GUADALUPE: CLAVE DE AMÉRICA[1]
A mi madre
1- ¿De dónde a Mí?
Amanecía en el Lago de México y esas primeras luces del sábado 9 de diciembre de 1531 mostraron a un indio que avanzaba a buen paso hacia una loma llamada “Tepeyac”. El indio era un “macehual”, un plebeyo aunque no esclavo, y su condición se ponía en evidencia por la vestimenta: un taparrabo y una tosca manta tejida con fibra de maguey. Se dirigía hacia Tlatelolco para escuchar la explicación de la doctrina de la fe; tenía entonces 57 años, y hasta los 50 había respondido al nombre de Cuauhtlatoátzin, “El que habla como el águila”. En 1524, cuando redondeaba el medio siglo, se había cruzado en el camino de un hombre extraordinario, Fray Toribio de Benavente, a quien los nativos llamaban “Motolinía”, el pobre, y el celo ardiente de este misionero terminó ganando para la fe el corazón de Cuauhtlatoatzin, que se bautizó con el nombre de Juan Diego.
Si bien “Motolinía” y los otros Frailes Menores que habían desembarcado en esas tierras en 1523 amaban a los indígenas, habían estudiado sus lenguas y costumbres y desarrollaban métodos admirables de evangelización, con todo muy poco habían conseguido hasta entonces. Es cierto que muchos aborígenes estaban bautizados, pero la gran mayoría de ellos continuaba practicando a escondidas sus cultos idolátricos. Era una forma de mantenerse vinculados al mundo de sus mayores, que se había resquebrajado el día de San Hipólito, 13 de agosto de 1521, cuando Tenochtitlán, la capital azteca, fue tomada y en parte destruida por los soldados de Hernán Cortés. Los habitantes del Valle de México, humillados y víctimas del desconcierto, oponían una sorda resistencia a los Conquistadores y cerraban los oídos a la predicación del Evangelio. Una y otra vez aparecían brotes de rebeldía, y los españoles vivían en sobresalto constante pues eran un ínfimo grupo frente a tantos indios que sólo necesitaban la aparición de un jefe para levantarse contra los extranjeros. Sin hacerse ilusiones, Cortés y sus hombres preveían una catástrofe[2]. Pero los caminos de Dios escapan a nuestra comprensión, y aquella mañana de diciembre el irreprimible deseo de llegar cuanto antes a la iglesia de Tlatelolco hacía que el indio avivara la marcha.
Juan Diego se encontraba bordeando el Tepeyac cuando de pronto oyó el canto de pájaros extraños que a ratos hacían silencio y entonces parecía que el monte les respondía. Atónito, se preguntó si soñaba o se encontraba ya en el Paraíso, pues jamás antes había oído tales melodías. El canto cesó repentinamente y desde la cumbre una voz lo llamó: “¡Juanito, Juan Dieguito!” El sorprendido macehual encontró fuerzas para dirigirse a la parte más elevada del cerrillo y cuando la alcanzó pudo contemplar una joven de sobrehumana belleza que lo invitó a acercarse. Los vestidos de la doncella eran radiantes como el sol y todo a su alrededor relumbraba con variados resplandores. Le dijo: “Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?». Después que Juan Diego le hubiese respondido, la joven volvió a hablarle y le descubrió su voluntad: “Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive, del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa Madre, a ti; a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen: oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores”. Y le mandó ir a la residencia del Obispo de México, contarle cuanto había sucedido y pedirle que en el llano ordenara construir un templo en honor de la Señora del Cielo.
El Obispo era un religioso de. San Francisco que muy poco tiempo antes había llegado a España, el vasco Juan de Zumárraga. Tras una larga espera, el mensajero de la Virgen fue recibido por el Prelado, pero éste no dio crédito al relato y respondió: “Otra vez vendrás, hijo mío, y te oiré despacio”. Lleno de tristeza, el indio volvió a la cumbre del Tepeyac y allí tuvo el segundo encuentro con la Señora: después de haberle relatado su fracaso, Juan Diego le rogó que enviase como mensajero a uno de los principales, conocido y estimado, para que le creyesen, ya que el macehual era apenas “un hombrecillo, cordel, escalerilla de tablas, cola, hoja, gente menuda, y tú, Niña mía, me envías a un lugar por donde no ando ni paro”. Pero la Señora le hizo saber que era del todo necesario que él mismo fuese el mensajero y le ordenó ir nueva-mente a casa del Obispo.
El domingo muy de madrugada salió Juan Diego de su casa, escuchó Misa en Tlatelolco y se dirigió a cumplir la voluntad de la Virgen; tras no pocas dificultades pudo ver a Zumárraga y le volvió a exponer el deseo de la Señora, pero tampoco en esta oportunidad tuvo éxito: el Franciscano le dijo que construiría el templo sólo si recibía una señal del Cielo. Juan Diego llevó a la Señora la noticia de su segundo fracaso, y ella se manifestó satisfecha: el día siguiente ambos volverían a encontrarse en ese lugar y el macehual recibiría el signo reclamado por Fray Juan.
Sin embargo, el lunes Juan Diego ya no volvió porque cuando llegó a su casa después de su tercer encuentro con la Virgen, encontró que un tío suyo llamado Juan Bernardino, estaba a punto de morir, así que decidió permanecer junto al enfermo, y antes del amanecer del martes, el indio se puso en camino hacia Tlatelolco para buscar un sacerdote que diese los últimos sacramentos al agonizante. Cuando venía llegando al Tepeyac pensó: “Si me voy derecho por el camino, no sea que me vaya a ver la Señora, me detenga y me envíe a casa del Obispo mientras el pobre de mi tío está aguardando un sacerdote”. Decidió entonces pasar por el otro lado del cerro para evitar en encuentro con la Virgen.
Pero su estratagema no dio resultado porque la Señora bajó de la cumbre del cerrillo y cuando estuvo cerca le dijo: “¿Qué hay, hijo mío el más pequeño?, ¿a dónde vas?” Avergonzado, Juan Diego confesó la verdad y ella le respondió: “Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige. No se turbe tu corazón. No temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí?, ¿no soy tu Madre?, ¿no estás bajo mi sombra?, ¿no soy yo tu salud?, ¿no estás por ventura en mi regazo?, ¿qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa. No te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: está seguro que ya sanó”.
La Madre de Dios le ordenó ir a la cumbre del Tepeyac, donde su mensajero hallaría flores, que debería cortar y traer a la presencia de ella. Era naturalmente imposible que en ese lugar de riscos, abrojos y espinas, y en aquella época del año (a la sazón recrudecía el hielo) hubiese flores, así que Juan Diego se asombró sobremanera cuando llegó al sitio indicado y encontró tantas y tan variadas rosas de Castilla, muy fragantes y llenas del rocío de la noche. Comenzó a cortarlas, las juntó y las echó en su regazo. Bajó inmediatamente y trajo las flores a la Señora. Ella le hizo saber que esa diversidad de rosas era la prueba y señal que llevaría al Obispo y le ordenó rigurosamente que sólo delante de Fray Juan de Zumárraga desplegara su manto y mostrase lo que llevaba.
Una vez más el indio se puso en camino por la calzada que iba derecho a la ciudad, contento y seguro de salir bien y gozándose en la fragancia de las rosas. Al llegar a la residencia episcopal manifestó su deseo de ver al Prelado, mas los sirvientes no hicieron caso de él y así debió pasar largo rato, de pie y cabizbajo. Como vieron que ocultaba algo en el manto. picados por la curiosidad, intentaron tomar por la fuerza lo que el macehual guardaba en el regazo, pero no pudieron porque cuantas veces alargaban sus manos, las flores ya no parecían verdaderas sino pintadas o labradas y cosidas en la manta.
Fueron entonces a contar al Obispo lo sucedido y Fray Juan entendió al punto que el indio traía la señal por él reclamada. Cuando entró en la habitación donde se hallaba Juan Diego, éste se humilló delante de Zumárraga y le narró detalladamente la historia; desenvolvió luego la tilma y mientras las flores se esparcían por el suelo, se dibujó en el manto y a la vista de los presentes la imagen de la Virgen Santa María con el aspecto de una doncella de quince o dieciséis años. Todos se arrodillaron estupefactos ante la milagrosa figura y oraron largo rato. Cuando el Obispo se recobró, pidió perdón al macehual por su incredulidad, desató del cuello del indio la tilma y puso la preciosa imagen en su oratorio.
E1 día siguiente, Fray Juan quiso conocer el lugar donde la Señora había pedido que se levantara un templo en su honor, y allí fue conducido por el mensajero de María. Por fin Juan Diego se vio libre, y al llegar a su casa encontró a su tío con buena salud: también él había recibido la visita de la Señora, quien, además de sanarlo, le manifestó que “había de nombrarse su bendita imagen, la siempre Virgen Santa María de Guadalupe”[3].
En sólo dos semanas se levantó la capilla en el Tepeyac, y entonces Zumárraga sacó la santa imagen de su oratorio y la trasladó al nuevo templo. La ciudad entera se conmovió: “los españoles hacían guardia y disparaban al aire sus arcabuces mientras la procesión pasaba por los incontables arcos que habían levantado los naturales a lo largo de la calzada. Los guerreros indígenas volvieron a lucir sus plumajes, entre música y danza. Todo estaba presidido por Juan Diego, el Obispo, descalzo de pie y pierna, y Hernán Cortés, descubierta la cabeza y rodeado de alcaides, mandones y tequitlates”[4].
Ese 26 de diciembre de 1531 comenzó un movimiento que aún no ha cesado: todos los caminos de México empezaron a verse atestados de nativos atraídos por la Guadalupana, y al contemplar el rostro dulce y maternal de la Señora; su mirada profunda y la exquisita sonrisa que revela un corazón apacible, sus almas eran tocadas por la gracia y se convertían al verdadero Dios. En siete años, ocho millones indios recibieron la fe. “El movimiento de conversión fue tan popular que las iglesias resultaban demasiado pequeñas para albergar a los fieles, y varios templos conventuales […] tenían capillas que se abrían a amplias superficies capaces de dar cabida a los catecúmenos, que se apiñaban literalmente por decenas de millares”[5]. Y así se consolidó la primera evangelización continental en el Nuevo Mundo; no hubo guerra de exterminio entre españoles y aborígenes pues ambos se unieron en un mismo amor hacia “la Concepción de la Madre de Dios”, según un documento de Zumárraga.
Ésta es la razón por la cual San Pío X proclamó “Patrona Celestial de América Latina” a Santa María de Guadalupe, y Pío XII la coronó Reina y le confió la pureza y la integridad de la fe en todo el Continente.
La Mariofanía del Tepeyac es la primera Visitación de la Nuestra Señora al Nuevo Mundo y tiene semejanza con la que hizo, a su prima Santa Isabel apenas se vio convertida en Madre de Dios[6]. Hasta tal punto es así que en la Misa de la Virgen de Guadalupe se lee el Evangelio de la Visitación. En ambos casos, ella va impulsada por la caridad que brota del fruto de sus entrañas; en Ain Karem y en el Tepeyac la Virgen se muestra como la estrella de. la Evangelización, la que anuncia el misterio escondido por los siglos. para llegar a ser Madre de cuantos se dejen iluminar por Cristo.
Hay otro punto en común: quienes reciben María se sorprenden y no atinan a explicarse por qué la Providencia los ha elegido precisamente a ellos. Esclarecida por el Espíritu Santo sobre el misterio del Verbo Encarnado, Isabel exclama: “¿De dónde a mí este honor y esta gloria que la Madre de Dios venga a mí?” Tampoco Juan Diego acierta a entender su elección pues cuando, oye en la cumbre del cerro el canto suave y deleitoso dé las aves, se-pregunta: “¿por ventura soy digno de lo que oigo?, ¿quizás sueño?… ¿dónde estoy?” Y tras su primera e infructuosa entrevista con el Obispo, ruega a la Señora que elija a uno de los principales, porque él es un “hombrecillo, […] cola, hoja, gente menuda” y la Santísima Virgen lo envía a un lugar adonde “no ando. ni paro”.
San Pablo nos ayuda a descubrir los caminos del Cielo: Dios eligió a Isabel, probada durante años de humillante esterilidad, y a un hombre de baja condición, porque usualmente se vale de lo que el mundo tiene por vil para mostrar su omnipotencia. Sin embargo, ambas preguntas pueden ser entendidas en un sentido más amplio. La madre del Bautista se asombra ante todo de que Dios se haya hecho hombre y se nos haga prójimo para salvar lo que estaba perdido. Y también la pregunta de Juan Diego admite una interpretación más. general: ¿por qué en su primera y decisiva manifestación americana la Santísima Virgen se dirige precisamente a los aztecas?
Urge comprender el sentido de aquella Mariofanía porque la historia de la Guadalupana no se cierra con el milagro del Tepeyac y la conversión de los indios mexicanos, sino que el Señor ha continuado haciendo maravillas en y por medio de la preciosa imagen. Una copia de ella fue enviada a Felipe II y el Rey la hizo llegar a manos del Almirante genovés Juan Andrea Doria, quien la puso como estandarte del buque insignia en la batalla de Lepanto, el 7 de octubre de 1571. Ese día las naves de la Santa Liga obtuvieron una inesperada victoria frente a la flota turca, más del doble en número y en poderío, y doce mil cautivos cristianos fueron liberados. Lepanto impidió que el Imperio Turco dominara el Mediterráneo, y el Almirante Doria atribuyó el triunfo a la intercesión de la Virgen de Guadalupe y la llevó en medio de grandes honores a San Esteban D’Areto, donde la entronizó. San Pío V tuvo en Roma una revelación sobre el feliz resultado de la batalla naval y afirmó que María había obtenido de su Hijo la gracia del triunfo, por lo cual estableció la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias.
En 1751, el P. Francisco López mostró una copia de la imagen estampada en el manto de Juan Diego al Papa Benedicto XIV, y el Sumo Pontífice, después de examinarla e informarse de su historia, exclamó: “Non fecit taliter omni nationi”, no hizo (Dios) cosa igual con ninguna otra nación.
La Virgen del Tepeyac volvió a mostrarse como Nuestra Señora de las Victorias en la guerra que los católicos mexicanos debieron luchar, de 1926 a 1929, contra los ejércitos del gobierno socialista y masón que se había propuesto sencillamente extirpar la fe del país. Las tropas gubernamentales contaban con el respaldo ilimitado de EE.UU., y sin embargo sufrieron revés tras revés frente a los reducidos y mal armados ejércitos cristeros, que ardían de amor a la Guadalupana.
Nuestros contemporáneos pueden constatar la calidad prodigiosa de esta imagen pues ella revela características que desconciertan a los científicos. En primer lugar, la tilma de Juan Diego, tejida con débil fibra de maguey, tendría que haberse deshecho pasados veinte o treinta años, y, aunque no tiene preparación especial, se conserva hasta hoy. En una oportunidad unos trabajadores derramaron por descuido un poderoso ácido sobre la tilma, mas ésta no fue destruida; apenas se formaron aureolas que con el paso del tiempo están desapareciendo. Durante la guerra de los cristeros un exaltado simuló llevar una ofrenda floral que ocultaba una bomba y la depositó a dos metros de la imagen; aunque el estallido curvó un grueso crucifijo metálico colocado frente al icono de Nuestra Señora, éste no sufrió daño.
En 1936 el Dr. Kühn, premio Nobel de Química, examinó unas hebras del manto de Juan Diego y no halló rastro de colorante artificial o natural, y su juicio fue corroborado por los científicos de la NASA que décadas más tarde estudiaron la tilma. Además, ¿quién puede pintar sobre una tela que carece de aparejo cuando “con géneros más suaves y de la más fina seda se necesita alguna disposición a fin de hacer tratable la superficie para que los colores no se transporten al reverso del lienzo”?[7] En 1756 el gran pintor mexicano Miguel Cabrera llevó a cabo un detallado estudio y encontró que en la imagen hay cuatro estilos de pintura: óleo, temple, aguazo y labrado al temple. “Estos cuatro estilos, que son incompatibles entre sí, se hallan practicados admirablemente en este lienzo; unidos en una superficie de fibra de maguey no puede ser obra de la industria o arte humano; […] habría necesitado un superhombre para realizarlas y conjuntarlas con tal perfección. […] Esto podría indicar que es la octava maravilla del mundo”[8].
El 29 de mayo de 1951, el dibujante Carlos Salinas Chávez descubrió la silueta de un busto humano en el ojo derecho de la imagen; luego se comprobó que la figura correspondiente se encuentra también en el ojo izquierdo, y ambas aparecen acompañadas de dos reflejos, ubicados según lo determina la ley de Purkinje-Samson, descubierta en la segunda mitad del siglo XIX: la primera figura, en la cara anterior de la córnea; la segunda, en la cara anterior del cristalino y la tercera, más pequeña e invertida, en la cara posterior del cristalino. Eminentes científicos han estudiado esos ojos y con unanimidad afirman que reaccionan como si tuviesen el volumen y la constitución fisicoquímica del ojo humano en un cuerpo vivo.
También la temperatura de la imagen, que representa a una joven de 15 o 16 años, es la del cuerpo humano: 36,6° C. Un médico aplicó el estetoscopio bajo la cinta o faja negra (que las mujeres aztecas usaban durante la preñez) de la Guadalupana y percibió los 115 latidos por minuto que el corazón del niño tiene en el vientre materno. El 22-IV-2007, mientras se rezaba una Misa por los niños abortados, millares de asistentes vieron (y muchos fotografiaron) que el seno de la Virgen se iluminaba mostrando la forma del feto. Por último, las estrellas del manto reflejan exactamente la posición de los astros en el cielo del México cuando sucedió el milagro[9].
Estos fenómenos que nos llenan de asombro constituyen un señuelo que aviva nuestro interés por la Celestial Patrona de América y nos incitan a buscar la respuesta al interrogante del macehual. Para ello debemos dirigir nuestra mirada a Tenochtitlán.
