Glosas del Tiempo – La Pelea por la Verdad

Glosas del Tiempo – La Pelea por la Verdad[1]

        “El error antes que el vicio es quien pierde a las naciones. No existe más regla de reforma fructuosa que buscar la verdad y proclamarla a toda costa” (Le Play, La Reforma Social).

Cuando pase la elección de febrero[2], las dificultades de nuestro país no se disiparán como por ensalmo; es posible que entonces comiencen de veras.

Nuestro país padece una enfermedad seria: está intoxicado de error, inundado de mentiras, plagado de ilusiones y mitos.

Fijémonos, por ejemplo, en la impartición de noticias y repartición de lecturas y figuras ¡en qué manos se halla ahora entre nosotros!¡Las revistas “argentinas”! ¡Los diarios “argentinos”!

No tendríamos que temer mucho las violencias y prepotencias de afuera, si no existieran dentro del país grandes manchas de compatriotas inyectados de la herejía advenediza, los cuales son materia dispuesta a hacer el puente a las fuerzas destructivas de la nacionalidad. Estas fuerzas han levantado en nuestros días la bandera de la supernación, peligroso mito; tanto más peligroso cuanto esconde un anhelo perpetuo de la humanidad así como una necesidad de nuestra época.

La nación fue reconocida en la antigüedad como la unidad sociológica suprema, por encima de la familia, el clan, el gremio, los estamentos, las regiones, las clases. La nación es, como dicen los filósofos, “Sociedad perfecta”, es decir, completa en sí misma, última y autónoma. Claro es que el imperialismo, la agresión injusta, la infiltración foránea súbdola[3] han existido siempre; pero existían en la antigüedad sin disfraces y con sus nombres propios, a manera de morbos de la vida internacional. Un Superestado, formado por varias naciones, no se admitía teóricamente; al contrario, Aristóteles en su primera Ética se esfuerza en demostrar que tal clase de organismos son falsos y artificiales; y que no son naciones en puridad, sino más bien montón de masas anárquicas, como los Escitas, o bien simples tiranías coloniales, como la Persia. “Así como una nación demasiado chica, no se puede sostener soberana, una demasiado grande no se puede gobernar políticamente” –dice el Filósofo–. Como los organismos vivientes, una nación real se mantiene dentro de dos límites de magnitud, que no son flexibles indefinidamente.

Hoy, sin embargo, nos amenazan a los argentinos directamente (lo mismo que a España) el Superestado en formación, a favor del cual se argumenta con un fervor cuasi religioso desde el Uruguay hasta Alaska. “¡Mr. Sumner Welles[4] tiene fe en la organización continental!” Hasta el ex Gobernador Argon, el dueño de la T.A.T.A. se ha metido a argumentar en un libro horroroso de sonso, intitulado Justicia Social. ¡Que viva el Superestado!

¿Cómo ha podido surgir esta concepción nueva, desconocida al genio helénico? A través del Cristianismo en su forma pervertida llamada “Reforma” protestante. El Superestado es un “Ersatz”[5] protestante de la Cristiandad.

La Iglesia, en efecto, creó en Europa un Superestado espiritual, los “Príncipes Cristianos” que dicen las antiguas oraciones, realizando las vagas aspiraciones universalistas de la filosofía estoica, a la vez que el ideal mesiánico de Reino Universal de los profetas de Israel.

En el sistema duro de relaciones parejas y en el difícil equilibrio de Estados soberanos ideado por Aristóteles y corrompido al final del Paganismo (cuando las naciones se volvieron “fieras” y “enormes gavillas de salteadores” –San Agustín), la Iglesia naciente introdujo una especie de argamasa invisible. Sin dejar ellas de ser supremas, había algo que estaba sobre todas las naciones, y eso era la Fe común; pero ese algo era un elemento espiritual y no temporal. Las fuerzas temporales de los Papas fueron siempre insignificantes, y su fuerza espiritual sólo obra a través de la aceptación y el consentimiento. Nació un fundente de las hoscas soberanías y un freno a las tiranías, él mismo inmune a la tiranía, que duró efectivamente hasta el siglo XVI y virtualmente hasta el XIX[6].

Consumada la caída política de la Iglesia, principalmente por efecto del triunfo parcial de la Protesta en Europa y el posterior triunfo del Liberalismo, su hijo, las naciones volvieron al estado de “bellum omnium contra omnes”[7] propio de la gentilidad decadente, y se volvieron lobunas de nuevo las relaciones internacionales; pero esta vez el lobo instruido vuelve en piel de oveja.

Como un estado de animalidad continua no es vivible, entonces retorna el ideal de una unidad supranacional fautora de paz; sustitutivo de la antigua “Cristiandad”, de la cual apostataron para crecer en lo temporal las naciones hoy día rectoras del mundo. Y como lo único que puede unir a las naciones por encima de toda natural xenofobia es un elemento religioso (tesis probada de sobra por Bergson en sus Dos Fuentes); de ahí la necesidad y la inminente creación de una Nueva Fe, de una Nueva Religión, sustituta de la antigua, la cual ha fracasado. Dice Mr. Spruille Braden[8] en su discurso del 18 pasado que “el Sermón de la Montaña no ha sido practicado todavía”. Spruille Braden declara que desea encargarse de hacerlo practicar.

