Jerónimo del Rey en el Congreso[1]
Sobre los ojos el chamberguito gaucho, ceñida la sotana por grueso cinturón de cuero y terciada al hombro como poncho patrio la capa del hábito, Jerónimo del Rey entró en la Cámara con el mismo aire resuelto que cuatro siglos atrás su bisabuelo Don Quijote se echara a desfacer entuertos por las llanuras manchegas. Acababa de ser elegido Diputado Nacional por la Alianza Libertadora.
Tomó posesión de su banca con la gravedad de quien tiene un difícil deber que cumplir. En la muchedumbre de políticos sin horizontes e intelectuales de comité que llenaban el amplio recinto, desentonaba el negro hábito de Jerónimo y la juvenil prestancia de sus compañeros en la lista triunfante por la Capital: mentalmente se comparó con Pedro y sus apóstoles trayendo a la Roma disoluta el testimonio de la Verdad Sublime y el ejemplo digno de sus vidas honestas.
‒¡Tiene la palabra el Diputado por la Capital! murmuró con displicencia el Presidente mientras atendía a unas correligionarias que buscaban empleos.
Contra todo uso parlamentario alzose Jerónimo para hablar. No sabía perorar de “sentado”:
‒Ante todo voy a pedir disculpas a todos estos honorables si mi estilo no es muy parlamentario que digamos. Pero yo no he venido aquí a cambiar de estilo, sino justamente a hacérselo cambiar a ustedes mis queridos colegas. Yo vengo a decir mi verdad, y la diré aunque se enojen en Antinazi[2] los católicos de la masonería o tachen mi discurso los grandes diarios en uso sagrado de la libertad de prensa. Y me tendrán que oír porque para eso me han hecho diputado. Aures habent et non audient, oculos…[3]
EL PRESIDENTE: No se permite hablar en inglés, señor Diputado. Retire esas palabras.
JERÓNIMO: No retiro un cuerno: en todo caso que las retire el salmista. Yo no quiero faltarles el respeto desde el vamos a mis honorables colegas, pero quiero advertirles que se me escapan algunos latinajos y uno que otro verso. Deformación profesional, señor Presidente.
Prosigo (ya ven como también sé hablar “en” diputado). Nosotros los del bloque nacionalista tenemos un programa bárbaro que hacer. Comprendemos muy bien que algo se ha hecho y mucho se ha intentado. Pero las cosas no se van a arreglar de la noche del 3 a la mañana del 4 de junio[4], porque no basta el deseo y la buena voluntad. Noventa años de materialismo, de descastamiento, de entrega, son muchos años, señor Presidente. Si noventa años hicieron de la Patria que soñara San Martín ésta que prudentemente tiene que callarse ante un Braden, está claro que tenemos que desandar bastante camino. Tal vez tengamos que aguantar mucho hasta poder mandar en nuestra casa, y no me refiero al acta de Chapultepec[5].
Durante años enseñamos la Verdad en el libro, en el diario (cuando nos daban papel), en la conversación de la calle. Lo hicimos sin salirnos de la huella, y ¡vive Dios! que venían degollando. Pero nuestra siembra dio fruto, y ahora estamos aquí. Eso quiere decir que el pueblo ha abierto los ojos y ya no se deja engañar por los diarios serios, por las revistas inocentes, por la radio ni por el cine. Ahora el pueblo ha tomado conciencia de sí mismo. Ahora hay “democracia”, porque solamente cuando un pueblo piensa por sí mismo hay “democracia”, todo lo demás es aprovechamiento de vivillos. Si los nacionalistas hemos llegado aquí, quiere decir que hay “otra” Argentina, que no es la de La Prensa ni la de los clubes, ni de los “comiteses”, ni la de los universitarios reformistas. Hay otra Argentina mucho más libre que esa de la “L” o del número “35”: una Argentina con Argentinos, señor Presidente.
La primera etapa que era darle a un pueblo conciencia de sí mismo señalando a quienes lo engañan con palabras bonitas, ya está cumplida, pues. Ahora viene la segunda: la que haremos los Diputados nacionalistas aquí.
Noventa años infames sin ley y sin fe
Pusieron la Patria cabeza para abajo.
Si ahora queremos ponerla de pie,
Mandemos los políticos al… trabajo.
Estos serán muy malos versos, pero es una verdad muy grande. ¡A trabajar, señores Diputados! El programa es muy lindo… Vamos a argentinizar la Argentina. Imaginémonos dueños de nuestra propia casa: con ferrocarriles, tranvías, teléfonos y todo lo demás, argentinos. Supongamos que el precio de nuestras cosechas va íntegro al productor sin quedarse ‒punica fides‒ entre los dedos de los exportadores. Vamos más allá: veamos a nuestras escuelas y nuestras universidades enseñando “en argentino”, diciendo la Verdad sencilla de que todo lo grande que hay en nuestra tierra, desde descubrirla en adelante, lo hizo nuestra raza y nuestro pueblo: que es mentira eso del capital civilizador extranjero, que para nada ‒sino para confundir‒ sirvieron los escribidores genuflexos que odiaban o despreciaban al criollo, y hoy tienen estatua. Y supongamos a La Prensa y La Nación haciendo editoriales azules y blancos, porque serán escritas para defender el interés de todos, y no las conveniencias comerciales de algunas familias. Así, levantada la moral de nuestro pueblo, la vida será otra. Démosle al criollo el amor a la Patria y el orgullo de sentirse argentino, y todo lo demás se andará solo, señores Diputados.
UN REPRESENTANTE DE LA MINORÍA (haciendo la “V”): ¡Nazi! ¡Nazi!
JERÓNIMO (mirándolo displicentemente). Nescio Vos.
EL REPRESENTANTE DE LA MINORÍA (atufado): ¿Diga? ¿Por qué me tutea y me insulta?
JERÓNIMO: “No os conozco”, señor Diputado.
EL PRESIDENTE: Pasaron los 10 minutos. Vamos a cuarto intermedio.
(Continúa la sesión).
[1] Tribuna, 2-II-1946 (firmado con el pseudónimo “Martín Pincén”).
[2] En marzo de 1940 comenzó a publicarse el semanario Argentina Libre, que en 1945 y 1946 tomó el nombre de Antinazi, cuyos colaboradores eran, entre otros, Alberto Gerchunoff, Borges, Emilio Ravignani, José Luis Romero, Samuel Eichelbaum, Gabriela Mistral, Stefan Zweig, Emil Ludwig y Jacques Maritain.
[3] Tienen oídos y no oirán, [tienen] ojos…
[4] El 4 de junio Perón asumió la Presidencia.
[5] Entre el 21 de febrero y el 8 de marzo de 1945, los representantes de todas las naciones americanas excepto la nuestra se reunieron en Ciudad de México para delinear la futura política continental. El 4 de abril el Presidente Farrell aceptó firmar las actas de Chapultepec, para que la Argentina fuera admitida en la Conferencia de San Francisco, donde sería constituida la ONU. Castellani juzgó que con la firma de esas actas nuestra soberanía como nación independiente quedaba empeñada (“Lo que tenía que suceder”, Cristo ¿Vuelve o no Vuelve?, Dictio, Buenos Aires, 1976, p 222).