2.Ellos También en Arcadia[10]
Más que octogenario, casi ciego y sordo, Bernal Díaz del Castillo logró plasmar su fascinante Historia Verdadera de la Conquista de Nueva España, en la que recuerda las extraordinarias aventuras vividas en los días de su juventud como soldado de Cortés: “Todo ello vuelve a presentarse ante mis ojos como si hubiera sucedido ayer”. El viejo guerrero una y otra vez confiesa sin ambages su admiración por el esplendor de la civilización azteca; no encuentra palabras adecuadas para que sus lectores lleguen a imaginar el asombro que los españoles experimentaron el 8 de noviembre de 1519, cuando por primera vez entraron en la capital azteca: “…vimos cosas tan admirables [que] no sabíamos qué decir, o si era verdad lo que por delante parecía, que por una parte en tierra había grandes ciudades, y en la laguna otras muchas, y veíamoslo todo lleno de canoas, y en la calzada muchos puentes de trecho a trecho, y por delante estaba la gran ciudad de México”[11]. A pesar de los años transcurridos, Bernal Díaz se espantaba aún del coraje que entonces habían mostrado Cortés y los suyos: “. . . y nosotros no llegábamos a cuatrocientos soldados. [. . .] Miren los curiosos lectores es esto que escribo si había bien que ponderar en ello, ¿qué hombres [ha] habido en el universo que tan atrevimiento tuviesen?”[12].
Ese esplendor es más admirable si consideramos que los Aztecas habían llegado apenas tres siglos antes al Valle de México y debieron arrostrar muchas adversidades para consolidar, gracias a su tenacidad y coraje, un poderoso Estado. No se llamaban a sí mismos “aztecas” sino “tenochas”; su lengua era el náhuatl, provenían del norte, de Aztlan, “lugar de las garzas” y se establecieron en Chapultepec. Poco tiempo después fueron derrotados por una tribu que los llevó a vivir como cautivos en un territorio en que abundaban las serpientes, con la esperanza de que éstas exterminaran a los intrusos, pero los tenochas recibieron con agrado su nuevo destino pues la carne de serpientes les resultaba un manjar exquisito.
En 1325 el sacerdote Tenoch les hizo buscar refugio en el Lago de México y allí comenzaron a construir Tenochtitlán. Bien dotados para la guerra, llegaron a ser una nación poderosa. En 1440 Moctzuma I llegó al trono y afianzó la dominación azteca sobre una amplia zona de influencia. Reemplazó las antiguas chozas de la capital por aquellos edificios de piedra que impresionaron a los españoles como una vista maravillosa. Bernal Díaz narra que algunos de sus compañeros habían estado en Roma y en Constantinopla antes de llegar a estas tierras, y, sin embargo, la plaza central de México les pareció superior a cualquier otra, “tan bien acompasada, y con tanto concierto y tamaña y llena de tanta gente”[13], cuyo rumor se podía oír desde muy lejos.
A principios del siglo XVI los aztecas eran señores hasta lo que hoy es Guatemala; el norte no les interesaba porque sus tierras fértiles no exigían esfuerzo y ellos deseaban empresas difíciles, persuadidos de que el trabajo y la fatiga divinizaban al hombre. Tenían gran abundancia de bienes materiales porque cada seis meses más de trescientas ciudades sometidas enviaban un tributo abundante y variado. Dos días no bastaban para recorrer la gran plaza de Tlatelolco donde las mercaderías se ofrecían a la venta[14].
Poseían además notables conocimientos matemáticos y astronómicos; la habilidad de sus orfebres dejó pasmado a Durero cuando contempló en Bruselas las piezas de oro y plata que Cortés había enviado a Carlos V. Por ello Tenochtitlán es descrita como una Arcadia americana donde la vida era un idilio gozoso y por ello tantos historiadores contemporáneos deploran los sucesos de aquel “fatídico”[15] 1519, que fueron el comienzo de la brusca y definitiva caída de esa civilización.
Sin embargo, como reconoce Von Hagen, admirador acérrimo de los aztecas, “Tenochtitlán no dejaba de tener sus problemas”[16]. Y esta confesión no hace más que confirmar una sospecha del sentido común: el Imperio derribado por la osadía de un minúsculo contingente de españoles debía tener algún punto débil, y de orden psicológico, porque de otro modo no se explica que la nación entera aceptase la derrota y a los pocos años hubiese adquirido otra fisonomía espiritual.
El historiador George C. Vaillant piensa que la caída. de los aztecas era inevitable porque Cortés desembarcó en México precisamente el año en que los nativos aguardaban el retorno de una figura legendaria, Quetzalcoatl; el Emperador Moctezuma había recibido una cantidad de vaticinios funestos y llegó un momento en que no supo si debía huir o esconderse en una cueva. Además, los Conquistadores traían caballos, que llenaron a los indígenas de terror; finalmente, las armas y técnicas militares de los españoles eran muy superiores. Estas razones de Vaillant son compartidas por otros, pero al observador menos erudito, ellas parecerán muy poco convincentes por la sencilla razón de que no lograron convencer a los principales actores de este drama: los españoles y los aztecas.
Cuando desembarcaron en Veracruz, los soldados de Cortés tuvieron por locura emprender la conquista de aquel Imperio poderoso, y el Capitán extremeño, gran conocedor del arte de la persuasión, desmanteló nueve de sus diez buques y dejó un solo barco para los pusilánimes, a quienes despectivamente ofreció el regreso a Cuba. Así logró que sus cuatrocientos hombres, auxiliados por mil indios, y con sólo doce caballos y siete cañones (que disparaban balas de piedra), se internasen en el territorio mexicano.
Tampoco los aztecas, como dijimos, consiguieron ver el lado luminoso del razonamiento de Vaillant porque el efecto paralizante de los presagios y el terror que las armas de fuego y los corceles despertaban en sus ánimos, sirvió para que los Conquistadores se instalaran en Tenochtitlán, y esto significó caer en una trampa, porque, una vez allí, debieron soportar un levantamiento general que los mantuvo sitiados en el palacio de Axayacatl y del que sólo pudo salvarse la cuarta parte; los restantes fueron muertos durante el asedio o se ahogaron en la evasión.
Los españoles, exhaustos por falta de sueño y alimentos, y muchos de ellos heridos, encontraron, en Otumba, que los más fuertes aliados de los aztecas les cortaban el camino. Cuando parecían definitivamente perdidos, en una carga desesperada de caballería llegaron al núcleo del ejército enemigo, mataron a sus jefes y los indios se desbandaron. Los Conquistadores se rehicieron y, después de haber dominado la tierra firme, artillaron una flotilla de embarcaciones ligeras que les permitió adueñarse del Lago y por último rendir Tenochtitlán[17].
Tales son los hechos y quienes los consideren desapasionadamente encontrarán que las razones de cuantos lamentan la victoria “de ese pequeño grupo de españoles desesperados que luchaban por su vida”[18] son pura sinrazón y no hacen más que aumentar nuestra perplejidad: el repentino colapso del Imperio Tenocha y el súbito e incontenible surgimiento de una sociedad cristiana exige de modo apremiante una explicación que Vaillant y cuantos piensan como él no son capaces de ofrecer.
Para dar con la punta del ovillo conviene prestar atención a los aliados de los Conquistadores: había mil indios junto a los soldados europeos en Veracruz, y varios miles ayudaron a los pocos españoles en el asalto final a Tenochtitlán. ¿Qué hacían esos nativos en el ejército de Cortés? ¿Acaso habían sido forzados a combatir? Al contrario: “Muchos de los pueblos sometidos recibieron a los españoles como a sus liberadores”[19]. Y la causa de ello es que el gobierno central trataba cada vez más despóticamente a las naciones vasallas y les exigían tributos insoportables, que no se limitaban a los productos de la tierra, la caza y las diversas artesanías. Los amos de México tenían interés sobre todo en la sangre de las víctimas humanas. Si Shylock pensaba aplacar su odio con “una libra bien pesada de tu lozana carne, arrancada de aquella parte de tu cuerpo que yo elija”[20], los Tenochas iban infinitamente más lejos y apetecían un número siempre creciente de corazones palpitantes.
Su religión les enseñaba que había una guerra perpetua en el cielo. El sol, al levantarse, expulsaba con sus rayos a la luna y las estrellas y traía el día, pero al caer la tarde, moría y sólo podía ser revivido si los aztecas, el pueblo del sol, ofrecían a su dios sangre humana pues ésta era la sustancia de la vida. En el Museo Nacional de México se conserva la piedra calendario, cuyo diámetro excede los 3 m., en la que está representada la historia del mundo, la Guerra Sagrada entre las fuerzas opuestas de la naturaleza. En su centro, el sol abre desmesuradamente la boca y saca la lengua ‒un puñal con que los sacerdotes arrancaban los corazones de las víctimas‒ reclamando sangre. “El gobierno azteca se hallaba organizado del principio al fin para mantener los poderes del Cielo y obtener su favor con cuantos corazones humanos era posible conseguir”[21]. Esto nos da la explicación de su belicosidad: los Tenochas sólo creían tener la salvación en la guerra incesante.
Aunque el marco general de su existencia era horrible, no carecían de humor ni de un espíritu deportivo que habría hecho las delicias del Barón Pierre de Coubertin: a veces ellos mismos enviaban armas a sus enemigos para llevar a cabo la obra que les había sido impuesta por la voluntad de los dioses[22]. Este amor al fair play es tanto más digno de elogio porque no era debidamente apreciado por sus adversarios, que miraban aquel presente azteca como un verdadero presente griego.
A lo largo del año realizaban sacrificios de todo tipo. Para desatar la lluvia inmolaban niños porque creían que sus lágrimas tenían la virtud mágica de atraer el agua del cielo. En el sexto mes un niño y una niña eran ahogados al hundirse una canoa llena de corazones de víctimas. Los ritos en honor del dios del fuego tenían una incomparable “belleza bárbara”, tan del agrado de quienes lamentan la caída de esta civilización: los prisioneros de guerra bailaban junto con sus raptores; de pronto éstos les arrojaban en el rostro una sustancia analgésica y luego los lanzaban al fuego mientras alrededor de la hoguera se realizaba una danza macabra. Cuando todavía se encontraban con vida, sacaban con ganchos a las víctimas y les abrían el pecho para arrancar sus corazones y ofrecerlos al dios[23]. Entre los muchos dioses de la fertilidad se destacaba Xipe; sus sacerdotes vestían durante una luna la piel de prisioneros recientemente desollados. Las paredes del templo de Xipe estaban ennegrecidas por la sangre de los inmolados.
Además de los sacrificios públicos, había un elevado número de oblaciones privadas, para las que reservaban a las mujeres, los niños y los esclavos[24]. Practicaban también el canibalismo ceremonial: concluido el rito asesino, los cadáveres eran arrojados por las escaleras de piedra de los templos y después comidos por nobles y guerreros. “Según uno de los informes estudiados, […] aproximadamente el 1 % de la población, unas 250.000 personas, era sacrificado cada año durante el siglo XV en lo que ahora es México central”[25].
La necesidad de derramar sangre para asegurar el movimiento del mundo llevaba a un aumento incesante de los sacrificios, ya que, a fin de obtener víctimas, debían guerrear; y para ganar las guerras tenían que ofrecer sacrificios. “El sacrificio llevaba a la guerra, y la guerra, a su vez aumentaba el número de los sacrificios en una serie interminable círculos cada vez más amplios”[26]. En 1486 fue dedicada la gran pirámide de Huittzilopochtli, y el Emperador Ahuitzotl, después dé una campaña guerrera de dos años, inmoló más de 20.000 víctimas[27].
Además de hacer correr sangre ajena, ellos mismos si sometían a feroces suplicios: “se entregaban a la. práctica de terribles penitencias; se mutilaban con cuchillos o pasaban a través de sus lenguas un cordón con espinas de maguey. Cuanto más elevada era la posición social de una persona, tanto más arduos eran los ayunos y torturas impuestos por la religión”[28].
No había sido mejor la suerte de los mayas, que los historiadores indigenistas nos suelen describir como “los griegos de América”, pacíficos y dedicados a erigir templos y estudiar la ruta de los astros: un embuste que deja al gitano más pintado a la altura de un poroto. La guerra era continua porque suministraba esclavos y víctimas para los sacrificios. No contentos con inmolar a los vencidos, ofrecían a los dioses mujeres y niños. Pero al desenfreno azteca añadían una perversión de su cosecha, una horrible propensión a cometer toda clase de mutilaciones de sus miembros viriles[29]. Los sacerdotes mayas jamás lavaban ni peinaban sus cabellos, pegajosos y nauseabundos por la sangre de las víctimas.
Los ministros del culto ‒sólo en Tenochtitlán había 5.000‒ eran los más crueles de estos hombres inmisericordes;. “Los dioses mandaban, los sacerdotes. interpretaban la voluntad divina y el pueblo obedecía ciegamente”[30].
Jacques Soustelle, apologista de los Tenochas, confiesa que, a causa de los sacrificios, estaban moral y físicamente al extremo de sus posibilidades. “Cabe preguntarse a qué les habría llevado esto si los españoles no hubieran llegado. […] La hecatombe era tal […] que hubieran tenido que cesar el holocausto para no desaparecer”[31]. Pensamos que no habrían interrumpido los sacrificios, porque los falsos dioses no sueltan la presa fácilmente y exigen que la idolatría sea llevada hasta las últimas consecuencias. Los mayas nos sirven de ejemplo: el ritmo enloquecido de los sacrificios los empujó al autoexterminio. “Y es sabido que a la llegada de Cortés la civilización-religión maya, en el oriente mejicano, estaba casi enteramente muerta por ella misma”[32].
Aunque nada supiésemos de su religión y costumbres, podríamos igualmente llegar a conocer el fondo de sus almas contemplando las esculturas de sus ídolos, “la más alta contribución de los aztecas al arte”[33]. Leopoldo Lugones definía al artista como un hombre abierto a las imágenes del mundo: siente la realidad y es capaz de expresar en símbolos las intuiciones de una época o cultura, y de ese modo se convierte en testigo privilegiado de ellas. Esto hicieron los artesanos que cincelaron las obras hoy conservadas como tesoros en el Museo Nacional de México, y el testimonio de esas piezas es irrecusable. “Son casi siempre monstruosas, contorsionadas, aplastadas; […] no es posible distinguir más que montones de carne palpitante y despedazada, masas de entrañas, pilas de vísceras”[34].
La representación de la diosa-madre, Coatlicué, es una obra demoníaca; descubierta en 1790 en la ciudad de México, tiene 2,60 m. de alto y pesa 12 toneladas. “Su cabeza está formada por el extraño acoplamiento de dos cabezas de serpiente; en lugar de manos tiene patas de jaguar y sus pies son garras de águila. Se muestra degollada, como les mujeres sacrificadas en los ritos de fecundidad; de su garganta abierta saltan chorros de sangre que representan dos serpientes. Tiene un collar, compuesto por manos y corazones, que termina en una calavera; su falda está formada por víboras trenzadas” [35].
Llevaban la muerte en el alma y lograron expresarla en sus imágenes religiosas. Germain Bazin, Conservador del Museo del Louvre, afirma que “ningún arte había previamente simbolizado con tanta fuerza el carácter inhumano de un universo hostil. […] Es un caos de formas tomadas de todos los reinos de la naturaleza; el único ritmo que asocia entre sí tales formas es comparable al de ciertas danzas salvajes que constan de una sucesión de sacudidas frenéticas. Es un ritmo sísmico de la pura energía en acción sin el orden de una potencia intelectual. […] Para ellos el universo es un medio verdaderamente demoníaco”[36]. Y no debemos pensar que producían tales representaciones caóticas por falta de habilidad artística pues, como ya fue dicho, su maestría admiró a Durero.
Después de haber considerado los aspectos menos favorables de la Arcadia americana, nos parece evidente que la debilidad interna de ese pueblo nacía de una perversión que afectaba a las raíces mismas de su espíritu y daba a su existencia un tono lúgubre de pesimismo: el espectáculo del mundo, que por su variedad y sobreabundancia provoca el asombro del individuo normal, los inundaba de terror pues lo percibían como un incesante e infernal entrechocar de contrarios. Ya hemos hablado de la guerra celeste, que mantenía siempre activos a sus ejércitos; también daban culto al Jaguar, bello y sanguinario, en el que veían la síntesis de la vida y de la muerte. Quetzalcoatl (la serpiente emplumada) era el símbolo del cielo y del espíritu, y también de la tierra y la. materia. “Así encontramos que elementos como el ser y el no ser, la vida y la muerte, materia y espíritu, no eran para ellos contradictorios sino componentes de las cosas”[37]. Pero los contradictorios se excluyen, no pueden dar estabilidad ni firmeza a lo que existe y por ello veían la realidad como un naufragio, una fuga incontenible, un perpetuo deshacerse.
De ahí su obsesión por el tiempo. Cada día al ponerse el sol, cada año, cuando llegan los temidos cinco días finales que se agregaban a los 360 de los 18 meses lunares; al final de cada ciclo de 52 años, que formaba una especie de “gran año”, presentían la muerte del universo y los invadía el terror. Sus sorprendentes conocimientos de matemáticas y astronomía se debían a que les era necesario comprender los ritmos del cielo para ofrecer sacrificios en el momento oportuno e impedir que la vida fuese aniquilada. “Donde esta preocupación extraordinaria por el tiempo no intervenía, su capacidad científica era nula; ignoraban el uso de la rueda. […] En el siglo XVI d.C. tenían menos adquisiciones científicas que los griegos del siglo V a.C.”
Si la brusca caída de aquella civilización no se entiende sin una causa psicológica, ésta a su vez reclama una explicación religiosa: la angustia invadía el fondo de sus almas y estallaba en una furia destructiva y asesina porqué daban culto al demonio, homicida desde el principio y siempre empeñado en descrear, suprimir el orden del universo, para apoderarse de la obra de Dios. Y también aquí podemos recurrir al arte para obtener la clave de esa civilización: el motivo de la serpiente “parece haber fascinado la imaginación indígena. Toda la iconografía maya, la de Teotihuacán, de Xochicalco, la de los aztecas hierven en representaciones ofídicas”[38]. Y las serpientes pululan en aquellos monumentos porque los sacerdotes les inculcaban la adoración de la “Antigua Serpiente”.
