La Reconquista[1]
Me explicaré con un ejemplo. Mi diestra enarbola un espejo como el que usan las jóvenes para sus toilettes relámpagos. Lo quiebro en pedazos iguales ¿Qué pasa? Como antes me veía todo en el espejo entero, continúo ahora viéndome en cada pedazo.
Y bien. La Patria es el hecho total. Puede vérsela reflejada, integra, en el espejo también total de su Historia. (Siempre que no se entienda por su historia, la Historia Oficial… de la que Dios nos libre).
O puede vérsela más chica o mejor, más achicada en proporciones, aunque igualmente íntegra en algunos pedazos de su historia, que vendrían a ser como pedazos de su espejo entero. Uno de esos pedazos que la reflejan tal cual es el Inmortal pedazo de Historia Argentina que llamamos “La Reconquista”.
Seis son, en suma, lo solos pedazos del gran espejo en que únicamente puede y debe verse nuestra Patria y verla cada argentino, a saber, por estricto orden cronológico:
1er pedazo: el 12 de octubre. El día de la Hispanidad.
2º pedazo: la Reconquista.
3er pedazo: el 25 de mayo de 1810.
4º pedazo: el 9 de julio de 1816.
5º pedazo: el Gran Capitán Don José de San Martín.
6º pedazo: la defensa victoriosa de nuestra soberanía por Don Juan Manuel de Rosas cuando el bloqueo por ingleses y franceses.
En cada uno de esos seis pedazos está enterita la Patria, porque, en cada uno, está lo único que une las distintas partes de su cuerpo, territorio, economía, etc., a saber: su Espíritu. Quien dice su espíritu expresa su esencia y su aliento: la Fe tradicional; en nuestro caso, la Religión Católica, Apostólica, Romana, a su vez, esencia, también, aliento y último fin del Descubrimiento y de la Conquista española.
La Cruz: ¡he ahí la objetivación del espíritu de nuestra Patria y la bandera de su Unidad! La Cruz, para nosotros, argentinos, no es solo alma sino soporte de la Espada. Se nos aplica la relación de causa a efecto que aplicaba así a España, un día, Vázquez de Mella: al caérsele de las manos la Cruz, se le cayó con ella, la Espada y ahora no le queda sino la vaina…
La Reconquista no fue un hecho de armas, pese al fuego y a la sangre. No fue un combate en el sentido militar. Fue el “Antes morir que apostatar de la Fe”, conscientes de que sobre ese soporte –la Unidad de Fe–, se asienta la Unidad de Patria. O sea: la Soberanía Espiritual, condición “sine qua non” de la Soberanía Política. Se luchó contra la Herejía Protestante y no contra un simple aunque poderoso invasor territorial. Por eso la Reconquista tiene, debe tener para nosotros, argentinos, toda la inmensa virtud de una lección de Fidelidad a la Fe tradicional, al alma misma de la Patria.
El sitio de honor de los Héroes de la Reconquista no es el Santoral Cívico, sino el Santoral Religioso.
La misma Revolución de Mayo y, con ella, la proclamación de la Independencia, la Campaña Libertadora de San Martín y la Defensa de Rosas, recibirán su sentido y su fuerza de eterno mandato de esa sangre de mártires de su Fe y, por eso, de mártires de su Patria.
Cuando la herejía, bajo otra forma, arrollaba a España, extranjerizada y decadente, en las botas de Napoleón; nuestra Independencia tuvo aquí en esta parte de Iberoamérica, el mismo sentido que las luchas un poco apenas anteriores, de la Reconquista, dirigida, no a salvar un depósito de tierra geográfico, sino un depósito de eternidad de espíritu.
Cuando una soberanía, como la nuestra, participa, gracias a la Reconquista, en la hondura de sus raíces y en el vigor de su primer riego, de la firmeza inconmovible de la Cruz y de la Omnipotencia redentora de la sangre del Calvario; esa soberanía tiene su asiento en el cielo y para quebrantarla o aniquilarla habrá, antes que quebrantar y aniquilar a Dios.
Hasta Caseros cuenta la Patria porque cuenta su Espíritu: el de la Conquista; el de la Reconquista; el del 25 de mayo y 9 de julio; el del Ejército de los Andes y el de la Defensa de Rosas.
Desde Caseros hasta el 4 de junio de 1943[2], cuenta sólo el tiempo del almanaque transcurrido como duración dolorosa de la Patria, porque se ha escondido su Espíritu, flor de su Fe tradicional, para destapar sus carnes y mostrarlas y ofrecerlas, con la impudicia de una bataclana, en venta a los amos de la libra esterlina y del dólar.
