Glosas del Tiempo – La Liberación del Proletariado[1]
La liberación de todas las categorías sociales que sufren la tiranía económica sólo puede lograrse por la construcción de un Estado nuevo y la destrucción de la pseudodemocracia.
La liberación de la Nación será obtenida por el mismo movimiento revolucionario que libere las clases sojuzgadas, el proletariado sobre todo (Thierry Maulnier, Más allá del Nacionalismo, traducción Espezel, Editorial Herrera, Buenos Aires, 1944).
Los himnos litúrgicos de la fiesta de Cristo Rey, que se cantaron el último domingo de octubre, postulan la creación de un Estado Nuevo.
Te nationum praesides
Honore tollant publico.
Colant magistri, judices.
Leges et artes exprimant[2].
Lo mismo postulan evidentemente, si se examinan un poco, las exigencias de las Encíclicas Papales acerca del orden social, lo mismo que las teorías de los grandes publicistas contemporáneos, uno de los cuales estamos glosando. Sin un nuevo Estado no se puede obtener absolutamente ningún remedio serio al actual desorden del mundo. Si ese Estado Nuevo es factible o no, eso es el secreto de Dios. Puede ser que Dios quiera dar un respiro al mundo y restaurar, aunque sea por el breve tiempo de una generación humana, el Orden Romano-Cristiano de una Nueva Cristiandad. Puede ser también que no lo quiera; y que deje madurar hasta el fin el Misterio de Iniquidad [II Tes. 2, 7], que ha de ser eliminado solamente por la Segunda Venida de Su Hijo.
Ahora bien, nosotros no sabiendo lo que Dios querrá, tenemos que aspirar al Estado Nuevo dejando a Dios el tiempo y el modo de su advenimiento; o sea, como dice el Apocalipsis, “conservar las cosas que todavía están en pie” [3, 2. 11].
La liberación de la Nación de las garras del monstruo Pluto[3] sólo será obtenida por la liberación revolucionaria de las clases sojuzgadas y del proletariado ante todo. Éste debe ser el sentido que tienen las últimas pláticas pontificias, que han sorprendido a tantos y han hecho llamar al Papa “nazi” por los unos y “demócrata” y hasta “judío” por los otros. ¿Por qué decimos “las clases sojuzgadas y sobre todo el proletariado”? Porque todas las clases sociales están sojuzgadas por el sistema capitalista, pero ninguna tan cruelmente como el obrero industrial, el arrendatario y el peón. La sociedad capitalista tiende a reducir a las antiguas profesiones liberales –médicos, abogados, ingenieros, maestros, sacerdotes– a la condición de asalariados sometidos a la competencia y a las leyes brutales del comercio y el lucro. Pero la condición del obrero industrial es más dura, porque los otros al menos forman parte integrante de la ciudad que los explota, pero el proletario está puesto en los suburbios, al margen de su actividad y de sus glorias, convertido en el apéndice de una máquina.
Si yo tengo la profesión de escribir libros, sé perfectamente que la sociedad moderna no recompensa honorablemente la profesión de escribir libros, a no ser que sean libros malos. Sé que ella no es un negocio, ni siquiera (entre nosotros) un modus vivendi; y que si quiero seguir será solamente por modo de caridad gratuita y en algunos casos de caridad heroica rayana en el martirio. El autor de libros es pues tan proletario, o más proletario que el obrero industrial. Pero tiene la satisfacción espiritual (que no siempre suple la ausencia del puchero) de que él vive en su libro y por ese medio influye y forma parte de la sociedad en que vive. De la misma manera el médico, el abogado, el empleado público, el periodista honesto y el gobernante no vendido tienen la idealidad de sus profesiones y el quijotismo del amor propio para consolarse algo de las iniquidades económicas. Un profesor del Colegio de Francia gana menos que el portero del Hotel Lutetia, que está en el mismo barrio: pero él es un doctor del Colegio más sabio del mundo.
Pero el trabajador manual es una cifra, es una unidad y una hormiga del hormiguero. Le dan el derecho de elegir Presidente, cosa que él regularmente no sabe; pero no le dan el derecho de elegir capataz, cosa que sabe.
Le suministran una literatura barata para él, un periodista barato para él, unas diversiones baratas para él, una mitología barata para él a manera de opio; pero sin la preocupación de que todo eso sirva para mejorarlo y elevarlo como hombre y como “alma”. En suma, la sociedad capitalista tiende a volverlo “un instrumento animado”, con vida pero sin mente, que es la definición que dio Aristóteles del esclavo.
La estructuración de un nuevo Estado, empresa revolucionaria del mayor peligro y la más ardua dificultad, evidentemente no será hecha por aquéllos cuyos provechos están en que las cosas sigan en el desorden presente, sino por los que tienen motivos personales de enemistad hacia él, o sea, los que perciben el desorden en carne propia y no sólo teóricamente. Hay filosofía en ese refrán criollo que dice que la oveja más arruinada es la que rompe el corral; porque ella es la primera que se desespera. Los machos del rebaño se hacen respetar un poco a topetazos y las ovejas más fuertes se acomodan con los chanchos. Son las ovejas más débiles quienes la pasan mal, y se da el caso que hasta los corderos en su desesperación a veces se vuelven leones. Entonces es cuando se rompe el corral y se arma la gran desbandada y el zipizape mayúsculo.
Las fuerzas políticas reales están hoy día empeñadas en la destrucción de la tiranía económica instaurada en el último siglo bajo el amparo de una falsa democracia, que sirvió de cortina de humo. El instrumento de esa liberación no puede ser sino el poder político restaurado y puesto en su lugar. Es claro que este poder político puede convertirse en una tiranía tan mala como la otra si se corta de la moral: porque la restauración del orden o será moral o no será.
Una Nación no puede existir sin moral pública; y eso es lo que nos hace pensar que si las virtudes de nuestra aristocracia se han disipado, el pueblo impondrá sus propias virtudes de “descamisado”; y un nuevo “ethos” público más grosero si se quiere tendrá que dar a nuestra tierra en convulsión la base de la convivencia. A falta de moral de patricios tendremos moral de “mulatos”; pero alguna moral tenemos que tener.
[1] Tribuna, 31-X-1945.
[2] Que los Jefes de las naciones – Te den público honor. – Que te reverencien los Gobernantes y los Jueces. – Te manifiesten las leyes y la cultura.
[3] Dios de las riquezas.