Estas escenas de guerra, sacrificios, brujería y culto idolátrico se repetían de uno a otro extremo del Continente. Un hijo de Cristóbal Colón, Fernando, cuenta que su padre creyó que los habitantes de las tierras en que había desembarcado eran pacíficos y sencillos, pues los primeros que divisó no tenían armas y huyeron despavoridos al advertir la llegada de los europeos. Pero esta apariencia de calma y simplicidad se desvaneció al poco tiempo, cuando algunos españoles que exploraban la zona hallaron un rancherío cuyos pobladores acababan de ser masacrados. “Habían llegado a tierra de los famosos y terribles caribes. Y en esas islas, donde parecía que los hombres debían vivir en paz, los hombres no sólo se mataban en la guerra, sino que además comían a los prisioneros. Y cuando los hombres de Europa emprenden la conquista […] del Continente, encuentran que el estado permanente de las tribus indígenas es la guerra”[39].
Esta descripción de América precolombina en absoluto concuerda con las que tantos historiadores hacen del viejo Mundo Feliz en el que los buenos salvajes transcurrían una plácida existencia. Un lector perplejo podría preguntarse si nos estamos refiriendo a la misma realidad. Debemos responder que la diferencia no está de parte del objeto, sino del punto de consideración. Nosotros no tenemos otra pretensión que presentar las “res gestae”, los hechos importantes realizados por aquellos hombres. Los historiadores indigenistas, por el contrario, son hombres que hacen historia.
“El hombre hace la historia”. ¿Quién no ha escuchado una y otra vez esta frase? Ella expresa la voluntad de autonomía, y en su sentido obvio se refiere al futuro, que estaría completamente en nuestras manos. Pero esta consigna tiene más miga de lo que en un primer momento se advierte, ya que pone al hombre como arquitecto no sólo del porvenir sino también del pasado. Para entender cuál es el procedimiento de esta ciencia, prestemos atención a unas líneas de El Jardín de Epicuro, de Anatole France, que Von Hagen cita en el comienzo mismo de su trabajo sobre los aztecas: “¿Hay algo que corresponda a nuestro concepto de «historia imparcial»? ¿Y qué es la historia? La narración escrita de los hechos pasados. Pero ¿qué es un hecho?… Un acontecimiento notable. ¿Y cómo puede el historiador decidir si un acontecimiento es notable o no? Lo decide arbitrariamente, según su carácter e idiosincrasia, sus gustos y fantasías. ‒en pocas palabras‒ como un artista”.
Como un mal artista; el verdadero sin duda configura el pasado, mas lo hace obrando con todas sus facultades ordenadas, para que ellas se sometan al objeto, no a la copia de la cosa exterior, porque, como bien dijo Leonardo Da Vinci, “«la pintura [y todas las otras artes] es una cosa de la mente». […] El objeto del arte es mental, «intencional», dicen los filósofos. Lo que el artista quiere hacer […] es […] la cosa como ha sido recibida, entendida, interpretada, y después expresada… para que la vea otro; esto es el objeto. […] Y todo esto es, en último resultado, función de la inteligencia” [40].
El historiador procede de modo análogo: no mira al pasado como un fondo neutro al que impone una estructura abusiva. Sus juicios suponen una cosmovisión, perspectiva de inteligibilidad, estructura de pensamiento que, cuando es correcta, le permite levantar su edificio intelectual sobre la roca firme del ser; y, en este caso, el valor de la reconstrucción histórica depende de sus conocimientos y, sobre todo, de la capacidad de penetrar, inteligir (que algunos derivan de intus legere: leer dentro; y otros, de inter legere: elegir, darse cuenta) el sentido de los hechos.
El cronista se ocupa de las “res gestae” (“res” designa a lo que es en cuanto tiene una esencia o naturaleza, o sea, en cuanto es algo determinado), su intelecto asimila el objeto y lo posee porque se deja especificar por él; a diferencia del historiador tendencioso, cuyos juicios son puestos por la voluntad o pasiones insubordinadas contra la realidad. En este, como en cualquier otro campo del saber, “la mente conquista una nueva provincia como un Emperador; pero sólo porque ha respondido a la campanilla como una criada”[41].
Si las cosas fueran como las entienden los propagadores de la “Leyenda Negra”, entonces Heródoto dejaría de ser el Padre de la ciencia que Cicerón llamó “maestra de la vida” y su lugar pertenecería al gran historiador Poncio Pilato, quien estableció el criterio básico de esa disciplina: “¿Qué es la verdad?” Según este modo de pensar, el historiador tiene el arte de predecir el pasado, una especie de profeta al revés que vuelve su mirada hacia lo pretérito y antes de investigar los hechos está en condiciones de adivinar quiénes son los hijos de la luz y quiénes los instrumentos de las tinieblas, por la sencilla razón de que él mismo los fabrica.
Uno de los mayores artífices de la mitología antihispánica, el yanqui William Prescott, debió trasladarse a España y hacer largas investigaciones en los archivos y copiar interminables manuscritos para redactar su célebre History of the Conquest of Mexico; Prescott decía quejumbroso que había tenido que forjar sus cañones antes de dispararlos[42]. El subconsciente lo traiciona y da a entender que su trabajo, y todos los ríos de tinta que han corrido con la finalidad de mancillar la Conquista, son lisa y llanamente una máquina de guerra, en absoluto historia imparcial.
Vaillant, Von Hagen, Soustelle, Lafaye, el P. Vincent O. P., Descola,. Raudot y tantos otros cuyas obras hoy son promocionadas por los amos de la propaganda, deploran la violencia de Cortés, Pizarra y demás Capitanes del Imperio, pero inexplicablemente olvidan considerar que durante siglos los aborígenes habían estado agradablemente entretenidos con arcos, flechas, lanzas, jabalinas, hachas, macanas, rompecabezas, porras, boleadoras, hondas y poderosos venenos[43]. Carl Sagan, en su estudio de “una evolución cósmica de 15.000 millones de años que ha transformado la materia en vida y conciencia”, denuncia con toda la energía de su cándida alma yanqui el desenfrenado apetito de oro mostrado por los españoles que se apoderaron del tesoro azteca[44], que (Mr. Sagan no lo dice) era el fruto de la expoliación sistemática de las naciones indígenas sometidas al poder tenocha.
El arte de hacer historia muestra toda la eficacia de sus procedimientos cuando llega el momento crucial de habérselas con la sangre. Cortés y sus soldados fueron genocidas, y en los Cantos de la Aurora Swinburne los acusa de haber profanado, una tierra sin pecado, y por ello “hicieron maldito el nombre del hombre, y tres veces maldito el nombre de Dios”. Pero, ¿qué diremos de las masas de entrañas y pilas de vísceras?, ¿qué calificación moral merecerán el canibalismo, la tortura y las mutilaciones? ¿Alguien hallará términos adecuados para anatematizar la inmolación de niños y mujeres, las víctimas arrojadas al fuego, los corazones arrancados de los pechos?
¡Alto, no nos dejemos ganar por la estrechez mental! “Se expandieron como se expanden todos los pueblos, como la misma vida vive, al costo de otras vidas y otros pueblos. Es razonable, comprensible y natural”[45]. Más adelante, el mismo Von Hagen agrega: «No debemos tratar de explicar esta actitud en términos morales. Todas las religiones militantes se han visto complicadas, de uno u otro modo, en derramamientos de sangre”[46]. También Vaillant muestra una loable amplitud de miras: “Conservamos en nuestra cultura el concepto del -martirio voluntario o involuntario como un acto de virtud. El hermoso ejemplo del Salvador lleva al más alto nivel espiritual la idea del sacrificio en bien de la humanidad. Aunque los aztecas no alcanzaron este nivel, sin embargo, su conducta tiene una belleza bárbara”[47]. Idiotizado por sus prejuicios, no percibe la diferencia que va de que Dios se haga hombre y derrame Su sangre por los hombres, a que millares y millares sean aplastados como moscas para que el sol goce de buena salud. Von Hagen nos regala la frase más pintoresca: “La liturgia de esta religión llegó a ser tan complicada como la que ahora muestra la religión que Norman Douglas definió «curioso tutti-frutti alejandrino conocido como Cristianismo»”[48]. En conclusión, los delicados ritos de los adoradores del sol vinieron a dar ocasión para el vilipendio de la Fe. ¡Qué curiosos son los caminos de la Historia!
Sin embargo, los indigenistas tienen una carta brava a su favor: el testimonio del Obispo de Chiapas, Fray Bartolomé de Las Casas, quien, en su Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias, asegura que sus compatriotas llevaron a cabo una matanza de 24.000.000 de nativos. Bien considerada, esta carta es brava sobre todo contra los indigenistas, una especie de hierro caliente que urge soltar, porque ¿cómo hicieron unos pocos miles de europeos armados casi exclusivamente con espadas y lanzas ‒no podían fiarse de las armas de fuego porque la humedad las oxidaba y, además, arruinaba la pólvora‒ para despachar, en los breves años que toma en cuenta Las Casas, esa fantástica cantidad de aborígenes? ¿Cuántos miles de indios debían morir diariamente? Y si los españoles se hubiesen entregado a esa empresa de exterminio, ¿cómo habrían tenido tiempo y energías para echar las bases de una sociedad nueva, y cómo habrían podido conquistar la adhesión de las naciones indígenas y hacer qué la nueva fe y cultura arraigaran tan profundamente? “Todas estas cifras son imposibles, aun después de haberse inventado las cámaras de gas y demás prácticas del genocidio moderno”[49].
El gran polígrafo Ramón Menéndez Pidal “sometió a la consideración de dos reputados psiquiatras (J. Germain y R. Alberca Lorente) el problema de la personalidad de Bartolomé de Las Casas. El dictamen fue que el Obispo de Chiapas padecía de paranoia”[50]. Creeremos a pie juntillas la historia del genocidio cuando las restantes afirmaciones de Fray Bartolomé prueben ser verdaderas. Sugerimos al P. André Vincent O.P., biógrafo del “Defensor de los, indios” que en unas bien merecidas vacaciones haga un viaje al Caribe y trate de dar con los más de 30.000 ríos que nuestro hombre aseguró haber visto en la isla Española; que averigüe si la ciudad de Guatemala fue destruida en 1541 por la irrupción de un lago volcánico o por “tres Diluvios”, si mutiló y adulteró. textos públicos conocidos, si alguien alguna vez encontró “la mayor cantidad de oro y perlas que rey de todos los cristianos tiene” en Cumaná, donde los que se guiaron por los informes del Obispo sólo encontraron hambrientos caníbales[51]. La lista de disparates es interminable; valgan éstos como muestra de la “genialidad” y el “temple apostólico” de Fray Bartolomé.
Mas la Historia ecuánime nos da firmes indicios de la credibilidad del Obispo de Chiapas, que podemos dar por buenos mientras el P. André Vincent averigua lo que tendría que haber averiguado antes de escribir su libro verdaderamente lascasiano: el instrumento elegido por Dios para atraer, por su extraordinario testimonio evangélico, a Juan Diego a la fe de Cristo fue “Motolinía”, firme opositor de Las Casas. El Franciscano escribió al Emperador Carlos V cartas en las que denunciaba las excentricidades de todo tipo y la absoluta inoperancia del Obispo[52].
Ya fue dicho que “Motolinía” significa “el pobre”. No es posible usar este apodo para designar a Fray Bartolomé porque el mismo que enseñaba que todo el dinero y bienes que los españoles obtenían de América era robado, se las arregló para ser pagado muy bien con ese dinero: “Como Obispo, en 1524, recibe 500.000 maravedíes anuales; en 1551, cuando renunció al Obispado, se le fijó una pensión de 300.000 maravedíes, renta que en 1563 se le aumentó a 350.000 maravedíes”[53].
Mas debemos reconocer un mérito a este profeta del indigenismo: él fue el primero en “hacer historia” en, el Nuevo Mundo y por ello cuantos lloran la desaparición de la Arcadia precolombina deben reconocerse sus discípulos. Casas veredes, Sancho, que son crederes.
3- Respuesta a Juan Diego
Dejemos a los espíritus esclarecidos urdir una historia que sólo existe en su imaginación e intentemos dar con el sentido de la primera Mariofanía americana. Este bosquejo de Tenochtitlán no ha hecho surgir ante nuestros ojos un mundo esplendoroso e ignorante del mal; toda lo contrario. Y esto hace que nuestra perplejidad sea cada vez mayor: ¿por qué el verdadero Dios, casi totalmente abolido de la conciencia de esos hombres, quiso manifestarse por medio de Nuestra Señora e iluminar con una luz que no se ha apagado al pueblo sentado en las sombras de la muerte? San Pablo nos da la clave para contestar la pregunta: Dios hace sobreabundar la gracia precisamente allí donde abunda el pecado. Ningún otro lugar de América había visto tal triunfo de las tinieblas, la angustia y la desesperación tan hondamente arraigadas en el alma; la lógica de la Misericordia hizo que Dios pusiera su corazón allí donde más irremediable era la miseria, y la Santísima Virgen está asociada a ese impulso que lanza al Señor hacia nuestras llagas incurables para devolvernos la salud.
En el Benedictus (y esto acentúa el paralelismo entre Ain Karem y el Tepeyac), Zacarías descubre a la Madre de Dios como aquélla que encierra al Sol de Justicia y lo trae hasta nuestras tinieblas. Y el Verbo encarnado en su seno ilumina a los indios para que al contemplar la preciosa imagen descubran en ella multitud de símbolos que corrijan sus ideas teológicas y los lleven al conocimiento del verdadero Dios. Ella reúne todos los resplandores del cielo y los reconcilia[54]: lleva al sol en sus entrañas, las estrellas adornan su manto y se para sobre la luna para grabar en la mente de sus hijos que no hay guerra entre los astros ni entonces es necesario ofrecerles sangre humana. Sus manos unidas en actitud orante indican que no es una diosa, ya que Dios no reza, pero tiene con el Señor una relación única pues los resplandores del sol la envuelven e irradian desde ella para ofrecerse a todos los hombres. Y María prueba por la perfecta paz de su rostro que la creatura humana está llamada a divinizarse porque esa paz procede de un alma convertida en Templo de Dios Vivo. La Señora está ligeramente inclinada, con una expresión de condescendencia, y así “los moradores de esta tierra” al contemplarla entienden que ella les ofrece su tesoro. La Santísima Virgen dirige su mirada hacia la zona de oscuridad para que cuantos hasta entonces han vivido en las tinieblas y sombras de la muerte reciban la luz del Sol que nace de lo alto. La “flor solar” o “cruz de Quetzalcoatl” en su vientre, que representa el punto de encuentro del cielo y la tierra, el lugar de confluencia de los principios opuestos, la descubre como Sitial de la Alianza Nueva y Eterna. La blanca túnica interior, en contacto con su cuerpo, manifiesta su pureza y virginidad; mientras que la exterior, rosada, tiene el color de la aurora porque la Santísima Virgen anuncia el Día de Salvación. Y sobre la túnica exterior vemos jeroglíficos idénticos a los pintados en el fresco de Teotihuacán, donde Tlaloc preside el Paraíso Terrenal: María es el Paraíso del nuevo Adán, la Fuente Sellada, el Santuario y Reposo de la Santísima Trinidad.
Y no sólo la imagen es significativa, sino también el nombre con que se presenta, Santa María de Guadalupe. “Guadalupe” es un término árabe que significa “Río escondido” o “Río de luz”. Sea cual fuere la traducción correcta, el nombre designa a la Santísima Virgen como el cauce de las gracias que nos otorga el Verbo Encarnado. Pero el vocablo conlleva, además, una acepción histórica: “Guadalupe es la historia de España desde la batalla de Salado hasta la edificación del Escorial, es decir, desde 1340 hasta 1561”[55]. Era el nombre de una Virgen de Extremadura y había sido el “fervor supremo de los Reyes Católicos y poderosa auxiliadora durante la Reconquista. En Europa fue la devoción popular de los siglos XV, XVI y XVII, como Lourdes y Fátima en nuestros días”[56].
Este nombre hoy es recusado por muchos, ya que era difícilmente pronunciable en el lenguaje azteca, rebelde a los sonidos “g” y “d”. La Señora se habría llamado a sí misma “Te-coa-tla-xo-peuh”, la que aplastará a la serpiente de piedra; otros sostienen que ella se presentó como “la que aparece en lo alto de las rocas”, etc. Los españoles habrían deformado el nombre para hacerlo coincidir con el de una devoción familiar a ellos. Quienes rechazan este nombre olvidan que, en 1858, María se manifestó en Lourdes y declaró a Santa Bernardita que ella era “la Inmaculada Concepción”. La niña no tenía idea del significado de tales palabras y las pronunció con suma dificultad e incorrectamente ante su párroco. La historia ha comprobado que los habitantes del Valle de México eran tenaces en la conservación de los nombres indígenas y jamás habrían llamado a la Señora del Tepeyac “la Virgen de Guadalupe” si María misma no les hubiese inculcado tal nombre[57].
El empeño por descalificar esta denominación se explica porque ella revela el sentido de la Conquista española: ella es una extensión de la Cristiandad. El nombre elegido por la Virgen es un signo más que da la Providencia cuando se inicia la comunicación de Europa con nuestras tierras: Católicos los Reyes, hay cruces en las velas de los frágiles navíos que se aventuran hacia donde el sol muere, el estandarte de Colón tiene una cruz en su centro, y el Almirante llega al Nuevo Mundo el día de la Virgen del Pilar.
España se hace presente en América para convertir a los infieles y plasmar una raza nueva. Con su pedagogía celestial, la Guadalupana lo inculca de muchas maneras: elige como mensajero a un macehual para que los españoles entiendan que también los indios son hijos de ella, pero el signo que prueba la veracidad de la historia narrada por Juan Diego son las rosas de Castilla, y el indio es enviado al Obispo a fin de que los aborígenes abracen la religión predicada por Zumárraga y los Franciscanos. Una cruz negra sobre el broche dorado, en el cuello de María, sugiere lo mismo a los nativos, que habían visto la cruz en el estandarte de Cortés. El símbolo más claro para europeos y aborígenes es la fisonomía de la Santísima Virgen; sus rasgos son los propios de una mujer de raza blanca, pero el color de su piel y del cabello son los de una criolla: invita a españoles e indios a atarse con lazos de fe y de sangre. Y este mensaje no cae en saco roto pues la España del siglo XVI se emplea a fondo para convertir a los habitantes del Nuevo Mundo en “ciudadanos con plenos derechos”[58] y en ganarlos para la fe.