La Patria se clausura como templo para abrirse exclusivamente como mercado.
Desde entonces las vacas y el trigo ocupan el lugar de la Cruz y llenan las primeras planas de nuestra prensa.
Cuando se enseñe verdadera Historia Argentina, habrá que arriar el pabellón de nuestra soberana grandeza en las almas de nuestros educandos, poniéndole crespón y lágrimas ante los hechos, los hombres y los años que vinieron después de Urquiza, vencedor del “Tirano”.
Desde el 4 de junio de 1943 se ha abierto un paréntesis. Saltando por sobre el período vergonzoso del “perduelio”, se ha jurado sobre la Cruz de la Espada enhebrarnos con el espíritu de los Héroes de la Reconquista; se ha jurado consumar de una vez para siempre nuestra recuperación integral. Se han abierto en solemnes y públicas declaraciones ventanas de luz a la esperanza…
La primera que, en este día, debe sacar la lección práctica de este nuevo glorioso aniversario de la Reconquista, es la Revolución del 4 de junio. Esa lección no puede ser sino esta: tomar de manos de los Héroes de la Reconquista la bandera por ellos inmortalizada con su sangre y actualizarla, proclamándola en los mismos principios y llevándole, en la práctica, hasta las últimas consecuencias.
De lo contrario –entiéndase bien– no hará sino fortalecer la posición falsa y dañina de aquellos a quienes pretendió desplazar.
Hoy como ayer Nuestra Soberanía tiene los mismos enemigos y las mismas amenazas. Hoy como ayer Nuestra Soberanía es, antes que nada, un Credo Religioso y no un credo político. De la Fidelidad a la Fe tradicional depende nuestro triunfo. La sola Espada blandida en alto, sin la Cruz que le sirva de soporte, no pasará de ser una vaina vacía y aun ridícula… Se trata de librar la batalla decisiva de la herejía protestante renacida en sus extremas consecuencias, el materialismo y el laicismo; y no la batalla de la economía y del mercado. No sólo de pan vive el hombre…
Cobran hoy resonancia de verbo evangélico estas ardientes palabras dirigidas a la Juventud Argentina por José Manuel Estrada, el 10 de octubre de 1880:
“Ninguna agrupación humana tendrá individualidad y potencia de propia conservación, sin congregarse bajo un centro universal de fe que sea el credo común que a todos inspira para disipar contradicciones; el fundamento inmoble, jamás alterado por las revoluciones políticas ni por querellas secundarias, y como el alma que les dé su forma. Oposiciones y contrastes de raza, de hábitos, de costumbres, de aptitudes, de pasiones, son entonces pasajeros contratiempos y cualesquiera trastornos reparables, puesto que el orden externo naturalmente cambiante, estriba sobre un orden sobrenatural, inmutable en sí mismo y en la conciencia de las naciones, del cual derivan verdades fundamentales, acatadas sin contradicción, refugio y esperanza de los pueblos en sus días de infortunio. El mal social no es tanto la erupción fortuita de pasiones, sino la falta de ideas dominantes que las serenen, y reparen sus estragos cuando ellas se amortiguan. Los pueblos claman por el reposo tras de sus grandes sacudimientos; pero claman en vano si no tienen en su mente principios unánimes, brotados de la fuente eterna. Eso buscaron griegos y romanos; los indios y los egipcios; y los persas, como los incas y aztecas, organizando la sociedad bajo una religión nacional, levantando en honor de dioses imaginarios, altares de fraternidad patriótica y de expiación social… Los paganos, señores, discurren mejor que los apóstatas”.
Que la Revolución del 4 de junio al concurrir, en sus cabezas dirigentes, hoy, al templo; y al postrarse ante la imagen venerando de Nuestra Señora de la Reconquista, no sólo recorra el camino del recuerdo y de la gratitud a los Héroes de la Unidad de la Patria en la Defensa de la Unidad de la Fe; sino que, por sobre todo, entienda recorrer el sendero seguro de la retractación de los errores pasados afirmando, en el dicho y en el hecho, lo único verdaderamente revolucionario: “Buscad primero el Reino de Dios y su Justicia, y lo demás se os dará por añadidura”.
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[1] Cabildo, 12-VIII-1944. El artículo es firmado por D L (¿Durañona Lautaro?). Sin embargo, el estilo parece el de nuestro autor, quien no solía conservar artículos ajenos.
[2] Ese día fue depuesto el Presidente Castillo y concluyó la “Década Infame”.
