Glosas del Tiempo – El Pronunciamiento del 17[1]
“En todo gran cambio político la cuestión de la superficie es política, pero la cuestión del fondo es social” (Balmes, Consideraciones Políticas acerca del Porvenir de España, Cap. XII, año 1841).
El Pronunciamiento Popular del 17 de octubre de 1945 ha mostrado al vivo tres cosas y ha demostrado tres teoremas. A los que no sean capaces de enterarse de esas tres cosas y esos tres teoremas, habrá que aplicarles la sentencia del taciturno Don Hipólito: “En este país hay muchos conversadores. Conversación no es política. Hechos son política”.
I‒ El pueblo argentino es uno de los más educados y de mejor buen genio del mundo. No ha perdido la sensibilidad política, como se temía; está despierto y da señales de no querer que se prescinda de él en adelante. Los que a cada tris se ensucian la boca con la inaceptable interjección de que “ésta es una nación de porquería”, que digan ahora si han visto en Europa (donde han viajado, no a estudiar, sino a perder tiempo y plata y otras cosas), si han visto en el vasto mundo una multitud que sin concierto previo hace lo siguiente:
‒elige su caudillo ‒malo o bueno: no discuto ahora,
‒se pone en marcha para li [en el texto falta un renglón] espontáneamente,
‒se comporta con corrección y bonhomía,
‒da muestra de su fuerza y su indignación sin abusar de ellas,
‒señala con energía y con acierto instintivo las grandes ignominias del país, como ser la prensa vendida, mentirosa y corrupta,
‒consigue sus objetivos con más buen humor que ferocidad,
‒y al día siguiente hace una demostración de poder (el paro del 18) que es al mismo tiempo una fiesta, comprando pan dulce para los chicos como en Nochebuena, y transformando la ciudad en un risueño y decente comité político al aire libre. Esto es nuevo. Esto no se ha visto hasta hoy en ningún lado. Esto interesa más que una consagración al Corazón de Jesús ‒lo cual no es malo, por supuesto.
II.‒¿Qué es la oligarquía? La Oligarquía no es propiamente la gente que tiene plata, muchas veces honestamente adquirida y patrióticamente empleada, como por ejemplo aquella buena mujer que el 17 preguntaba a un cura si los 20.000 pesos que tenía (ganados en 25 años de enfermera nocturna con 50 pesos al mes, y un boliche suburbano del marido), preguntando si el “capital” que tenía (la honrada gallega ya se sentía capitalista) ¡si estaba obligada a repartirla a los pobres! ‒dado que los Papas han hablado de “distribución de las ganancias”. Era como para besarla a la vieja, si no fuera que era bigotuda. No. No todos los que tienen plata son la “oligarquía”.
Tampoco es “oligarquía” el viejo patriciado argentino, el cual en gran parte pertenece a la categoría anterior de gente con plata bien empleada: en gran parte está sin plata porque ha liquidado bien o mal sus bienes hereditarios; y en parte (que creemos pequeña) es “tránsfuga”; es decir, se ha pasado al campo de los mercaderes sin patria y los extranjerizantes sin seso –que son la verdadera oligarquía. Es cierto que nuestro patriciado no siempre ha dado buen ejemplo al pueblo, como cumpliría a una verdadera aristocracia. Se “pituquizó” un poco: se hizo comodón, haragán y superficial. Toleró brechas en la austera moral familiar hispana de nuestros abuelos. Se acomodó fácilmente a las costumbres modernistas. Abandonó a los “hijos de italianos” las carreras difíciles y rectoras de la sociedad; eclesiástica, militar y docente. En sus obras de beneficencia (que las hizo grandes) careció de tino: olvidó que las obras de misericordia espirituales son mayores que las corporales y aun las mismas corporales las hizo con poca pureza. (No se enteró, por ejemplo, de que fundar o sostener un diario bueno es más acepto a Dios que hacer una iglesia fea). Etcétera, etcétera. Aunque se conceda que el viejo patriciado argentino ha perdido sus virtudes, el patriciado no es la oligarquía.
¿Cuál es pues, propiamente, la “oligarquía”? La oligarquía en la Argentina es hoy día el gran capital voraz, abusivo e inhumano, principalmente el capital internacional; y alrededor todos aquéllos que están a su servicio, a saber:
Buitres poseídos del demonio cadavérico de la avaricia.
Abogados muelles y acomodaticios, devotos de Pluto más que de la Justicia.
Intelectuales deshuesados, prófugos de la cordura y de austeros deberes del maestro.
Facultades donde huyó la Sabiduría y donde el charlatán tiene el estro.
Comerciantes logreros con la pasión del lucro y la ganancia.
Pseudosaristócratas que viven mentalmente en Inglaterra o Francia.
Figurones inútiles e hinchados por una vanidad de invierno.
Politicastros vacíos sin formación ni cualidades de gobierno.
Eclesiásticos amundanados o carentes de vocación y ciencia sacra.
Católicos liberales que con Ducatillon se tapan quién sabe qué lacra.
Religiosos que han olvidado un poco el voto y la gloria de la pobreza.
Señoronas fiesteras con aserrín en la cabeza.
Profesionales mal formados a quienes más que el trabajo atrae la politiquería.
Profesores sofisticados impermeables a la sabiduría.