Santa Teresa ofrece un testimonio privilegiado de este ímpetu evangelizador: las noticias de la miserable condición espiritual de tantos millones de indios avivaron su celo y la impulsaron en la Reforma del Carmelo; y en el verano de 1548 la Andariega de Dios peregrinó justamente al santuario de Guadalupe, en Cáceres, para que la Madre del Señor protegiese a sus hermanos que se encontraban en América. Motolinía, los santos Luis Beltrán, Toribio de Mogrovejo, Francisco Solano, Junípero Serra, etc. ejemplifican el espíritu apostólico de quienes empeñaron sus vidas en la evangelización del Nuevo Mundo.
Si pasamos a los Conquistadores, también la Avilesa corrobora nuestra aserción: Rodrigo, “aquel hermano de su alma, siempre unido a ella, en las ilusiones del martirio y en las quimeras de caballería”, tomó parte en la expedición del Adelantado D. Pedro de Mendoza y estuvo en la primera fundación de Buenos Aires, y “cuando años más tarde llegó la noticia de que Rodrigo había muerto en un combate [con los araucanos], Da. Teresa dijo sin titubeos, llena de envidia y emoción que lo tenía por mártir, porque murió en defensa de la fe”[59].
¿Exageraciones? Veamos otro caso, igualmente cercano a nosotros, el del primer Gobernador del Río de la Plata:
En 1527, Pánfilo de Narváez partió con 600 hombres y cinco barcos de Sanlúcar de Barrameda; ya en el Nuevo Mundo emprendió la exploración de la Península de Florida. Sólo Álvar Núñez Cabeza de Vaca y tres compañeros salvaron la vida, y durante años estuvieron abandonados en el interminable desierto de Florida, Texas, Nuevo México, Arizona y California. Estos harapientos librados a su suerte fueron los primeros europeos que atravesaron USA, y en su periplo descubrieron el Río Misisipí, el Río Grande y la Sierra Madre. Fueron esclavizados por tribus indígenas, pero aun en las peores circunstancias Cabeza de Vaca sacaba fuerzas de la Fe y unía sus padecimientos a los del Crucificado. Como en una oportunidad consiguió curar a un indio al que consideraban herido de muerte, pasó a ser chamán de la tribu, condición de la que se valió para evitar conflictos entre los grupos indígenas.
Finalmente dieron con un grupo de españoles en la zona de San Miguel de Culiacán y esto les permitió llegar a México, donde el Virrey ofreció a Cabeza de Vaca una extensa zona de lo que hoy es Nuevo México y la posibilidad de comandar una expedición a territorios en los que se decía que había oro, pero Álvar decidió volver a España, adonde llegó en 1537, y puso mano en la redacción de Naufragios, relato de sus aventuras en el Nuevo Mundo, publicado en Zamora en 1542 y que es el primer informe histórico sobre el territorio actual de USA[60]. “En palabras del arquitecto y escritor Baker H. Morrow, un experto en Cabeza de Vaca: «fue uno de los mayores memoristas primitivos, el padre de la literatura de Norteamérica y un gran humanitario (al menos según los estándares del siglo XVI)»”[61].
En 1540 tuvo redaños para emprender una segunda aventura americana, cuando aceptó el nombramiento de Adelantado y Gobernador del Río de la Plata, cuyo centro administrativo era Asunción. Desembarcó en Santa Catalina y recorrió los 1.600 km que lo separaban de Asunción; en la travesía descubrió (y luego describió) las Cataratas del Iguazú, a las que llamó “Salto de Santa María”.
Álvar Núñez trató de poner freno a los excesos de los españoles, a quienes exigió el cumplimiento de las Leyes de Indias; de resultas los asunceños lo depusieron, en 1544, y lo enviaron a España, donde fue encarcelado; aunque luego se le otorgó libertad bajo fianza, mientras se resolviera el litigio.
Para defenderse de las calumnias con que los rioplatenses buscaban justificar la expulsión del Adelantado, escribió su segunda obra, Comentarios, en la que da su versión de los hechos y que al igual que Naufragios constituye un valioso testimonio de la realidad americana.
El pleito duró siete años y Álvar fue desterrado del Nuevo Mundo y condenado a servir a la Corona en Orán durante cinco años; sin embargo, entabló recurso contra esta resolución, y en una segunda sentencia se le prohibió pasar a las Indias, pero quedó eximido del servicio de armas en Orán. De ahí en adelante los datos sobre su vida son contradictorios. El Inca Garcilaso afirma que murió en Valladolid, mientras buscaba que el Consejo de Indias le restituyera su honor y bienes; otros, que se hizo religioso y murió como prior de un convento, o que se desempeñó como juez de la Real Audiencia en Sevilla. Falleció entre 1558 y 1564.
Nuestra intención no es reemplazar la Leyenda Negra por la Leyenda. Rosa, porque el trigo y la cizaña estarán mezclados hasta el fin del mundo. Si en la misma cultura de los aztecas hallamos aspectos valiosos que, una vez exorcizados, pudieron ser asumidos por la nueva cultura, también en la Conquista descubrimos grandezas y miserias. Una vez más encontramos ejemplo de ello en la vida de Santa Teresa: la Doctora de Ávila había advertido a su hermano menor, Agustín, que no tomase oficio en el Nuevo Mundo porque si lo hacía, se condenaría. A pesar de tal aviso, Agustín se embarcó años después rumbo a las Indias para ocupar un cargo en el Tucumán. Durante el viaje tuvo muchos remordimientos, inquietud y turbación; cayó enfermo, y entendió que su hermana, ya fallecida, había negociado la muerte para él a fin de que no se condenara. El P. Valdivia, capellán de la nave, declaró que no había visto jamás “muerte de seglar con tan gran paz y quietud y esperanza de salvación”[62].
Este episodio muestra a las claras con cuánta facilidad podían los conquistadores, y luego los funcionarios y encomenderos, ceder a la tentación de la codicia, y efectivamente muchos claudicaron. Asunción entonces era conocida como “el paraíso de Mahoma”; y, según Gonzalo Fernández de Oviedo, “el español que no tenía ocho o diez mujeres es porque no quería”. “La gran lucha de los jesuitas en la creación de esta pobre nación, fue contra los encomenderos. Acabaron perdiendo. Los echaron de aquí. Pero la sangre de Roque González de Santa Cruz, que empapó la cuenca del Plata, no la pudo echar Carlos III”[63]. También el último Adelantado, Hernando Arias de Saavedra, debió enfrentarse con la gavilla de contrabandistas que, amparados por funcionarios venales, introducían productos extranjeros y esclavos, muchos de ellos destinados al Alto Perú. Y, lo mismo que su primo, San Roque González, fue vencido.
Castellani da el juicio ecuánime sobre este asunto:
“En la inspiración espiritual de la Conquista, en la cual España hizo tan grande y turbio esfuerzo, retiñe persistentemente la nota y el tema de ir contra la Reforma, de desagraviar al Cristo visible que es la Iglesia, de extender en luengas tierras el Reino de Dios, escandalosamente mutilado en Europa. Desde Cristóbal Colón (Christum ferens[64]) hasta Carlos III, contra el Protestantismo se hizo Hispanoamérica, aunque Colón lo precediera cronológicamente: contra la Fe libre sometida a una nacionalidad se hacía, bajo el signo de Santa Isabel la Católica y aun con la oración deslumbrada de Teresa de Cepeda y la comandancia delicada y fuerte de Ignacio de Loyola, la compleción del Universo de Dios para material del Reino de Dios, la sujeción del pagano a un orden político «para poder predicar la Fe». Fue la última Cruzada, toda inmunda de sangre y rapiña, pero Cruzada”[65].
Lejos, pues, de canonizar cuanto hicieron aquellos hombres de carácter indómito, reconocemos lo que hubo de torcido en la Conquista, mas el saldo de ella es positivo:
“Es lo que como precursor había visto el historiador anglosajón y protestante Arnold Toynbee en la civilización indio-católica nacida de la Conquista: es el modelo universal de la fusión de dos civilizaciones. En su libro de síntesis La Religión Vista por un Historiador, nos ha dado a conocer su asombro cuando visitó las iglesias indias de las aldeas que rodean a Puebla ‒tercera ciudad de México‒, fundada ex nihilo por los Conquistadores; los indios prodigaban cuidados celosos a las obras de arte magníficas, alegres, de sus antepasados, liberados por la fe del siniestro salvajismo azteca”[66]. El asombro hubiera sido mayor si hubiese conocido nuestro Martín Fierro, el más grande poema épico de la lengua castellana y obra cabalmente criolla: “el cantar del luchador español que después de haber plantado la cruz en Granada se fue a América para servir de avanzada a la civilización y abrir el camino del desierto”[67].
Tocante al “saqueo” perpetrado por la Corona, es necesario recordar que ésta sólo tenía derecho a la quinta parte de los metales preciosos extraídos de América (el “Quinto Real”), y que gran parte de esa riqueza era destinada a la construcción de ciudades y de toda clase de obras públicas, además de costear misiones, etc. Por otro lado, lo poco que llegaba a España se empleaba en defensa de la fe católica y del Imperio, que luchaba a brazo partido no sólo contra el Islam, sino también contra quienes se valían de las naciones apóstatas como ariete para instaurar el dominio universal del Oro. En lugar de repetir hasta el cansancio: “nos robaron, se llevaron nuestras riquezas, son los responsables de la miseria que padecemos…”, sería mejor averiguar a cuánto asciende el expolio que la Usura Internacional, manejada por los enemigos personales de Cristo, perpetró en Hispanoamérica desde la ruptura con España.
4- “¡Que Me Tiznas, Panzanegra!”
Puesto que de la Leyenda Negra hablamos, es conveniente examinar si a muchos detractores de la Conquista no se aplica el refrán que censura a quienes se erigen en fiscalizadores implacables del proceder ajeno pero tienen manga muy ancha en los asuntos propios.
Si comparamos el procedimiento de los ibéricos con el de los otros países, vemos que Inglaterra y Holanda sólo intentaron establecer factorías. Vicente Sierra ha señalado que las fundaciones inglesas eran casi sin excepción puertos de mar con vistas a la promoción del comercio y la industria de Albion. Cuando Swinburne escribió Cantos de la Aurora, el Imperio Inglés era la mayor entidad política del mundo, y sobre los métodos con que imponía la pax britannica tenemos el testimonio de George Orwell, quien pocas décadas más tarde se desempeñó como funcionario de la Policía Imperial en Birmania (1922-1927). Ahí pasó de entender la política a entender a los políticos[68] y la realidad encubierta por sus promesas y consignas; y tras una lenta maduración escribió veinte años después su distopía 1984, en la que muestra el sometimiento del hombre común a los amos del mundo por medio del control, la propaganda y la violencia.
Poco ha el Representante ruso Vasiliy Nebenzia, en su discurso ante el Consejo de Seguridad de la ONU, recordó algunas travesuras de los anglos para satisfacer su codicia:
De los 193 miembros de esa organización, sólo 22 no han sido invadidos o librado guerras con el Reino Unido. En Irlanda, la limpieza étnica redujo una población que excedía el millón y medio de habitantes a 850.000. En las guerras de los bóers (sudafricanos de origen holandés), libradas en1880-1881 y 1899-1902 para que magnates internacionales se apropiaran de ricos yacimientos de oro y diamante, los ingleses inventaron el sistema de campos de concentración. Se ignora cuántos murieron en el encierro, porque esto era para los invasores una cuestión irrelevante[69].
Luego Nebenzia pasó a las víctimas hindúes del Gobierno Británico: entre 15 y 29 millones, pero el periodista Maurizio Bondet, en su comentario del discurso, escribe que, según los estudios históricos más serios, la colonización británica de la India ha causado no 29 millones, sino 165 millones de muertos a causa de la carestía y de las condiciones de trabajo. […] Sólo entre 1875 y 1900 murieron 26 millones de personas. […] Cuando aparecieron las primeras estadísticas dignas de este nombre, en 1911, la expectativa de vida en India era de sólo 22 años. […]
Prosigue Blondet: Winston Churchill, el gran demócrata y luchador de la libertad contra el oscurantismo, dijo odiar a los hindúes, personas semejantes a los animales y con una religión bestial. Si padecían hambre era porque se reproducían como conejos.
Sin embargo, la catástrofe no se debió al mal ejemplo de los conejos, sino a que, en casi 250 años de presencia parasitaria, la “Gran” Gran Bretaña arrambló del territorio ocupado el equivalente a 200.000 miliardi[70] de dólares de hoy.
El representante ruso, señala Blondet, omitió hablar de uno de los mayores genocidios de la historia humana: la doble Guerra del Opio (1839 y 1856; en la segunda también participaron Francia y Rusia, y tal vez a ello se deba la omisión del representante ruso en la ONU).
“Dos agentes de la Compañía de las Indias, escribe M. Huc en sus célebres memorias, fueron los primeros que tuvieron, a principios del siglo XVIII, la deplorable idea de hacer pasar a China el opio de Bengala. Pero los chinos son deudores de este sistema moderno de envenenamiento al Coronel Watson y al Vicepresidente Wheeler”[71].
Los cañones torcieron el brazo al Gobierno Qing, obligado a firmar, en octubre de 1860, el Tratado de Pekín, por el que Inglaterra obtuvo no sólo derecho a introducir el opio, sino también grandes ventajas comerciales y la posesión de Hong Kong, base del tráfico de la droga. Si bien es difícil calcular el número de los chinos a quienes la adicción les costó la vida, la cifra de las víctimas oscila entre 20 y 100 millones. Tanto en este caso como en las guerras de los bóers, la Casa Real obtuvo una tajada, pero la parte del león quedó en manos de Rothschild, propietario la Compañía de las Indias Orientales.
Blondet añade nuevos datos a la acusación de Nebienza:
En los primeros siete meses de 1943, las autoridades británicas temían una invasión japonesa a Bengala y decidieron emplear la táctica de tierra arrasada, aunque esto significara la privación total de alimentos a los nativos, quienes ya soportaban el hambre. Además de confiscar los comestibles, los ocupantes se apoderaron de toda embarcación que pudiese llevar diez o más personas (66.500 barcas en total), y de este modo suprimieron la actividad pesquera local. Algunos investigadores independientes sostienen que la cifra de casi cuatro millones de muertos, que proviene de fuentes inglesas, infravalora el número real de víctimas.
Poco después, Blondet publicó una declaración del Canciller ruso Lavrov, que confirman la hipocresía de la dirigencia británica (no del pueblo, narcotizado por la propaganda):
“Hay una carta escrita por el Obispo de Londres Beilby Porteus, en la que afirma lo que sigue sobre la religión de los esclavos que trabajaban en las plantaciones de azúcar en el Caribe:
“‘«Preparad una breve fórmula de oración pública, junto con pasajes seleccionados de la Escritura, en particular los que se refieren a las obligaciones del esclavo con respecto al dueño».
“La mera oración no bastó.
“Entre el fin del siglo XVIII y el inicio del XIX fue publicada una Biblia especial para las colonias británicas, Select Parts of the Holy Bible for the Use of the Negro Slaves in the British West-India Islands, conocida en el mundo de los estudios bíblicos también como The Slave Bible. Han suprimido el 90 por ciento del Antiguo Testamento y el 50 por ciento del Nuevo Testamento”[72].
En el territorio al este del Misisipí, ocupado primero por los ingleses y luego por los yanquis, no quedaron indios; pero la conquista es presentada como una aventura memorable de hombres esencialmente rectos, porque la propaganda ha impuesto la “Leyenda Rubia”: “el europeo anglosajón es buen campesino, laborioso, benéfico, lleva consigo la semilla de la paz y el progreso, hombre inofensivo y que sólo utiliza la fuerza cuando es atacado por la población indígena, salvaje e inferior. Su raza no puede mezclarse con la indígena, y el aporte civilizador posee fuerza expansiva sólo dentro del propio grupo y se ensancha según ese grupo se expande por el territorio”[73]. Su procedimiento es aceptable según la doctrina calvinista de la predestinación, que deja libres de culpa y cargo a los elegidos, quienes a priori tienen de su parte la razón y la justicia en todas sus acciones.
Lo dicho explica que cuando el Profesor Sagan, en su estudio de nuestro planeta “desde un punto de vista extraterrestre”[74] (?), hace votos para que los tripulantes de los ovnis nos muestren una benignidad superior a la de Cortés[75]; tengamos la certeza de que su punto estratosférico de observación es la luna de Valencia, porque de otro modo no se entiende que quien lamenta la “carnicería” de los aztecas omita decir que, al este del Misisipí, sólo quedaron indios en los museos de cera.
Sobre la suerte de los aborígenes que vivían, bajo dominio español, al oeste del “Padre de las Aguas”, es revelador un hecho acaecido cuando el famoso William F. Cody, Buffalo Bill, se encontró a punto de emprender el viaje sin retorno:
“Aunque Cody nunca hizo un secreto de su adscripción a la masonería, entonces y ahora condenada por la Iglesia [en realidad, no mucho ahora], el día antes de morir, 9 de enero de 1917, Buffalo Bill pidió al padre Christopher Walsh que le bautizase como católico”[76].
¿A qué se debió esa conversión, que llamaremos “galopante”, ya que hablamos del jinete más sonado del Lejano Oeste? Como los indios que Bill llevaba a Europa para escenificar las luchas del Far West descendían de los que habían sido evangelizados por los misioneros españoles, cuando estuvieron en Roma, quisieron ver al Papa León XIII. Picado por la curiosidad, Cody los acompañó y en la Basílica de San Pedro la gracia comenzó a obrar silenciosamente en su alma e hizo que a último momento aceptase la verdadera Fe. El típico “final feliz” de Hollywood, sólo que se trata de una felicidad inconcebible para la Meca del cine.
