sea retornar al pasado, a ese pasado en que lo único efectivo, políticamente, fue el fraude.

Hace años, cuando el Socialismo creía que lo fundamental eran las ideas, cuidaba de las cabezas. Es el período de las melenas o de los sombreros a lo Palacios o lo Mario Bravo. Ahora se peinan como cualquier hijo de vecino, pero creen que lo fundamental son los pies. Es la influencia de las alfombras en que pisan. El calzado tiene gran importancia en la vida de los salones. Las alpargatas desentonan mucho en los lugares donde ahora concurren los socialistas, y en los cuales, no nos engañemos, en materia de libros, los más respetables son los de “Caja”, “Mayor” y “Diario”. Por eso el Profesor Ghioldi expresa con aplauso de la burguesía, tanto temor al primitivismo violento y a la guerra civil. No es él el primero en señalar ese peligro. Después de 1810, la oligarquía pudiente de Buenos Aires descubrió la palabra “chusma” para combatir todo intento de las masas para evitar ser explotada por ella, pero es lo cierto que con ojotas se hizo la guerra de la independencia y con botas de potro se defendió la soberanía nacional de los ataques extranjeros movidos, ayer como se quieren mover hoy día, por los bien calzados y los mucho leídos, aunque mal leídos. El fraude se hizo por los ilustrados contra los ignorantes. La entrega del país no se negoció nunca entre quienes calzaban alpargatas, pero el trato fue hecho en más de una biblioteca privada. Siempre han sido más ilustrados los explotadores que los explotados. Y no es esto renegar ni de la inteligencia ni de los libros; es señalar que la inteligencia como los libros no valen por sí, sino por sus fines o sus contenidos. La escuela y la universidad argentina vienen sirviendo a los fines de descastar espiritualmente a nuestra juventud, y ese drama es el que las masas pueden haber sintetizado en el “¡Alpargatas sí, libros no!”, con singular elocuencia, como diciendo que mejor que estudiantes como ésos que se han puesto al servicio de la oligarquía y la antipatria, contra el pueblo, es contar con jóvenes obreros capaces de defenderse de tales estudiantes. Ghioldi no lo ha comprendido así. Él ha entendido ese grito con mentalidad burguesa. No es extraño. Hace tiempo que el pueblo es una cosa que Ghioldi no comprende, y por ello, el resentimiento en que vive le nubla aún más la visión de la realidad; y ante la historia que avanza, arrollando todo lo que más ama, solo atina a contenerla gritándole: “¡Fascista!” Y se olvida que, cuando el Socialismo era Socialismo, otros como él hacían lo mismo, gritando: “¡Socialista!” Otros como él, sirviendo la misma causa que él ahora sirve con tanta devoción, que hasta le asustan las alpargatas, decían contra los socialistas, cuando Repetto era joven, lo mismo que Ghioldi dice ahora de las masas que se mueven con grandes consignas nacionales. También a fines del siglo pasado la burguesía se refirió al apogeo a que aspiraban las alpargatas. Pero aquella burguesía no se amilanó, y se dedicó a conquistar al Socialismo. Le ayudó a llegar al Congreso, y una vez allí, lo halagó hasta someterlo. Ahora lo tiene a su servicio. Pero como el problema subsiste, los lanza como sus cuzcos a asustar a los que provocan los ruidos que asustan, y los cuzcos ladran: “¡Fascistas! ¡Fascistas!” Mas, ya lo sabe el refranero de los de alpargatas: “perro que ladra no muerde”. Y ése es el resentimiento de Ghioldi: saber que solamente ladra, y a la luna.

Saludo al Sr. Director

Franklin Voltaire Pérez

[1]  Tribuna, 6-XII-1945.

[2]  La revolución religiosa de Lutero se extendió pronto al campo social; entonces el Reformador pidió la intervención de los Príncipes, quienes no sólo aplastaron a los campesinos, sino también sometieron a la Iglesia luterana, que pasó a ser una Iglesia de Estado.

[3]  La pueblada del 17 de octubre.

[4]  Los estudiantes universitarios fueron utilizados por el Régimen primeramente para voltear a Yrigoyen, y luego cerraron filas con todos los partidos del espectro político –de conservadores a comunistas– que exigían la subordinación del país a los “Aliados” y se oponían de plano al movimiento obrero nacional.

[5]  Diario del Partido Socialista.