Jugadores que en el hipódromo de las cuestiones inútiles apuestan el dinero de la casa argentina a un caballo que con malos prismáticos ven correr en Europa.
Y todos los flojos que quieren ahogarse pero salvar la ropa.
Resentidos sociales, desarraigados, despatriados, desmadrados y refugiados de todas las partes del mundo que nos vienen a escombrar con sus pasiones confusas.
Y muchachas universitarias “semifusas”.
Ésa es la oligarquía argentina actual, según el poeta Malánik; la cual no hay que confundir con la vieja “oligarquía política” argentina, producto liberal que tuvo sus defectos y virtudes, cumplió ya su función, y ante las nuevas oleadas económico-sociales del mundo crepusculiza hoy lentamente como un sol abolido. La nueva oligarquía, más peligrosa que la otra, no es política, sino económica.
III. ‒ ¿Y qué es la política? Si Ud. Me habla de política real, es por ejemplo lo que vimos en la plaza Mayo la noche del 17. Política real no es ya (en este momento de esta nación) poner una papeleta en una urna con el nombre de unos ilustres desconocidos (o demasiado conocidos) impuestos por un comité cualquiera que depende de una junta autoelecta de macaneadores profesionales. Eso es política ficticia.
Y no crean que ella se puede arreglar a fondo con meter en la mojiganga, sacándolas de la cocina, a las pobres mujeres, que pueden hacer ganar una elección que otra a las famosas “derechas”, pero que sacándolas de su casa y de sus hijos se las pone en una vía no muy derecha. Porque las mujeres fuera de casa hacen regularmente lo que hacen los hombres. Y cuando los hombres hacen mal, las mujeres hacen siete veces peor. Recuerden a España, donde tras el “sufragio individual femenino” aparecieron manifestaciones de féminas sin marido gritando: “¡Hijos sí, maridos no!”, y donde las primeras “diputadas” fueron la Pasionaria y Margarita Nelken. ¡No!
Las mujeres, como bien dijo el otro poeta, tienen la “anatomía complicada”, lo cual las hace menos aptas para la política: “Mujer, tu anatomía complicada ‒ Es puerca en todas, pero en ti sagrada. ‒ Mujer, tu complicada anatomía ‒ Qué inútil fuera si no fuera mía”. ¡Maridos sí, hijos sí, madres sí, monjas sí, marimachos no!
Política real es por ejemplo lo que vimos el día del Pronunciamiento Popular. La masa argentina puso en acción el Artículo Primero de la Constitución santafesina del Mariscal Estanislao López: “El primer derecho de un pueblo es tener un caudillo”, viejo instinto hispánico del gobierno personal y no del gobierno por contratos. Pase lo que pase después de este hecho (y pueden pasar cosas magníficas o terribles según los encargados de encauzar este hecho bruto), este hecho no es de lamentar según opinamos; y en cualquier caso, no se puede abolir. El pueblo se puede equivocar al elegir su jefe; pero entonces la culpa no suele ser de él, sino de la falta de buenos jefes.
En cuanto a las tres demostraciones, tan netas como las que hace el Dr. Houssay[2] ‒como las que hace en la cátedra, no las que hace en la calle‒, son las siguientes:
1ª. ‒ El liberalismo o pseudodemocracia, con su aparato de mitos y superchería, se acaba. El pueblo ha empezado a vomitar de su boca a los tibios, que no son ni frío ni caliente.
2ª. ‒ La mentira es un arma política no solamente ilícita, sino también peligrosa. La prensa no patriota (comercial o corrupta), que pensaba nos iba a devorar con sus métodos de propaganda de guerra, está desnuda delante del pueblo, y su cuerpo se parece más al de la bruja Celestina que no a Friné la cortesana ‒aunque algo de eso también tiene.
3ª. ‒Dios es criollo de una manera casi escandalosa. Los argentinos-españoles, argentinos-italianos, argentinos-franceses, argentinos-ingleses, argentinos-alemanes y argentinos-turcos ‒“tuti a veinte” que han venido a trabajar y no a estorbar no piden otra cosa que ser criollos como argentinos antiguos que hicieron esta patria con decencia. ¿Y qué demonios estamos haciendo los argentinos antiguos, sino cansándolo a Tata-Dios de ser criollo, para que nos mande si nos descuidamos otro terremoto de San Juan?
“Dió lo libre y lo guarde, que aquí si lo descuidamo, va a pasar ¡una cosa u otra! ‒como decía Ciriaco Ríos‒ ¡Una cosa u otra!”
Y tenía razón.
[1] Tribuna, 2-XI-1945.
[2] Poco después de la revolución del 4-VI-1943, Bernardo Houssay encabezó la lista de los 150 firmantes del manifiesto “Democracia Efectiva y Solidaridad Americana”, que pedía el retorno a la “Década Infame” y el apoyo del país a los Aliados, quienes supuestamente implantarían la democracia en el mundo. Luego Houssay fue partidario vehemente de la Unión Democrática. Jauretche sacó a luz que Premio Nobel concedido a Hossay en 1947 tendría que haber sido otorgado a Alfredo B. Biasotti, de cuyo trabajo de investigación se apropió el democrático Bernardo (Los Profetas del Odio y la Yapa, Peña Lillo, Buenos Aires, 1967, pp 156, 255, 260).