Estas imputaciones no recaen sobre toda Inglaterra, sino sobre la City y aquéllos que conscientemente trabajan para el centro de la finanza mundial, porque “no se puede construir toda la fisonomía de una compleja nación donde ha habido también nobles letrados, hombres religiosos (y aun mártires) sobre un solo punto particular; aunque ese punto sea verdad, como lo es”[77].
Por lo que hace a Francia, su problema no es la luna de Valencia sino la Media Luna: varios millones de musulmanes dentro de su territorio, perfectamente empeñados en multiplicarse conejilmente, mientras los franceses, torturados por la duda hamletiana: “¿Para qué quieres ser madre de pecadores?”, se niegan a traer hijos al mundo. En el siglo pasado el Vizconde de Chateaubriand sostuvo que África comienza en los Pirineos pues los españoles no son más que árabes cristianos. Pero “las cosas ya no son como solían ser”; hoy Marsella, Lyon y París son suburbios de África, y los franceses se encaminan derechamente a ser árabes no cristianos.
Los que intentan explicar la asombrosa e incontrolable cosmopolitización de Europa occidental por los tejemanejes de las logias y demás sociedades secretas que han decidido borrar las huellas de la cultura cristiana, no perciben el quid del asunto: si las grandes naciones del Occidente europeo hubiesen cumplido con la misión que la Providencia les había asignado y a la que las había invitado con llamamiento clamoroso ( Santa Teresita del Niño Jesús, que se consumió en su celda con deseos de “recorrer la tierra, predicar vuestro Nombre y plantar sobre el solar infiel vuestra gloriosa cruz”[78]; el P. Carlos de Foucauld, “Hermano Universal”, y tantos otros ), ¿veríamos hoy millones de negros, africanos del norte, turcos, hindúes, paquistaníes, y demás “indeseables” ocupando silenciosamente Europa y poseídos de un feroz resentimiento contra las sociedades a las que no quieren ni pueden asimilarse? Todos esos advenedizos reclaman ciegamente, sin ellos mismos saberlo, aquello que los amos coloniales olvidaron darles: “Convertido en amor, entregadnos a Cristo. Todo este esplendor, todo este mundo occidental civil y potente, estas ciudades, estas industrias, esta cultura, estos tesoros, si es verdad que todo esto ¡oh cristiano! proviene de la doctrina moral de aquel Rabbí Galileo, que él selló con su sangre ¡dame cristiano mi parte!”[79].
Si hoy también la Madre Patria soporta una invasión orquestada por los enemigos de Cristo, ello se debe a que los actuales españoles, traicionados por quienes deberían ser Padres del pueblo, tienen una fe descafeinada o simplemente han apostatado. Son descendientes carnales, pero no espirituales, de aquellos hombres indomables que plantaron la Cruz en el Nuevo Mundo y lo conectaron con la civilización. Alexander von Humboldt, Charles Lummis, Stanley Payne, el francés Joseph Perez y muchos más han denunciado el cinismo oculto en el intento de convertir a España en infectocontagiosa por su obra americana.
5- Mayflowerlandia[80]
Pero cuando hemos llegado a dar respuesta a la pregunta de-Juan Diego y mostrado el embuste de la Leyenda Negra, surge una objeción grave. Esa empresa ¿no es en conjunto una obra fallida? Las aventuras de aquellos pocos españoles, a quienes los nativos llamaban semidioses, pueden haber sido gloriosas, pero también hay gloriosos fracasos.
El suizo Tschiffely, que llevó a cabo la proeza de partir de Buenos Aires y llegar a Nueva York a lomo de los criollos Mancha y Gato, narra que cuando cruzó la frontera de Estados Unidos, inmediatamente advirtió la diferencia entre el Catolicismo y el Protestantismo: al sur del Río Bravo, pobreza y desorden; todo lo contrario en Yanquilandia. Los sajones, convencidos de su preeminencia, nos llaman “dagos”, término peyorativo que se aplica a rufianes de poca monta, sórdidos y turbulentos. Y no pocos españoles e hispanoamericanos piensan que tanto a ellos como a nosotros nos habría ido mejor si las carabelas de Colón nunca hubieran partido de Palos. ¿Cuántas veces hemos oído: “Estos pueblos son atrasados porque son católicos (o descendientes de españoles). ¡Mire a Estados Unidos!”?
Miremos, pues, a Estados Unidos y escuchemos las razones de quienes piensan que nuestra única salida es subirnos al tren anglosajón. Poco después de la Guerra de Malvinas (a la que “el Buen Vecino”, tras habernos metido entre el Escila de la guerrilla y el Caribdis de la deuda externa, nos había empujado para terminar de fundirnos como nación), Mariano Grondona, en un desborde de patriotismo, dio a conocer la panacea en Visión, “revista editada por latinoamericanos para latinoamericanos”… y pagada por el filantrópico Tío Sam:
“Lo que está naciendo en estos años es una civilización. Si bien los EE.UU. la capitanea, otros países participan enérgicamente de ella. […] Estamos viviendo las primicias de la civilización americana. «Americana» no sólo porque se inició en U.S.A., sino porque «América» es el mundo nuevo, lo que sucede a Europa. Los principios centrales de la nueva civilización son el amor a «esta» vida (el entusiasmo inmanente), la confianza en el hombre y la opción en favor de su libertad. Brasil ya lo ha comprendido. Hispanoamérica aún se resiste en función de lo que ha sido su propia cultura, una cultura de cuño autoritario y paternal. […] Nuestro. desafío es navegar los rápidos del cambio […] de modo que no nos neguemos a la civilización cual nuevos bárbaros. […] La identidad se construye hacia adelante a partir de la gozosa aceptación del cambio”[81].
Podríamos responderle nomás que ésa fue justamente la idea de quienes plagiaron nuestra Constitución de la norteamericana en 1853, con los resultados que están a la vista. Pero el asunto tiene miga, ya que nos permite reflexionar sobre la nación que deslumbró a tantos liberales hispanoamericanos y los lanzó a una obra titánica para abolir lo que somos y sustituirlo por el arquetipo del norte.
¿Se construye la identidad hacia adelante? Eso creen importantes autores norteamericanos que extienden la aversión puritana por el Catolicismo a la civilización grecorromana asumida por la fe:
“Tres de sus mayores poetas –que tengo presentes en este momento– reniegan de la Grecia, y de los castillos medievales, y de las Cruzadas, y de todo lo que constituye el hilo de la tradición europea, haciendo gala de ello.
“Walt Whitman: «Ven Musa, emigra de Grecia y de Jonia… Esas historias de Troya y la ira de Aquiles y las vagancias de Eneas y Ulises. . . Un letrero de se alquila en las rocas de tu nevado Olimpo. . . Repítelo en Jerusalén, planta alto la noticia en las puertas de Jafa y el monte Moriah. . . Lo mismo que en los muros de tus germánicos, franceses e hispánicos castillos y colecciones italianas… Y comprende que te demanda una mejor, más fresca, más trabajadora esfera, un mundo intacto…» Habría que copiar todo el orgulloso reniego, con la enumeración interminable de todos los elementos de la civilización occidental.
“Archibald Mac-Leigh: «Señora, es verdad que los Griegos han muerto. Aquí ahora somos americanos…» (Señora, it is true that the Greeks are dead. It is true also that we here are Americans; that we use the machines . . .)
“Richard Eberhart, que en su Oda a un Topo reniega no sólo de los Griegos, de Alejandro y de Montaigne sino también de «Santa Teresa y su salvaje lamento» (Of Saint Theresa in her wild lament)”[82].
Todos éstos ignoran que por naturaleza el hombre es un heredero, pues así como, en la partida, el velocista afirma la planta de un pie en un taco fijado a la pista para lanzarse hacia la meta con mayor ímpetu, análogamente el apoyo en lo que el pasado tiene de valioso hace posible que un pueblo mire al futuro con esperanza y se lance a “una empresa común en lo universal”[83]. Con exactitud es llamada “sin fundamento” la persona de juicio endeble y floja en su obrar. “Los patriotas son mentalmente retrógrados, o más bien retrólogos, pues miran hacia atrás y buscan una continuidad societaria; es decir, buscan «patria» (en latín), lo paterno, las cosas de los Padres”[84]. Sin raíces no hay flor ni fruto, pero Marianito nos propone que con un acto de fe superior al de los mártires nos arranquemos de raíz y nos arrojemos al mar[85]… dominado por el Leviatán anglosajón[86].
En segundo lugar, Grondona se equivoca al llamar “neobárbaros” a quienes recelan de entregarse a USA. Ya que “una nación es reflejada «per primum» por su literatura”[87], atendamos al juicio de Castellani sobre la civilización del norte fundándose en el testimonio de sus escritores:
“La literatura yanqui prima facie no parece diferente de la europea; parece una prolongación de ella y como un compartimiento de la riquísima literatura inglesa. No es así. […] Una prueba fácil es tomar las cien mejores poesías yanquis seleccionadas por Selden Rodman y compararlas con las cien piezas inglesas coleccionadas por Gowans: en la selección yanqui, interesante y todo, hay apenas tres o cuatro poemas que pueden llamarse clásicos, mientras en la inglesa apenas tres o tres que no lo sean. […]
“El yanqui tiene mentalidad pueril y refinada a la vez; es decir bárbara como contrapuesto a ática. Hay desequilibrio de alguna clase en casi todos ellos. Toda la literatura yanqui moderna me parece ostentar esa nota de falta de equilibrio, decante, decoro, solera en una palabra; que se puede designar como barbarie civilizada: Hemingway, Bromfield, Faulkner, carecen de la medida de oro, de reticencia, de recato. Sin duda muchos de ellos tienen mucho talento; pero les falta humanidad, o por lo menos humanidades”[88].
“Leo a ratos perdidos novelas yanquis» «de lo mejor»; las que han hecho ruidos, se han vendido por millones y han hecho millonarios a sus autores. […] Pues bien, la mayoría desos artistas y poetas yanquis (exceptúo a unos pocos, como Dorothy Baker, Crowe Ransom, Ezra Pound, Eliot y algunos autores de «whodunits»[89] buenos, como Elizabeth Daly y Rex Stout), son «rotten»[90] como ellos dicen: no pecan por primitivos, como sería propio de un pueblo «joven», sino pecan por haberse ido más allá; por haber llegado al Alejandrinismo antes que al Clasicismo y haber dado un salto mortal desde la barbarie a la delicuescencia sin pasar por la sabiduría”[91].
Los cuentos y novelas de fantaciencia prueban de modo contundente los juicios de Castellani:
“Quizás este nuevo género literario (que según el crítico Harry Golden está suplantando en cantidad a la tan cultivada novela policial) sea el «experimentum crucis»[92] para verificar la afirmación escandalosa del biólogo Alexis Carrel de que «la mentalidad media del yanqui es la de un rapaz de 14 años[93], donde quizás habría que añadir pronto «de rapaces de 14 años resabiados».
“Los yanquis se han apresurado un poco al calificar de «subdesarrollados» a una cantidad de pueblos más o menos vecinos; quizás en virtud del refrán que dice: «Dime de qué blasonas y te diré de qué careces». Es evidente el subdesarrollo espiritual (acompañado del superdesarrollo técnico) de Norteamérica sajona: tienen a veces mucho talento, eso no es discutible, incluso mucha ciencia y arte algunos escritores de allá, pero son indigentes e incluso netamente quebrados en sabiduría. Incluso se puede decir que la abundancia (excesiva) de la producción literaria yanqui proviene de la escasez de sabiduría. Con más Sofía muchísimos escritores yanquis cesarían de producir viendo que ya no tienen más (o nunca han tenido) que mostrar a no ser el… calzoncillo”[94].
¿De dónde les viene eso? Para entender qué son los Estados Unidos es necesario remontarse a sus orígenes. El primer paso es la mitad del camino, porque, además de iniciar el movimiento, fija el rumbo, el término del avance. Ahora bien, ¿quiénes eran los “Padres Peregrinos”, que en 1620 llegaron a Massachusetts a bordo del “Mayflower” y cuál era su objetivo?
Eran calvinistas fanáticos pertenecientes a la secta de los “puritanos”. ¿Y qué es un puritano? Un fariseo, tanto es así que el significado de ambos términos es concordante: en hebreo “perushim” (fariseo) significa puro, separado de los demás, “que son ladrones, injustos, adúlteros”[95].
“Se atenían a las doctrinas y prácticas [descontextualizadas] del Antiguo Testamento. […] El historiador Heinrich Graetz, […] en su Historia de los Hebreos (Geschichte der Juden, 1853-1875), con respecto a las ideas y a la influencia de los puritanos, narra por ejemplo que en Inglaterra aun la vida pública recibió en cierto sentido la impronta israelita. Un escritor llegó incluso a formular la propuesta de celebrar el sábado en vez del domingo como día de descanso. Otros deseaban, continúa Graetz, que Inglaterra adoptase las leyes políticas de la Torah. […] Así como eran favorables al judaísmo, odiaban con toda el alma al Catolicismo. Esta aversión se tradujo en una serie de actos duros, de los cuales, tal vez el más emblemático fue el ataque progresivo a las fiestas navideñas. […] La prohibición fue «absoluta» en junio de 1647. Esta nueva resolución del Parlamento proscribía la Navidad, la Pascua y Pentecostés. Además de las ceremonias públicas resultaron prohibidas las fiestas hogareñas, con fuertes multas para los transgresores. Esto causó obviamente el descontento de una parte considerable de la población que llegó a provocar revueltas. El veto duró formalmente hasta 1660, año en el cual, con la Restauración y el acceso al trono del Rey Carlos II Estuardo, por último quedó sin efecto”[96].
“Los colonos ingleses que poblaron la costa atlántica fueron desde el comienzo iguales (sin Nobleza) y puritanos; y tercamente comunales. Sobre esas costumbres se calcó en su momento la «Constitución Federal»”[97].
Al fundar la Constitución sobre sus costumbres, la forma de gobierno instaurada, la democracia, funcionó bien, y creció, aunque parezca increíble, gracias a la herencia recibida de su pasado como hijos de la verdadera Iglesia:
“El Protestantismo ha vivido en el mundo anglosajón tres siglos aprovechando las reservas biológicas y las costumbres morales capitalizadas por la tradición católica del Medioevo «suprimiendo las virtudes sobrenaturales en favor de las naturales» (Bougaud) con lo cual consiguió de momento un refuerzo aparente de la moral a costa de la fe (puritanismo)”[98].
Pero con el paso del tiempo, en el orden interno, se convirtió en matufia:
“Se formaron dos grandes Partidos cuasi-nacionales, Federalista y Agrario; seguidos por los dos actuales, Demócrata y Republicano”[99], simples herramientas del verdadero poder: “la Masonería, el Sionismo, la Alta Finanza o Tiranía del Dinero”[100].
Y para el resto de las naciones, el gigante del norte fue una calamidad. La causa de esto es que el primer paso de las colonias convertidas luego en República poderosa y opresiva fue un mal paso, pues eligió el rumbo en función de la herejía.
Como ellos, y sólo ellos, eran santos, merecían el reino de este mundo, y quienes vivían más allá de sus fronteras (en las tinieblas exteriores, según pensaban) deberían adoptar la forma de vida de los elegidos, y quienes resistieran esta empresa de evangelización laica serían tratados como enemigos de la humanidad.
Esta soberbia, cuya hijuela es la legitimación del expolio, estructura toda la historia yanqui:
“Nuestra Confederación –vaticinó Jefferson– debe considerarse como una red desde donde toda América, norte y sur, ha de poblarse. Debemos preocuparnos por no ejercer demasiado pronto una presión sobre los españoles, pues esos países no pueden estar en mejores manos. Mi miedo es sólo que los españoles sean demasiado débiles para conservar esas posesiones, hasta el momento en que nuestra población sea lo suficientemente progresiva, para írselas quitando pedazo a pedazo”[101].
Uno de los muy escasos católicos norteamericanos que entiende el mito fundacional de Yanquilandia es el Profesor John Rao:
“El nacionalismo americano es el ejemplo más claro y peligroso de […] seudorreligión ideológica; es una amenaza mundial tanto para las legítimas aspiraciones patrióticas a la independencia y la integridad cultural de los otros países, como para la religión verdadera. […]
“En los Estados Unidos el nacionalismo se expresa mediante una filosofía política que en un tiempo se llamaba «Americanismo», pero que ahora es más popularmente conocida como «Pluralismo». Esta ilegítima filosofía nacionalista sostiene que América [USA] y el sistema americano habrían creado un nuevo e infalible mecanismo para garantizar la libertad y la felicidad a todos los grupos y los individuos en cualquier sociedad, asegurándoles al mismo tiempo paz y cooperación democrática.
“La divinización y la aceptación indiscutible de esta ideología y seudorreligión es exigida a todos los americanos como prueba de lealtad a su nación. […]
“El Americanismo y el Pluralismo consideran a los Estados Unidos y a su estilo de vida como una fuerza que en la Historia del mudo cumple un misión aún más universal y redentora que la misma Encarnación. […]
“[Los americanos] piensan que esta misión es exigida también por el «obvio sentido común de las leyes de la naturaleza» proclamado por el Iluminismo secularista, que ha seducido a quienes, habiendo perdido su fe sobrenatural en el Nuevo Mundo, tenían necesidad de remplazarla por una entrega fanática a la nueva ideología política”[102].
La última afirmación de Rao casa con una nota de Monseñor Straubinger a la Sagrada Escritura: los millones de europeos que pasaron a Norteamérica fueron seducidos por la posibilidad de hacer real “el sueño americano”, que coincide con las tentaciones a que el Diablo propuso al Señor con el fin de apartarlo de la misión que el Padre le había confiado. Y aquí volvemos a encontrar la correspondencia del puritanismo con el fariseísmo, ya que los bienes que el Maldito ofreció al Redentor eran precisamente los que, adoctrinado por los fariseos, Israel esperaba recibir del Mesías. El éxito (mundano) que los judíos han tenido en Yanquilandia no se explicaría si la nación no tuviera una mentalidad calvinista, esto es, talmúdica.
