ESPERANZA

Esperanza[1]

I

Parece nada y hay que ser guapo,

hay que ser hombre ¡Cristo!, hay que ser

un varón… para rendir el trapo,

y cuando llueve, dejar llover.

Hay que ser gaucho, para andar sapo

teniendo alas de rosicler

que cuelgan rotas como un harapo,

y esto mañana y hoy como ayer.

Suerte que el Hombre nació porfiado

(y ésa es la seña que es inmortal).

II

Si el Universo fuese redondo,

Leibnitz, y el cielo sin perforar,

si el mar tuviese fin en el fondo

y el sol prohibido poder parar…

Si un artefacto mondo y lirondo

tal que no es dable mejor crear

fuese este globo donde me escondo,

reloj de cielo, de sol, de mar…

¡Adiós mi plata! Mas por fortuna

Azar existe. Hay Dios. Hay luna,

y hay Poesía que es Realidad.

Junto a las Máquinas habita un Hada.

Hay Duendes y Ángeles por la Ciudad.

Un Mundo puede salir de Nada.

¡Qué suerte! Existe la Voluntad.

III

¡Querer Supremo que estás encima!

De ti he tenido que salir yo.

¡Mira el desangre, mira la lima,

y media vida que ya pasó!

Si hoy mismo al buitre que me lastima

no digo: ¡Basta! – no grito: ¡No!

Y cambio de aire, de cielo y clima,

soy una cosa que se acabó.

Pido un milagro sencillamente,

gratuitamente, impertinente–

mente, una cosa del otro mundo

que no se vende, que no se ve:

un imposible titirimundo

dos y dos cinco; de algo rotundo

la cuadratura… y el Yo-qué-sé.

Pero eso sí, Patrón, a Ti, te tengo fe.

 

Nota inútil. –Yo (el Yo es permitido a los poetas) soy impermeable a la poesía mística. O mi actual estado anímico o mi corte temperamental permanente me ponen fuera-alcance de la terminología del Cantar de los Cantares; excepto cuando es manejada por el Espíritu Santo o almenos por espíritus muy santos. Mucho mayor impresión mística recabo actualmente de los “poetas malditos” que de los poetas devotos, extraño como sea el confesarlo: Nietzsche, Rimbaud, Baudelaire, Swinburne, Andreiff, atroces gritos de azufre desde el fondo de una ausencia de Dios. Soy capaz de llorar de compasión leyendo el blasfemo Also Sprach Zarathustra[2]. Entre nosotros, Carlos Grünberg y César Tiempo me conmueven más que Raquel Adler, así como Mefisto Borges más que algún otro buen poeta místico nuestro.

Lo que soy capaz de sentir es la poesía ascética. El poema “La Noche” de Bernárdez, el epitalamio “Alba de Rosa María” de Ponferrada, el Himno del Congreso Eucarístico son poesía religiosa (y el primero encierra a mi juicio sublime poesía teológica), pero no mística, sino ascética. Hay hoy día una opinión respetable en la Iglesia de Dios que afirma: “los jesuitas son más ascéticos que místicos”. Hay otra menos respetable que atribuye a ese hecho (si lo es) casi todos los males de la Cristiandad. Yo personalmente soy ahora con toda certeza poco ascético pero mucho menos místico, con unas ganas bárbaras de llegar a serlo. Y esa es la causa de todos mis males –y la gripe.

Algún día tendré que escribir un estudio psicológico sobre la poesía mística en que busque la razón de todos estos hechos; por ahora sólo puedo aserirlos históricamente como hechos. La razón psicológica está en las delicadas implicaciones de la fantasía y la emoción (las dos potencias creadoras del poeta) con esos tres estados del camino espiritual que llaman los Doctores purgativo, iluminativo y unitivo. Pero para explicar esta teoría no basta una nota; que es todo lo que puedo dar esta semana fatal a mi cara revista Criterio, requerido personalmente por a quien no puedo negar nada, su Director.

Tal dije leyendo el libro Itinerario, el martes encamado con gripe. Itinerario es lo mejor que ha escrito Angélica Fuselli, quien ha escrito cosas muy hermosas. Es un magno poema con la teoría de este camino espiritual de que hablaba, rimada ella en liras juandelacruz de perfecto corte, en que destellan como gemas innumerables tales versos como éstos, magníficamente logrados:

¡Qué elocuente es el habla sin sonido!…

Mi casta es de grandeza y mansedumbre…

En lo imposible posibilitar

Al milagroso injerto

Divino…

En esa hora secreta

Transforma Dios en mística la asceta…

Por la ausente tenencia del Amado…

Éste es pues el desastre mío: que viendo yo con claridad todo eso, mi alma engripada permanezca fría. Veo con certeza que muchas almas no permanecerán como la mía, mas recibirán impresiones fuertes, sanas y santas, lo cual hace la importancia de este poema. Pero no puedo decir lo que no siento. Mi respuesta sentimental al poema no puede ser sino la misma que diera la mentada Mademoiselle Lavallière a un pretendiente suyo: “Señor, vuestra declaración de amor es perfecta, y por ella me siento honrada. ¡Cuánta envidia tengo a la feliz mujer que un día será vuestra esposa!” No se puede dar un no más exquisito.

Y todo a causa, probablemente, de la gripe.

[1]  Criterio nº 536, 9-VI-1938.

[2]  Así Habló Zaratustra.