Parece que esos Estados Unidos que Mr. Braden represente y simboliza tiene ahora nostalgias del Sermón de la Montaña, sin haber perdido su robusto apetito de colonias, territorios, materias primas, petróleo, armamentos y dividendos. Así como el Puritanismo calvinista puso el crucifijo sobre la caja de fierro (Sombart), así su hija la herejía moderna quiere colocar el Corazón de Jesús encima de la bomba atómica. La mezcla de las dos cosas podría prohijar esa fina “intervención multilateral” que vendría a sustituir a la antigua y grosera intervención unilateral. La intervención unilateral ya hizo su trabajo en este Continente y están enterados en Puerto Rico, Panamá, Méjico, Santo Domingo y Haití por quién supo ser practicada.

El error y el crimen de Sud América fue no haberse unido cuando las primeras “intervenciones” se produjeron; el haberse “ido en vicio” de protestas líricas y convenios vanos la módica indignación que los sucesos produjeron en estos pueblos asoporados. Cuando acaeció, la persecución religiosa de Calles en Méjico[9], protegida y fomentada desde afuera[10], en la Argentina decíamos: “¡Bah, allá son todos mestizos!”, al mismo tiempo que La Nación y La Prensa cubrían los crímenes con el pérfido velo de la información dirigida. Y bien, la sangre de los mártires fue en un tiempo “semilla de cristianos”; pero en otro tiempo ella será (y está escrito) la señal para volcarse las Siete Fialas[11].

Los errores se pagan siempre. La actitud “católica” de los pueblos de raza hispana hubiera sido la unión mutua, a través del fundente necesario y el puente natural con Europa –que es España– si nuestra religiosidad conservara su efecto natural que es el unir. En lugar de eso construimos perezosas barreras de globos repletos de palabras solemnes; y nuestros Cancilleres ganaron innumerables juegos florales de ideologismos campanudos, que en el fondo escondían ideologías heterodoxas; contra las cuales debería habernos prevenido nuestra Teología. Nuestra Teología inexistente.

Los errores se pagan siempre, y muy principalmente los errores en las ideas. “Yo vine en nombre de mi Padre y no me recibisteis; he aquí que Otro[12] vendrá en su propio nombre y le recibiréis” [Jn. 5, 43]. Si la Argentina actual no sabe convertirse en una pelea viva por la Verdad, que es el Nombre mismo de Dios, podemos desde ya hacer de cuenta que se acabó la patria. Absit[13].

*   *   *

[1]  Tribuna, 27-XII-1945.

[2]  Se refiere a las elecciones que tuvieron lugar el 24-II-1946, y en las que Perón venció a la Unión Democrática, formada por conservadores, radicales, demócratas progresistas, socialista y comunistas. A esta mezcolanza adhirieron notorios clericales como Manuel Ordóñez y Rodolfo Martínez.

[3]  Taimada, insidiosa.

[4]  Funcionario yanqui del Foreign Service.

[5]  Sustituto.

[6]  “Sea encarnado en un Monarca galo, sea en un Monarca alemán, sea al fin en un Monarca español –Carlos V –«Emperador de Occidente»– existió siempre hasta nuestros días (1806) un Rey en Europa con el título de Emperador Romano («Rey de Romanos, Emperador del Sacro Romano-germánico Imperio»). El último dellos fue Francisco José I de Austria, despojado de su título (y sus súbditos, al menos nominales) por Napoleón I; el cual representó el 4º o el 5º intento de unificar a Europa (o sea, reconstruir el Imperio), ideal que ha sido constantemente el sueño de los grandes estadistas europeos; y ha venido a refugiarse hoy en el seno de la NATO” (El Apokalypsis de San Juan, Excursus L – El Imperio, Jus, México, 1967, p 324).

[7]  Guerra de todos contra todos.

[8]  Embajador de Estados Unidos. Fue uno de los principales responsables de la Guerra del Chaco, y, en nuestro país, intervino abiertamente para cerrar a Perón el camino a la Presidencia. Luego, como agente de la “United Fruits” en Guatemala, derrocó a Jacobo Arbenz e impuso a Anastasio Somoza.

[9]  1926-1929.

[10]  Por el Embajador norteamericano Dwight W. Morrow, banquero y masón.

[11]  Castigos producidos por las herejías (Ap. 15, 7-16, 1). “El pecado engendra desorden; y el desorden engendra dolor” (El Apokalypsis de San Juan, Jus, México, 1967, Visión Decimocuarta, p 213).

[12]  El Anticristo.

[13]  Dios no lo permita.