Ahora bien, si una cualidad tienen los norteamericanos es pasar sin cavilaciones del dicho al hecho. Y ya que el Dios en quien confían bendice la empresa nacional de instaurar una nueva era y hacer de muchos uno (como rezan las inscripciones del dólar), desde la Independencia en 1776 hasta 2015 sólo han tenido diecisiete años en que no estuvieron en Guerra con otro país. Durante su mandato, todos los Presidentes de Yanquilandia estuvieron metidos al menos en una guerra. En la historia de la nación no hay diez años seguidos de paz; el período más prolongado sin conflictos bélicos es de cinco años (1935-1940) y se debió a la crisis económica mundial[103]. En 2017 tenían más de 1000 bases militares y puntos de apoyo fuera de su territorio[104]. Hollywood y la prensa prostituida se han encargado de enmascarar esto presentando como caballeros idealistas a quienes en realidad eran “bravucones con manoplas”[105].
“Los Estados Unidos son potentes y grandes.
Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor
que pasa por las vértebras enormes de los Andes.
Si clamáis, se oye como el rugir del león.
Ya Hugo a Grant le dijo: «Las estrellas son vuestras».
(Apenas brilla[106], alzándose, el argentino sol
y la estrella chilena se levanta…) Sois ricos.
Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón;
y alumbrando el camino de la fácil conquista,
la Libertad levanta su antorcha en Nueva York”[107].
Actualmente se libra en Yanquilandia una tremenda lucha entre quienes procuran llevar al extremo la servidumbre del país al Gran Dinero (el Deep State) y los devotos del canon fundacional: “el amor a la [propia] libertad, la innata confianza en sí y el insobornable individualismo”[108], quienes procuran “hacer grande a USA de nuevo”, esto es, anexar Canadá, Groenlandia, Panamá, llamar al Golfo de México “Golfo de [Norte]américa”, con el claro propósito de hacer real la imagen del país que Castellani describió en Su Majestad Dulcinea: una nueva moneda, el truman, sustituye al peso, la Plazo de Mayo es rebautizada Plaza Roosevelt, la estación del subterráneo Callao es Schnoekel, Pueyrredón es Madison, Resistencia pasa a ser Walt Whitman, la fiesta de Navidad es sustituida por el Día de la América Unida, y el Sub-Super-Préside es el Contralmirante Harry Robertson, quien gobierna en realidad.
Pero no nos engañemos: se trata de un enfrentamiento de facciones del Talmudismo angurriento de Oro y con una maña asombrosa para alindar los motivos más ruines. El Presidente yanqui Coolidge, quien casualmente se llamaba Calvin, dijo el 17 de enero de 1925: “Al fin y al cabo, el negocio principal del pueblo estadounidense son los negocios. Están profundamente interesados en producir, comprar, vender, invertir y prosperar en el mundo”. Para no exponer su pueblo al horror y desprecio que despierta Shylock, luego dijo: “Los estadounidenses no ocultamos que deseamos riqueza, pero hay muchas otras cosas que deseamos mucho más. Queremos paz [lo antes dicho sobre la beligerancia yanqui nos exime de hacer comentario alguno], honor [el archicriminal Heinz (Henry) Kissinger expresó como humorada una verdad de a puño: “Ser enemigo de los Estados Unidos es peligroso, pero ser aliado es letal”] y caridad [mostrada en Dresde, Hiroshima e infinidad de bombardeos “amistosos”, en Irak, Siria, etcétera; las cárceles de Guantánamo…]”. ¿Para qué seguir?
Un ejemplo actual de contradicción seca al Cristianismo en nombre del Cristianismo lo ofrece Paula White, asesora neopentecostal evangélica del Presidente Trump desde 2015. La profetisa politicante enseña la “Teología de la Prosperidad”, que ambiciona la fusión de la Iglesia con el Estado para restaurar los valores cristianos (puritanos): abundancia de bienes materiales, salud y relación armónica con los demás miembros de la sociedad cerrada sobre sí misma. Dios es el garante de este paraíso absolutamente terrenal y Cristo queda reducido al nivel de unos de los varios Mesías que han esbozado los principios del Credo Americano, escrito por William Tyler Page en 1917 y aceptado por el Congreso el 3-IV-1918, que de ahora en más debe regir a la humanidad: “Creo en los Estados Unidos de América como un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo; cuyos justos poderes derivan del consentimiento de los gobernados, etc.”
La arrogancia yanqui no se contenta con el estrecho ámbito de nuestro planeta, sino que también se extiende a sus alrededores. La Prensa informa que “el Presidente Bush propone otro ambicioso plan: crear una base permanente en la Luna y una eventual expedición a Marte. ¿Por qué la Luna y por qué Marte? Porque el destino del hombre es esforzarse, buscar y encontrar, y el destino de U.S.A. es estar al frente”[109].
Si recordamos que “destino” significa fatalidad, aceptamos sin chistar que Calvinolandia es una fatalidad manifiesta para el universo… y sus alrededores. No podemos menos que hacer nuestras las palabras del paisano de Villaguay, que, con un pie en la tumba, y mientras sus hijos lo instaban vehementemente (aunque con palabras que un académico consideraría rústicas) a no aflojar, repetía con voz plañidera: “¡Qué destino, [y concluía la queja con la interjección que vocifera Milei tras victorear la libertad]!”.
Aunque despilfarró su talento, Rubén Darío llegó al fondo de la cuestión en el último verso de su “Oda a Roosevelt”:
“Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!”.
Yanquilandia incide en el error de quienes rechazan la piedra destinada a ser cabeza de esquina[110], y los que pensaban construir la casa sobre un monte[111] dan signos de vislumbrar que en realidad han edificado sobre la arena[112].
“Leí ayer por estar medio enfermo (y además la lluvia) Nur ein Marsweib (Una Marcianita no más), que editó en una colección de los «mejores» cuentos del género Verne-Wells, seleccionada por el inglés E. Crispin y traducida al alemán por Leopold Voelker. […]
“Todos los cuentos que están en este tomo son siniestros: […] teológicamente son demoníacos. Tanto el mundo por venir aquí, como los diversos mundos, planetas y astros habitados, son de lo más macabro y terrorífico, según estos improvisados profetas: o sea, el maniqueísmo y la desesperación atea de nuestra época. Y esto no es casual, quiero decir, no se debe a un especial mal gusto del selector Crispin, pues he leído bastante «ficción» de ésta, y la gran mayoría es pesadillesca.
“En este nuevo género, las únicas novelas optimistas o providencialistas que conozco son la trilogía del teólogo anglicano C. S. Lewis, traducida en España, a saber: viaje a la Luna, viaje a Marte, viaje a Venus (This Maddening Strength ‒ Out of the Silent Planet ‒ Perelandra); y hasta un cierto punto las del espiritista rusoniano Arthur C. Clarke. Ambos autores son grandes artistas; y sus obras novelas eximias. Los demás se complacen en imaginar terrores y horrores y en escribirlos por lo general… horrorosamente. Exceptúese a Frederick Brown, por ejemplo, que es ateo y maniqueo, pero gran novelador. Mórrison y Brádbury, que tienen fama, no los conozco bien todavía, nombradía.
“La aparición de este nuevo género aparentemente fácil (pues deja a la imaginación inalambrados campos) ha abierto puerta a una orgía y candombe de disparates y absurdos como nuca jamás se había visto en literatura. Las memeces de las novelas «pastoriles» mediocres y de los libros de caballerías del siglo XVI son monumentos de sabiduría al lado de las absurdidades que se atreven a proferir en nombre de la Ciencia Moderna estos fantaciencios yanquis”[113].
El carácter distópico de tales ficciones se debe a que “los castigos de Dios suelen ser la consecuencia de los desórdenes humanos, que Dios no anda armado con un palo matando a los que lo desobedecen. Es el orden moral sobre el cual está sólidamente fundada la tierra el que castiga, automáticamente a veces, a sus transgresores”[114].
Mas aunque careciéramos de esta certificación aportada por la literatura, nos bastaría la fe en la Palabra de Dios para advertir el signo satánico de la nueva identidad que los yanquilandios ofrecen a nuestra gozosa aceptación, pues los tres principios básicos que Grondona le atribuye son contradichos tajantemente por el Evangelio.
La parábola del rico insensato[115] nos recuerda que el verdadero entusiasmo resulta de la presencia de Dios en el alma, y quien apueste todo a “esta” vida ya puede reservar un lugar en el frigorífico junto a Walt Disney.
“Sin mí nada podéis”[116] ofrece un saludable correctivo a la confianza en el hombre:
“El hombre domina todo,
No se domina a sí mismo.
Con todo su maquinismo
Está hoy más malo que nunca,
Y no inventó la carlunca
Pa´ domar su propio abismo”[117].
Y la cruz se opone diametralmente a la absolutización de la libertad (“¡Non serviam!”), pues con la fuerza de Su sacrificio el Señor enseña que la libertad vale algo cuando el amor la convierte en obediencia y servicio: “Mi alimento es hacer la voluntad del Padre”[118].
La Madre Teresa de Calcuta eligió a U.S.A como sede del Noviciado de su Congregación. porque estaba persuadida de que el Infierno en esta vida tiene sus oficinas centrales en Yanquilandia y quiso que las oraciones y penitencias de las religiosas ofrecieran a Dios reparación por los encantos del “american way of life”. Ni siquiera en la India, donde había pasado cuarenta años hundiendo sus dedos en las llagas de los leprosos y recogiendo agonizantes, había visto la miseria tan profundamente enquistada en el corazón y el alma hasta tal punto infiernada.
No creemos en el eterno retorno, pero es evidente que quienes se jactan de haber roto con Grecia, Roma y la Cristiandad, lejos de avanzar, han retrocedido a las tinieblas precolombinas: el norte parece una trasposición de Tenochtitlán a nuestro tiempo y emplea su casi ilimitado poder para llevar adelante los negocios en su vasta zona de influencia de un modo “razonable, comprensible, natural, como se expanden todos los pueblos, como la misma vida vive, al costo de otras vidas y de otros pueblos”, en una palabra: de nosotros.
“Tú dices: «Yo soy rico, yo me he enriquecido, de nada tengo necesidad», y no sabes que tú eres desdichado y miserable y mendigo y ciego y desnudo”[119].
6- ¿Y por Casa, cómo Andamos?
No podemos endosar la derrota de España y de las naciones por ella engendradas exclusivamente al odio teológico de la camarilla financiera que lanzó a los anglosajones contra el Imperio donde no se ponía el sol, pues, así como la caída de los aztecas e incas se debió ante todo a una falla espiritual, lo mismo vale para el caso de España y sus Reinos americanos.
La atribución del colapso al Catolicismo es idiota, pues la fe obra una transfusión de vida sobrenatural capaz de levantar a los muertos, como lo prueban en general la milagrosa restauración de la civilización pagana convertida en Cristiandad.
Pasemos al segundo argumento: “¿Somos una raza inferior, agotada, tarada, «heredohispanos», condenada por la naturaleza a la secundariedad? Idea de Ortega y Gasset respecto a España en La España Invertebrada, retractada ineficazmente muchos años después en su «Prólogo para Ingleses». Idea también de Sarmiento, Alberdi y Juan María Gutiérrez, desmentida por la misma personalidad de los que la concebían: atacaban a su raza de una manera «racée». Habrán caído en errores y canalladas, si se quiere; pero es indudable que tenían un brío vital racial eminente”[120]. El Siglo de Oro español evidencia el carácter terciario o cuaternario de los que atribuyen secundariedad a la raza hispana.
La rápida transición del esplendor a ocaso se debe en parte a que España debió batallar, muchas veces sola, con el Turco y los piratas del Mediterráneo, Francia, Inglaterra, los protestantes alemanes y los de Flandes en su intento de mantener la Cristiandad en Europa y prolongarla a tierras paganas. Aunque mantuvo la fe, Portugal fue aliado de Inglaterra y desempeñó un papel significativo en la ruina del proyecto español en el Nuevo Mundo.
Con todo, el designio de Isabel habría granado en nuestras tierras si la Conquistadora no se hubiese entregado al barroquismo religioso, hinchazón con perdida (no completa) de la sustancia. Esa veta espuria afectó particularmente a la Madre Patria, debido a la idiosincrasia de su gente:
“Estos españoles son siempre un poco cerrados o ceñudos ‒y aun cerriles; pero son infinitamente simpáticos, porque son recios. Vaya, digamos la verdad: non tutti, ma buona parte.
“No tienen esa ligereza, que indica flexibilidad y encanta en los franceses. No han nacido para el reino del Intelecto sino de la Voluntad. Sus virtudes son la Templanza y la Fortaleza al servicio de la Justicia. La Prudencia en los españoles ‒que no hay que negar‒ se muestra en el Arrojo. Quemar las naves fue un acto de arrojo; y sin embargo fue soberanamente prudente. Julio César llegó a esa determinación después de meditarla tres días; en el caudillo español fue un gesto instantáneo.
“De ahí viene que cuando el español pierde la religión, que en él está en el lugar de la especulación intelectual, se vuelve un perfecto bruto. Le pasa lo que a la mujer cuando pierde la fe. No quiero decir que el caso sea el mismo, sino sólo el resultado. No digo que el español sea fcminoide o femenino, lejos deso; más femenino es el francés. (Todos somos femeninos, feminizados, por el hecho de haber nacido). Lo Femenino es «la actividad del ser humano en cuanto tiene por objeto inmediato otro ser humano». La actividad intelectual del español tiende siempre a lo concreto. Los verdaderos filósofos españoles (no Suárez sino Juan de Yepes, no Marías sino Zubiri) han trabajado sobre lo concreto. Menéndez Pelayo es más filósofo que Balmes; Donoso Cortés, profeta, es más filósofo que Lugo, metafísico. Ortega fue un «bluff» (por no decir un mono sabio) como profesor de metafísica; y lo que sirve en él son las observaciones agudas sobre la realidad contemporánea; y, por decirlo así, las descripciones filosóficas. El irrisorio «sistema» de Ortega, que él dio en llamar «perspectivismo», es un almuerzo donde lo único que alimenta son las salsas”[121].
En Proverbios la Sabiduría proclama que por ella reinan los Reyes[122]; y, cuando se encarnó, dijo que había venido para dar testimonio de la Verdad[123], cuya contemplación es el fin al que se ordenan todas las otras actividades de la sociedad[124]. El declive intelectual abatió a España, y la caída fue acelerada por los efectos de la endogamia que los Habsburgos practicaron para afianzar su poder. Las taras genéticas fueron notorias en los últimos Austrias, cuyo ciclo terminó con el reinado calamitoso de Carlos II, que murió sin descendencia en 1700.
Como lluvia sobre mojado, Luis XIV se las arregló para imponer un Borbón en el trono de Madrid. Esta dinastía, un verdadero presente azteca de Francia, introdujo en el Imperio el Liberalismo, incompatible con la Hispanidad. Desde entonces, las capas superiores de la sociedad comenzaron a chocar con las costumbres, instituciones y creencias del pueblo sencillo; los modelos lucubrados en los gabinetes han asfixiado a lo que brota de la tierra y el resultado inevitable es la perpetua inestabilidad, la guerra civil y el atraso porque “todo reino dividido contra sí mismo, queda asolado”[125].
“En la España de Carlos III y sus sucesores se dio por muerto al pasado, y como ideal, la creación una nación nueva, sobre la base de una «ideología», el Iluminismo”[126], Don Juan Carlos faltó a la palabra empeñada e hizo posible la “transición democrática” que ha puesto a España al borde de la disolución; y, poco antes de ser coronado, Felipe VI manifestó que su modelo sería Carlos III.
A muchos españoles les han hecho creer que, para estar a tono con la época, deben repudiar las hazañas inspiradas otrora por su quijotismo. Nos parece bien que España haga un mea culpa, pues si comparamos a Felipe II con Felipillo; la mirada aguda e imperiosa de Carlos V retratado por Tiziano, con la expresión pícara del ambientalista, animalista y Presidente Honorario del Fondo Mundial para la Naturaleza, que a hurtadillas y bien acompañado cazaba elefantes y otros bichos en Botsuana, habrá que reconocer que las cosas han cambiado, aunque no han mejorado. España no debe pedir perdón porque el ímpetu del Cid la trajo al Nuevo Mundo, sino porque la traición de las Cabezas hizo que el pueblo eligiera como gobernantes a quienes están empeñados en sellar con siete vueltas de llave la tumba del Cid.
Pasemos a nuestra América. Es indudable que la Madre Patria sembró aquí el trigo y la cizaña, pero los bienes que hemos recibido de ella superan largamente los males. ¿Qué hemos hecho con ese depósito?
En el Prefacio a la obra de Jacques Lafaye Quetzalcóatl et Guadalupe[127], el escritor mexicano Octavio Paz reflexiona:
“Desde la segunda mitad del siglo XVI hasta el fin del siglo XVIII, la Nueva España fue una sociedad estable, pacífica y próspera. […] No supo crear ni una ciencia ni una filosofía, pero sus creaciones artísticas son admirables particularmente en el dominio de la poesía, del urbanismo y de la arquitectura. […] En 1847, la bandera de los EE.UU. fue plantada en el palacio Moctezuma Ilhuicamina y de los virreyes. El sueño del imperio mexicano se esfumó para siempre: el verdadero imperio era otro imperio. México se hizo más pobre, pero no más sabio: un siglo después de la guerra contra los norteamericanos nos continuamos preguntando quiénes somos y qué queremos”[128].
Al escritor mexicano se le escapa que ha sucedido lo que tenía que suceder, pues los males que deplora son consecuencia directa de la depresión intelectual que admite. La fe sencilla puede ser intensa ‒Buenos Aires venció al hasta entonces más poderoso ejército inglés enviado a Sudamérica porque la gente no quería ser gobernada por herejes‒, pero de suyo es una semilla que reclama el crecimiento[129], como lo prueba la Historia: durante las persecuciones romanas y arrianas, Justino, Tertuliano, Orígenes, Cipriano, Atanasio, Hilario, los Padres Capadocios, acuciados por el apetito de verdad característico del hombre, buscaron entender lo creído, conforme a la máxima paulina: “Oraré con el espíritu, mas oraré también con la mente”[130], y así no sólo fundaron la Teología (“fides quaerens intellectum”), sino que por añadidura asimilaron (después de haberla purgado) la cultura grecorromana, como se ve en la primera parte de La Ciudad de Dios. Esta disposición del ánimo produjo las condiciones para que la sociedad llegase a un estadio cultural adulto y fuera libre: “la Verdad os hará libres”[131]. Ahora bien, esto no sucedió en Hispanoamérica.
Con respecto a nuestro país, Castellani escribe:
“Una nación ya no es más en ningún modo factoría, cuando tuvo ya el cerebro despegado, no antes cuando sólo los miembros sin ligamentos; como un racional es hombre total, hombre «in actu completo», como observa Santo Tomás, sólo cuando piensa, no cuando duerme, come o divaga. […] Sólo cuando haya una ciencia y un saber para el gasto, cuando haya vida mental asaz fuerte para afrontar los problemas colectivos […] de un modo autóctono, podrá decirse recién que nuestra patria ha comenzado a recorrer sus propios caminos y destinos. […]
“¿Tenemos ya ese mínimum de cabeza para el gasto? Ojalá yo me equivoque, pero no. En las disciplinas artísticas, en las disciplinas científicas, en Medicina, en Ingeniería, quizá. Posiblemente. Yo no lo sé. Es más fácil: creo que sí. Mas en los saberes filosóficos y morales, no. En Política, no. En Sociología, no. En Filosofía, no. En Teología, no. En Humanismo, no y mil veces no. Es decir: sabemos ya un oficio, pero no sabemos Los Oficios, que dijera Cicerón: sabemos el oficio de Obrero, pero no todavía el oficio de Hombre. Sabemos ganarnos la vida, y servir a la Vida; pero no sabemos aún para qué sirve la Vida. […]
“La Argentina no tiene aún una cultura superior propia, […] está descabezada allá en la cúspide, y espera la última piedra clave de la pirámide, la piedra con el pararrayos que traba y ajusta todas las otras”[132].
En el “Prólogo” de su traducción al castellano de la Sagrada Escritura, Mons. Straubinger extiende el juicio de Castellani a las Naciones hermanas:
“Verter toda la Biblia en un idioma moderno, y comentarla al mismo tiempo, significa un esfuerzo tan grande que nos permitimos, habiendo escarmentado en cabeza propia, aconsejar a los demás no seguir nuestro ejemplo. Los que están al tanto de la vida intelectual de este continente saben perfectamente cuán difícil sería reunir un núcleo de traductores de la Biblia”[133].
En el Diario de un Campesino del Danubio[134] Vintila Horia sostiene que los juicios despectivos, comunes en Europa, sobre Hispanoamérica han sido hechos por hombres pintarrajeados de prejuicios e incapaces de vislumbrar la tragedia que padecen nuestros pueblos y el milagro de su supervivencia. Horia tiene razón, pero, por otra parte, es forzoso reconocer que el aporte de estos pueblos a la civilización universal es mínimo.
Por aquellos años Giovanni Papini reflexionaba sobre este hecho:
“América lo ha recibido todo de Europa. La mayor parte de su población; su religión dominante; la literatura, el arte, la ciencia, la filosofía. En estos últimos cuatro siglos, de la mitad del quinientos a la del novecientos, Europa ha sido una exportadora de hombres, de libros, de descubrimientos, de ideales, de teorías, de sistemas. Con estas exportaciones, Europa no ha empobrecido: ¿hasta qué punto ellas han enriquecido a América? […] ¿Hasta qué punto América ha hecho fructificar los talentos que le fueron consignados por la vieja madre Europa? […]
“Comencemos por la religión. Ningún gran teólogo, ningún místico famoso, pero ni siquiera un movimiento herético: aun las herejías, como lo enseña la historia del Cristianismo, son prueba de una intensa vida religiosa. […]
“Pasemos a la filosofía. La América latina ha conocido y adoptado, punto por punto, los sistemas que han sido concebidos en Europa, y ha permanecido fiel, por más tiempo que la misma Europa, al ingenuo positivismo de Comte. No ha dado ni filósofos originales, ni sistemas propios. En la prolija historia de la filosofía de Uberweg-Heinze, donde están citados hasta los más mínimos, no encontramos sino el nombre de dos filósofos cubanos: Félix Varela y José de la Luz Caballero, importantes en la historia de Cuba, pero no ya en la historia del pensamiento. El colombiano Torres es un pensador más agudo que potente.
“En lo que a la literatura respecta, […] existe, sí, un escritor nacido en México que ha alcanzado un puesto eminente en la historia del teatro europeo: Pedro Ruiz de Alarcón. Pero él nació allá ocasionalmente de padres españoles, y muy joven vino a España, donde desenvolvió y fructificó su genio dramático. […]
“En materia de arte las cosas van aún peor. He hojeado los dos volúmenes monumentales de José León Pagano sobre el arte en la Argentina y he hallado obras que demuestran habilidad de factura y de asimilación, pero ningún artista me parece que ofrezca una creación verdaderamente suya, independiente de las formas y de las escuelas europeas. Uno solo –el mexicano Diego Rivera– ha llegado a imponer su nombre a la consideración de los críticos europeos, pero no ha conquistado ni la fama ni ha ejercido la influencia, por ejemplo, de un Pablo Picasso.
“En el campo de las ciencias, las cosas no van mejor. Newton, Darwin, Lombroso, Freud, Einstein son conocidos y estudiados aún en la América del Sur, como en todos los países del mundo, y han encontrado al otro lado del Atlántico excelentes vulgarizadores y discípulos. Pero no hay un descubrimiento, una teoría nueva que nos haya llegado de América: ningún nombre de sabio se ha impuesto a nuestra atención, ni siquiera a nuestra curiosidad.
“Creo que será inútil continuar esta melancólica y desencantadora reseña. Y que quede bien claro a quien la leyere que yo emprendí esta búsqueda con gran amor, y la termino con gran dolor. Como italiano –como hermano de los americanos en la esfera de la cultura– hubiera deseado y querido encontrar alguna cosa de más, mucho más. Desde muchacho he sido atento admirador de la cultura ibérica, y hubiera sido feliz si la de América latina hubiera podido parangonarse con la de España”[135].
Dijimos que el letargo espiritual latinoamericano se explica por la depresión contemplativa. Cristo “dijo ser la Verdad, no la costumbre”[136], mas cuando se cerró el período de los grandes evangelizadores (Santo Toribio de Mogrovejo, San Francisco Solano, Fray Toribio de Benavente, etc.), una parte considerable del clero hispanoamericano se abandonó a la rutina, y olvidó su “deber primero, que es enseñar y ver”[137].
“La «fe no pensada» es una de las variedades de la «fe sin obras» del Apóstol Yago[138]. La obra del entendimiento es en el hombre la primera obra. Esta obra de pensar la fe ha faltado hasta ahora en la Argentina. En un cinetocincuentañario de «religión», la Argentina no ha producido libros religiosos buenos; ni malos, si vamos a eso; y los devotos hacen un milagro cuando leen una traducción del Cardenal Spellman o Raoul Plus”[139].
Alguien podría objetar que estos juicios acentúan excesivamente el papel del intelecto en la vida espiritual sin tomar en cuenta la caridad, reina de las virtudes; pero no hay tal oposición. El Verbo hecho carne ‒dice San Agustín[140]‒ sólo puede ser contemplado con los ojos del corazón, lo que es lógico pues “el que ama, piensa en lo que ama; y eso es contemplación”[141].
Esa Iglesia decaída no pudo vencer en el plano espiritual al Liberalismo ni al Dinero (el ídolo envuelto por las palabras hechiceras de la fraseología herética), a los que se entregaron las clases altas. Éstas, en vez de desarrollar la auténtica cultura ‒el esfuerzo por vivificar nuestra tradición: “el régimen comunal, la división federal, la adhesión personal a un adalid, la elección de jefes por los varones en armas, la familia patriarcal a la romana-española; y como resultado, la moral estricta y en general observada”[142]‒, la arrojaron por la borda e intentaron sustituirla por una “cultura de importación”[143].
Como es natural, los liberales importaron una Constitución exótica (la yanqui), con el previsible resultado del subdesarrollo, que “no viene de que seamos católicos (que mucho mucho no lo somos tampoco), ni de que seamos «heredohispanos», ni de que seamos mestizos catingudos, como opinaron los filósofos independientes Conde de Gobineau, Conde de Keyserling, y el plebeyo Georges Guyau[144]; nuestra rebelión crónica contra la autoridad viene de que no hay autoridad. –Velay. […] Como dijo un protestante muy inteligente y muy adverso a nosotros, hablando de Guatemala, «estos pueblos están técnicamente atrasados porque están políticamente desorganizados; –y están políticamente desorganizados, porque se intentó injertarles una estructura política discrepante, talando la que tenían antes: a pueblos de idiosincrasia teocrática y monárquica se les injertó en crudo un sistema correspondiente a idiosincrasia contractual anglosajona y protestante…» (Huxley, A., Beyond the Mexique Bay)”[145].
El juicio de Huxley es confirmado por otros intelectuales ingleses:
“«Now the history of the South American Republics shows that it is not good that Southern Europeans should be also Republicans. They glide too quickly into military despotism». (R. Kipling, «consejo» a los portugueses en 1910) –repetido por H. Belloc a los españoles en 1936.
“Séanos lícito traducirlo así:
“«Ahora bien, la historia de las Repúblicas Sudamericanas muestra que no es bueno que los Sud-europeos quieran ser también Parlamentistas. Ellos resbalan demasiado rápido al despotismo militar…»
“Así, como Lugones (decía que) no era bastante sonso para ser masón, así, los argentinos no somos (todavía) bastante cretinos para ser Parlamentistas: liberales a la anglosajona.
“¿Por qué no? Kipling no lo dice. No lo sabía tampoco. Es muy sencillo. […]
“Los sud-europeos igual que los southamericanos son católicos; y el Parlamentarismo (no hablo de los «Parlamentos» de la Edad Media) es un invento protestante”[146].
Por eso dijimos que había sucedido lo que tenía que suceder: “El sistema no prendió. Como se podía prever. Y como previó hace 25 siglos un filósofo[147]: la Constitución que ha tenido éxito en Esparta, injertada en Atenas, no prende”[148].
Un hecho indica la raíz de los males que no terminan de caernos encima: desde que la Cruz fue plantada en nuestra Patria, los dos primeros comentarios serios al Evangelio escritos por argentinos fueron compuestos casi al mismo tiempo (1954-1955) por sacerdotes hechos a un lado. Uno, por Castellani, que, para evitar la miseria con que los curiales buscaban acallarlo, aceptó escribir para el diario sanjuanino Tribuna prédicas sobre los Evangelios dominicales (reunidas luego en El Evangelio de Jesucristo).
El otro es obra de Petit de Murat, O. P., a quien Monseñor Aramburu, entonces Obispo de Tucumán y luego Cardenal porteño, encomendó durante “el sarampión anticlerical de Perón”[149] la explanación de las lecturas del domingo para que fuera leída por el clero diocesano, de cuyas luces el Obispo no se fiaba. Depuesto Perón, las cosas volvieron a su curso “normal”, sin que la Iglesia advirtiese que la situación era explosiva. Cuando se desencadenó la tempestad, el ilustre dominico eligió retirarse a la soledad de El Timbó, donde pasó sus últimos años.
Así, el pueblo quedó con “una religión sentimental y pueril, cuando no meramente política”[150]. Las proyecciones indican que en el próximo censo más de la mitad de los argentinos se declarará no católico. “¿Hay consonante entre fraile y baile? –Hayle, dijo el poeta”[151].
En el mencionado Prefacio a la obra de Lafaye, Octavio Paz concluye que “estamos desarraigados en medio de las ruinas”. Y ese desarraigo se agudiza porque “ya no es más la metafísica sino la historia la que define al hombre, de manera que habrá que reemplazar en nuestras meditaciones la palabra clave «ser» por la palabra clave «entre». El hombre entre el cielo y la tierra, entre el agua y el fuego; entre las plantas y los animales; en el centro de los tiempos, entre el pasado y el porvenir; entre sus mitos y sus actos. Todo ello se puede reducir a una sola proposición: el hombre entre los hombres”[152].
Octavio Paz fue combatiente republicano en la Guerra Civil Española, luego becado por la Fundación Guggenheim y titular de cátedras en varias Universidades norteamericanas, beneficios que sólo obtienen los intelectuales “dagos” cuando sus doctrinas son funcionales a los designios de quienes buscan abolir nuestra identidad.
Unos treinta años atrás se distribuía gratis en los ambientes tradicionalistas católicos la revista Benengeli, dirigida por un yanqui que supuestamente estaba en la cárcel por culpa de la CIA. Aunque algunos artículos eran buenos, todos los números de la publicación remachaban tres cosas: primero, que el acuerdo entre católicos y protestantes debe lograrse en el campo de la razón (la ciencia), “voz natural de Dios”, con lo cual la fe queda puesta entre paréntesis; segundo, que el “Renacimiento dorado” (y antropocéntrico) había sido superior a la Edad Media, cuando la gente tenía la mala costumbre de poner a Dios en el primer lugar (en la volteada cae Santo Tomás); tercero, que el paradigma aristotélico debía ser sustituido por el platónico, lo que implica el fin de la metafísica. La inteligencia, en efecto, conoce el ser porque los actos de los sentidos externos captan las cosas del mundo en su existencia, mas Platón niega valor ontológico a los entes corporales, aduciendo que lo “realmente real” excluye la multiplicidad y el cambio. La aceptación de esto deja al hombre desarraigado en una historia sin ser, de la que habla Octavio Paz[153].
Años después salió a la luz lo que muchos sospechaban: el director de la revista, lejos de encontrarse en el calicanto por la perfidia de la CIA, era un agente de la CIA. El buen pescador usa muchas redes: Visión, Benegeli, Selecciones del Reader´s Digest (que no sabemos si continúa indigestando[154]). Contra malicia, milicia: tratemos de ver las cosas como son.
7- ¿Acaso No Soy Tu Madre?
La causa última de la crisis actual es retroceso de la fe, porque si todo fue creado por y para Cristo, en quien subsisten todas las cosas[155], y la Iglesia está indivisiblemente unida a Él como el cuerpo a la cabeza[156], se sigue que cuando la Esposa anda bien ‒hasta donde puede andar bien la Iglesia militante, en la que necesariamente se encuentran justos y pecadores‒, sale triunfante de la persecución y tiene fuerzas para instaurar todas las cosas en Cristo. Pero “si la luz que hay en ti es tiniebla, ¿las tinieblas mismas, cuán grandes serán?” (Mt. 6, 23).
“Es del todo inconcebible que si la Iglesia Ecuménica permanece fiel, firme y fuerte en la fe, se produzca una apostasía tan grande en el mundo. Aquí yerra, según creo, Roberto Hugo Benson, en su Señor del Mundo, la novela en que describió el Reino del Anticristo, donde pinta una Iglesia firme y ferviente, aunque muy raleada, en medio de un mundo que sigue la herejía del Anticristo: el filosofismo, o humanitarismo, o adoración del hombre. No puede darse eso si no hay al mismo tiempo el auge de una religión falsa, o nuestra misma religión adulterada, a cargo de la Segunda Bestia o Pseudoprofeta”[157]. “Solamente el fariseísmo, el pecado contra el Espíritu Santo, es capaz de producir esa magna apostasía que Él predijo: la «mayor tribulación desde el diluvio acá», será producida por la mayor corrupción, la corrupción de lo óptimo. El dolor sólo remediable por Dios en persona es el producido por la corrupción irremediable, «la sal que ha perdido su salinez»”[158].
La situación actual es de suma gravedad, mas no sabemos si nos encaminamos hacia el fin de un tiempo (seguido por la restauración de la Cristiandad) o el fin de los tiempos: el breve reinado del Señor del Mundo, a quien Cristo matará en su Segunda Venida con el aliento de su boca[159].
“Puede ser que Dios quiera dar un respiro al mundo y restaurar, aunque sea por el breve tiempo de una generación humana, el Orden Romano-Cristiano de una Nueva Cristiandad. Puede ser también que no lo quiera; y que deje madurar hasta el fin el Misterio de Iniquidad, que ha de ser eliminado solamente por la Segunda Venida de Su Hijo” [160].
Hemos hablado sobre la puja que en estos momentos tiene lugar en USA entre la oligarquía financiera internacional ‒que impuso el comunismo en Rusia, lo mantuvo mientras le fue útil y ahora procura reducir a la humanidad a la condición de inquilinos del Gobierno Mundial‒ y los partidarios del capitalismo pro yanqui. Mas no debemos olvidar que, como dice una copla norteña, son “todit´e la mesma cría”. Castellani sostiene que el conflicto puede no desembocar en la Tercera Guerra Mundial, sino en la colusión de ambos monstruos por tercería de un cristianismo adulterado:
“Si se llegan a unir, fundir o combinar entre sí capitalismo liberal, comunismo y modernismo (como no es imposible), entonces se habrá tocado fondo, «las profundidades de Satanás»; y ya está hecha la cuna del Anticristo”[161].
Dios tiene sus caminos, impenetrables para nosotros. Sea como fuere, la victoria definitiva es del León de Judá[162], y la morada del Salvador es el Corazón Inmaculado de María, porque ‒contra la afirmación de protestantes y modernistas‒ no ponemos a la Santísima Virgen en el lugar de Dios, sino que la reconocemos como el lugar de Dios, a quien encierra en la universalidad du su “Fiat”. Por la Encarnación, el Redentor es “el hombre entre los hombres” (“Ecce homo”[163]) y da sentido a todas las cosas, las del cielo y la tierra, a lo absoluto y lo relativo, al tiempo y a la eternidad.
Entonces adquiere una sorprendente actualidad la gran señal que la Providencia nos dio en el Tepeyac en los días de la Conquista. Los enigmas que la ciencia descubre hoy en la tilma de Juan Diego son un signo, ya no para aquellos españoles e indígenas, sino para nosotros, los herederos de quienes pusieron los fundamentos de la Fe en el Nuevo Mundo. Nos encontramos ante un nuevo códice desplegado por la Sabiduría de Dios para que dejemos de estar sin entendimiento.
La Guadalupana viene una vez más como la estrella de la Evangelización. Nuevamente María se manifiesta a Juan Diego: si Juan representó en Ain Karem y en el Calvario al siervo hecho hijo por la gracia de Cristo, el hijo americano es Juan Diego, pues el nombre “dago” utilizado por quienes nada saben de la Reina del Cielo es una deformación de “Diego”.
La tilma del macehual, tosca y sin consistencia, es un símbolo de nuestras naciones destartaladas por el sacrilegio liberal. Pero sobre esa realidad despreciable para el mundo, el dedo de Dios pone la marca de su Omnipotencia. Y entre los portentos del icono, ninguno tan sugestivo e iluminador como la calidad extraordinaria de sus ojos. ¿No son ellos el espejo del alma? Ese busto humano reflejado en los ojos misteriosamente vivos revela que su amor nos ha impreso en su corazón y así estamos bajo su protección y amparo. Con su mirada benevolente vuelve a decirnos que no debe turbarse nuestro corazón, y una vez más pide que confiemos en ella e invoquemos su nombre ya que es nuestra piadosa Madre, nuestra Salud y el Remedio de toda miseria, pena y dolor.
Las furias del Infierno se desatan alrededor nuestro, mas la Santísima Virgen avanza victoriosa, terrible cual ejército en orden de batalla: así como en los días de la Conquista ahuyentó los demonios e hizo posible el arraigo de la fe y el nacimiento de una sociedad nueva, asimismo hoy se apresta a reedificar los muros destruidos y vendar los corazones atribulados. La empresa iniciada por Isabel y Fernando, los esfuerzos y fatigas de quienes plantaron por vez primera la cruz en América y lavaron el Nuevo Mundo con el agua del Bautismo, no serán llamados estériles trabajos del amor. Ya pueden Borbones y Masones, Socialdemócratas, Jerarcas y sacerdotes vergonzantes de la Cristiandad echar siete vueltas de llave al ideal caballeresco del Cid, San Ignacio y Santa Teresa: cometen el mismo error de quienes pensaron terminar con el Señor poniendo una guardia en la tumba sellada.
El Sol que ha querido encerrarse en el seno de la Purísima y la envuelve con su resplandor iluminará a cuantos yacen en tiniebla y en sombra de muerte, quienes atónitos exclamarán: “¿De dónde este honor y esta gloria que la Madre del Señor venga a nosotros? ¡Bendita eres entre todas las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!” Y de nuevo, como en Ain Karem, la más pequeña, que espontáneamente ofrece a Dios cuanta gloria recibe de los hombres, volverá a prorrumpir en él más hermoso de los himnos: “Mi alma canta la grandeza del Señor”.
[1] Publicado con el título “Guadalupe: Maravilla y Esperanza Americana” en revista Gladius, n° 12, 1988 (corregido y aumentado).
[2] Una Gran Señal Apareció en el Cielo, anónimo, México, 1981, p 48.
[3] Hasta aquí hemos seguido el Nican Mopohua, relato de la aparición, obra del sabio indígena Antonio Valeriano.
[4] Escalada, Xavier, S. J.: María de Guadalupe, México, 1981, p 4.
[5] Vaillant, C.: The Aztecs of Mexico, Penguin Books, 1961, p 257.
[6] Monseñor Martínez, Arzobispo de México, María de Guadalupe, Editorial La Cruz, México, 1981, p 111.
[7] Una gran señal . . ., p 121.
[8] Una gran señal . . ., pp 120-121.
[9] “12 de Diciembre: Fiesta de la Virgen de Guadalupe”, chiesaepostconcilio.blogspot.com, 12-XII-2024.
[10] La Arcadia, una región apartada en el centro del Peloponeso, fue retratada por la poesía como un lugar idílico de vida pastoril, donde reinaba una felicidad perdida; aunque no es éste el sentido del célebre cuadro de Poussin “Los Pastores de la Arcadia”.
[11] Díaz Del Castillo, Bernal, en Crónicas Americanas, C.E.A.L., Buenos Aires, 1969, p 5.
[12] Díaz Del Castillo, op. cit., p 5.
[13] Díaz Del Castillo, op. cit., p 19.
[14] Von Hagen, V. W.: The Aztec: Man and Tribe, The New American Library, New York, 1962, p 90.
[15] Soustelle, Jacques: La Vie Quotidienne des Aztèques a la Veille de la Conquête Espagnole, Le Club du Meilleur Livre, Paris, 1959, Introduction.
[16] Op. cit., p 96.
[17] Vaillant, op. cit., p 241.
[18] Vaillant, op. cit., p 229.
[19] Vaillant, op. cit.; p 232.
[20] El Mercader de Venecia, I, 3, 150-152.
[21] Von Hagen, op. cit., p 162.
[22] Von Hagen, op. cit., p 173.
[23] Von Hagen, op. cit., p 95.
[24] Vaillant, op. cit., p 200.
[25] Gehorsam, Jan: “Hambre Divina de los Aztecas”, La Nación, 18-X1-861 p 9.
[26] Vaillant, op. cit., p 199.
[27] Von Hagen, op. cit., p 164.
[28] Vaillant, op. cit., p 200.
[29] Von Hagen, Victor W., World of the Maya, The New American Library, New York, 1962, p 125.
[30] Von Hagen, The Aztec . . ., p 165.
[31] Apud Dumont, Jean, “La Primera Liberación de América”, revista Verbo, oct. 1986, p 85.
[32] Ibíd.
[33] Von Hagen, The Aztec…, p 152.
[34] Elie Faure, historiador de Arte, apud Von Hagen, The Aztec…, p 152.
[35] Bonnet-Eymard, Bruno: “Notre Dame de Guadalupe”, La Contre-réforme Catholique au XXe Siècle, Suppl, Sept. 80, p 20.
[36] Bazin, Germain, “Formes Démoniaques”, Satan, Desclée de Brouwer, 1948, pp 516-517.
[37] Una Gran Señal…, p 23.
[38] Bonnet-Eymard, Bruno, op. cit., p 20.
[39] Zapata Gollán, Agustín, La Guerra y las Armas, Eudeba, Buenos Aires, 1965, pp 5-8.
[40] Castellani, “Sociología del Arte”, Dinámica Social, n° 63, noviembre de 1955; Pluma en Ristre, Libroslibres, Madrid, 2010, pp 220-222.
[41] Chesterton, Santo Tomás de Aquino, Espasa-Calpe, Madrid, 1973, Cap VIII, p 175.
[42] Von Hagen, The Aztec…, p 12.
[43] Zapata Gollán, Agustín, La Guerra y las Armas.
[44] Cosmos, Editorial Planeta, Barcelona, 1982, p 306.
[45] Von Hagen, The Aztec…, p 47.
[46] Von Hagen, The Aztec…, p 162.
[47] Op. cit., p 199.
[48] The Aztec …, p 164.
[49] Díaz Araujo, Enrique, La Rebelión de la Nada, Cruz y Fierro, Buenos Aires, 1983, p 235.
[50] Díaz Araujo, op. cit., p 237.
[51] Díaz Araujo, op. cit., pp 235-237.
[52] Escalada, op. cit., p 55.
[53] Díaz Araujo, op. cit., p 237.
[54] García Vieyra, Alberto, O.P.
[55] Bonnet-Eymard, Bruno, op. cit., p. 25.
[56] Ibíd.
[57] Ibíd.
[58] Vaillant, op. cit., p 255.
[59] Efrén de la Madre de Dios y Otger Steggink, Tiempo y Vida de Santa Teresa, B.A.C., Madrid, 1977, p 64.
[60] No tenemos la referencia del texto en cursiva.
[61] Esparza, Daniel R. “El increíble viaje de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, el primer escritor «norteamericano»”, aleteia.org, 21-XII-2018.
[62] Efrén de la M. de Dios y O. Steggink, op. cit., p 44.
[63] Castellani, “A Modo de Prólogo”, Decíamos Ayer, Sudestada, Buenos Aires, 1969, p 26.
[64] Portador de Cristo.
[65] “San Ignacio, Pío Baroja y Hitler”, en Cristo ¿Vuelve o no Vuelve?, p 242.
[66] Dumont, Jean, La Primera …, p 90.
[67] Miguel de Unamuno.
[68] Chesterton, “El Rostro en el Blanco”, El Hombre Que Sabía Demasiado, Ediciones G.P., Barcelona, 1975, p 7.
[69] Sobre esto, recomendamos la película australiana Breaker Morant (1980).
[70] La palabra italiana “miliardi” puede significar miles de millones o billones.
[71] Maritain, J., Primauté du Spirituel, Plon, Paris, 1927, nota 107, p 314.
[72] “La Bibbia degli Schiavi”, maurizioblondelt.it, 2-XII-2024.
[73] Gómez de la Serna, G., Mundo Hispánico, octubre de 1959, p 25.
[74] Op. cit., contratapa.
[75] Op. cit, p 307.
[76] Esteban, Carlos, “Cuando el Salvaje Oeste entró en el Vaticano”, infovaticana.com, 17-IX-2021.
[77] Castellani, “«Cinco Años Después», un Libro de Cafiero (II Reflexiones)”, Tribuna, San Juan, 14-II-1962.
[78] Historia de un Alma, Cap XI.
[79] Castellani, Las Ideas de Mi Tío el Cura, Excalibur, Buenos Aires, 1984, p 91.
[80] En “Literatura Europea y Literatura Yanqui” (Nueva Crítica Literaria, Dictio, Buenos Aires, 1976, p 263) Castellani escribe que le gustaría llamar a los EE.UU. “Mayflowerlandia”. En este apartado damos las razones de tal aseveración.
[81] 15/29-XII-86, pp. 13-14.
[82] Castellani, “Fantaciencia (que sería mejor llamada faltaciencia), 1960.
[83] José Antonio Primo de Rivera.
[84] “La Recuperación de la Legitimidad”, Azul y Blanco, fines de octubre o principios de noviembre de 1962.
[85] Lc. 17, 6.
[86] Cfr. “Las Potencias Marítimas, el Leviatán y el Estado Moderno”, El Verbo y el Anticristo, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993, pp 11-18.
[87] “Benavente”, en Verbo (edición argentina).
[88] “Literatura Europea y Literatura Yanqui”, revista Dinámica Social, nº 83-84, Buenos Aires, septiembre-octubre de 1957.
[89] También se escribe “whodunnit”, del inglés “who [has] done it”: ¿quién lo ha hecho?; variedad de novela policíaca cuya trama es muy complicada.
[90] Repugnantes, infectos.
[91] Artículo manuscrito en la contratapa y páginas finales de Moisés y Martín Fierro, de Guillermo Luzuriaga Agote, Círculo Cultural de Junín, Junín, 1960.
[92] Experimento decisivo.
[93] Eso dijo un siglo atrás. ¿Cuál es la mentalidad media de un yanqui actual?
[94] Castellani, “Fantaciencia (que sería mejor llamada faltaciencia), 1960.
[95] Lc. 18, 11.
[96] “Quando in Inghilterra si vietò il Natale”, radiospada.org, 21-XII-2024.
[97] Directorial de Jauja Nº 5, mayo de 1967; Un País de Jauja, Ediciones Jauja, Mendoza, 1999, p 52.
[98] “La Voluptad, el Amor y Klagues”, Conversación y Crítica Filosófica, Espasa-Calpe Argentina, Buenos Aires, 1941.
[99] Directorial de Jauja Nº 6, junio de 1967; Un País de Jauja, Ediciones Jauja, Mendoza, 1999, p 65.
[100] Directorial de Jauja Nº 5, mayo de 1967; Un País de Jauja, Ediciones Jauja, Mendoza, 1999, p 51.
[101] Ibarguren, C., De Monroe a la Buena Vecindad, Dictio, Buenos Aires, 1979, p 14.
[102] “Il Nuovo Ordine Mondiale e la Guerra al Terrorismo”, http://www.unavox.it/ArtDiversi/div048_Rao.htm, 25-IX-2006.
[103] “USA gegründet vor 239 Jahren, davon 222 im Krieg (93%)”,, gegenfrage.com, 22-II-2015.
[104] “Made for War, das Geschäft der Vereinigten Staaten”, gegenfrage.com, 20-VII-2017.
[105] La expresión es de Lautaro Durañona, director de Cabildo y Tribuna.
[106] Brillaba.
[107] Rubén Darío, “Oda a Roosevelt”.
[108] Mullins, Eristace, apud Castellani, De Kirkegord a Tomás de Aquino, Guadalupe, Buenos Aires, 1973, p 153.
[109] 21-VII-89, p 2.
[110] Mt. 21, 42.
[111] Mt. 5, 14.
[112] Mt. 7, 26-27.
[113] Castellani, “Fantaciencia”.
[114] Castellani, Cuarta Conferencia del Ciclo La Profecía y el Fin de los Tiempos55.
[115] Jn. 15, 5.
[116] Lc. 12, 13-21.
[117] Castellani, La Muerte de Martín Fierro.
[118] Jn. 4, 34.
[119] Apoc. 3, 17-18.
[120] “Problemita” (artículo escrito durante la Presidencia de Onganía).
[121] Castellani, “Leído para Usted”, Jauja n° 5, mayo de 1967, p 46.
[122] 8, 15.
[123] Jn. 18, 37.
[124] Santo Tomás, Suma contra los Gentiles, III, 37.
[125] Mt. 12, 25.
[126] “El Sacrilegio”, en Segunda República nº 45, 13-III-1963; Notas a Caballo de un País en Crisis, Dictio, Buenos Aires, 1974, p 43l.
[127] Gallimard, 1974.
[128] P XXIII.
[129] Mc. 4, 26.30.
[130] I Cor. 14, 15.
[131] Jn. 8, 31.
[132] Castellani, “¿Somos Independientes?”, Reforma de la Enseñanza,.
[133] Club de Lectores, Buenos Aires, 1986, T I, p 12. (La primera edición es del año 1948).
[134] Pp 69-70 de la edición española.
[135] “Lo Que América no Ha Dado”, en Revista de América, Bogotá, junio de l947.
[136] Tertuliano.
[137] Castellani, “¡Quién Pudiera Gritar!”, Decíamos Ayer, Sudestada, Buenos Aires, l968, p 423.
[138] 1, 22-23; 2, 14.
[139] Prólogo a Nosotros los Inmortales, Botana, Helvio, Farina Editores, Buenos Aires, 1961. Castellani generaliza: Meinvielle (Los Tres Pueblos Bíblicos en Su Lucha por la Dominación Mundial [1937], De Lamennais a Maritain [1945], La Cosmovisión de Teilhard de Chardin [1960]), Antonio Vallejo, O.F.M (La Noche de Cefas [1943], Melquisedek [1959]), etc. pensaron la religión. Además, los “Cursos de Cultura Católica” prometían una rica cosecha, que no llegó a dar los frutos esperados por la oposición del Cardenal Copello, quien solía decir que no necesitaba intelectuales sino párrocos (testimonio oral del Dr. Emilio Komar).
[140] Tratado I sobre la Primera Epístola de San Juan (segunda lectura del Oficio del 27-XII).
[141] San Agustín y Nosotros, Jauja, Mendoza, 2000, Cap XII, p 238, 1961.
[142] “Directorial” de Jauja n° 5, mayo de 1967; Un País de Jauja, Ediciones Jauja, Mendoza, 1999, p 52..
[143] “Espigando Campo Ajeno”, otoño de 1955; el artículo se encuentra en Perogrullo & Compañía.
[144] Afirmó que, en América, “la raza española no ha producido –ni producirá– una sola obra de valor universal”.
[145] “La Mentira Política”, Azul y Blanco, 14-IV-1960.
[146] “Miserere, con Nombres y Todo”, 1957 o 1958.
[147] Aristóteles, La Constitución de los Atenienses.
[148] “La Mentira Política”, Azul y Blanco, 14-IV-1960.
[149] Castellani.
[150] Castellani, “Los Curas Proletarios”, Dinámica Social Nº 43, mayo de 1954; Las Canciones de Militis, Dictio, Buenos Aires, 1973, p 310.
[151] Castellani.
[152] Pp XX, XXVIII.
[153] Sin negar la grandeza de Platón; indicamos un punto débil de su filosofía. En el siglo XX el campeón de la lucha contra la doctrina de “la fábula del mundo” fue Chesterton: “Si las cosas nos engañan, es porque son más reales de lo que parecen” (Santo Tomás de Aquino); “Si ha de haber para mí una casa en el Cielo, tendrá o un farol verde y un cerco, o algo tan absolutamente positivo como un farol verde y un cerco” (Manalive).
[154] Castellani la llamaba Selecciones del Reader´s Indigest.
[155] Col. 1, 16-17.
[156] Ibíd., v 18; Rom. 12, 5.
[157] Castellani, La Profecía y el Fin de los Tiempos, Segunda Conferencia.
[158] Castellani, Los Papeles de Benjamín Benavides, Dictio, Buenos Aires, 1978, Parte Tercera, Cap I, p 226.
[159] II Tes. 2, 8.
[160] “La Liberación del Proletariado”, Tribuna, 31-X-1945.
[161] Las Parábolas de Cristo, “Parábola de las Puertas de la Polis”. “El modernismo es el fondo común de las dos herejías contrarias que algún día ‒que ya vemos venir‒ las englobará por obra del Pseudoprofeta. […] Esa herejía no es más que el núcleo explícito y pedantesco de un impalpable y omnipresente espíritu que permea el mundo de hoy” (Los Papeles de Benjamín Benavides; Dictio, Buenos Aires, 1978, Primera Parte, Cap IV, p 45). Cfr. “Prólogo al Libro «Nociones de Comunismo para Católicos» de Enrique Elizalde”, Seis Ensayos y Tres Cartas, Dictio, Buenos Aires, 1978, pp 161-162.
[162] Apocalipsis 5, 5.
[163] Jn., 19, 5.
