LA VOLUPTAD, EL AMOR Y KLAGUES[1]
(Fragmento de lección)
“Zentrales Leiberlebnis sinnlicher Wollust”
‒La voluptad es el suceso central del Cuerpo‒
(Charakterkunde, C VIII, p 139).
Luis Klagues (Ludwig Klages, n. 1872) es un gran filósofo alemán contemporáneo, como es notorio, quizá el mayor entre los psicólogos, según opina Gustave Thibon. Su obra metafísica está contenida en el libro Der Geist als Widersacher der Seele ‒El Espíritu como Enemigo del Alma‒ (4 tomos, 1929-1932) en que desenvuelve la idea averroísta de una división real y aun de una oposición hostil entre las facultades universales y razonadoras del hombre y sus raíces vitales, instintivas, intuitivas. En este sentido es uno de los creadores del llamado “irracionalismo” contemporáneo.
Su obra psicológica (que no siempre es fácil separar de la metafísica, de que está impregnada) es más importante. Klagues es el creador de la “Caracterología”, rama de la Psicología Individual que considera el yo humano en su comportamiento total y en función de la motivación interna. La Caracterología podemos llamarla una especie de Psicología de la Voluntad[2]. Está contenida principalmente en el libro intitulado Die Grundlagen der Charakterkunde (1910 ‒última edición reformada, 1936) “Las Bases de la Caracterología”; y en los otros que le forman corona, Vom Wesen des Bewusstseins ‒”El Ser de la Conciencia” ‒, Die Psychologischen Errungenschaften Nietzsches ‒”Los Aportes Psicológicos de Nietzsche”‒, “Escritura y Carácter “, “Manual de Grafología”, “Gesticulación y Poder Estructural”, “Goethe, Buzo de Almas”, etc.‒ de los cuales sólo el primero puede leerse en traducción francesa de W. Real (Alean, 1930), y en un resumen inteligente y denso de G. Thibon, Colección “Questions Disputées”: La Science du Caractère selon Klages » (Desclée, 1932). Los demás aguardan traductor todavía. Klagues tiene actualmente 67 años. Tuve ocasión de conocerlo en unas conferencias de la Universidad de Innsbruck. Es un anciano huraño y poco sociable, que vive aislado como su maestro Nietzsche en una cabaña de Friburgo (Suiza). Es de notar que su carrera es Doctor en Química, que ha compuesto un volumen de poemas metafísico-místicos, más oscuros que un demonche, titulado Del Eros Cosmogónico (1921), y que goza de no pocas simpatías entre los dirigentes “paganos” del nacionalsocialismo alemán, a causa quizá de su anticristianismo.
Klagues es averroísta; por tanto, gran aristotélico y gran anticristiano. Su anticristianismo es una sistemación de la rebelión de Nietzsche, empeorada y aumentada, si cabe, puesto que Nietzsche, sospechando vagamente el elemento heroico de la Iglesia Católica, estimó en ella varias cosas y aprobó, por ejemplo, el celibato eclesiástico, que es una institución no muy comprensible a un ateo. (La Gaya Ciencia, CCCLVIII, “La rebelión de los aldeanos en el Reino del Espíritu”. Trad. Luc. de Mantua, pg. 280)[3]. Nietzsche experimentaba tentaciones de vaga simpatía hacia el sacerdote; y así como pontificaba, amaba también representarse en figura de Pontífice:
“Allá hay curas; y aunque sean mis enemigos, pasad oh discípulos delante de ellos con la espada en la vaina…
“También entre ellos hay héroes; muchos de ellos han sufrido demasiado; ‒por eso quieren hacer sufrir a los otros…” (Zarathustra, 1. II, c. 4).
Nietzsche conocía el catolicismo indirecta pero extensamente a través de los grandes moralistas franceses, que tanto admiraba; mientras Klagues parece ignorarlo completamente. Pero no es de sus feroces tiradas anticristianas de que quiero ocuparme ahora, poco dañinas porque ciegas, sino del teorema psicológico en que las apoya, el cual escribí como lema: “La Voluptad es el suceso central del cuerpo”, según el traductor francés, o más exactamente quizá, en el texto, “El deleite sensible es la experiencia capital del cuerpo”. Sobre esta premisa se asienta el “sorites” que sostiene sus feroces diatribas contra el ascetismo cristiano; las cuales están, por lo demás, afeadas de burdos errores de hecho, como la confusión de los Padres de la Iglesia con los Iconoclastas, la confusión de la mística cristiana con el misticismo gnóstico o maniqueo, la afirmación descabellada de que la señal decisiva de santidad para la Iglesia son ¡los estigmas!‒ y en general, el error metodológico fundamental de arrojar en montón en la cuenta de la Iglesia Católica todas las partidas de la historia religiosa de Occidente, herejías incluso, en las cuales partidas parece incapaz de ver sino los fenómenos monstruosos.
El sorites a que me refiero se puede resumir así:
“La voluptad corporal es el suceso capital del cuerpo, así como el júbilo de la plenitud creadora es el suceso capital del Alma”.
“Alma y Cuerpo forman un todo, son los dos polos inseparables de un solo y mismo ser”.
“El que es enemigo de la Voluptad es enemigo del Cuerpo, el que es enemigo del Cuerpo es enemigo del Hombre ‒y también por ende del Alma”.
La Iglesia es ese enemigo. ¿Por qué esos “santos” quieren combatir el Cuerpo y por qué prosiguen, aunque sin la intención clara de ello, lo que es su consecuencia ineludible: el exilio del Alma, la aniquilación de la embriaguez creadora, la parálisis del poder estructurante? ¡Es que sus almas han sido desgarradas por la potencia acósmica del Espíritu (Lógos, Pneûma, Noûs) cuya esencia es la Voluntad, enemiga de la Vida y destructora délla (página 155…)
En esta serie de enunciados, algunos evidentemente verdaderos y otros evidentemente falsos, lo que interesa es, la discusión del enunciado “ambiguo” sobre el que pivota el argumento, o sea, el punto eje que llamaban los antiguos lógicos “término medio”, el cual encierra realmente una verdad psicológica mal calibrada y peor orientada, que sería quizá interesante rescatar…
II
La voluptad (uso este legítimo arcaísmo porque su derivado “voluptuosidad” me resulta inmanejable) ¿es o no es el suceso cumbre de la vida sensitiva, opuesta a la intelectual pero presupuesta por ella, que es lo que Klagues llama aquí “Cuerpo”?
1.‒Veamos el bruto; ¿en qué sentido es la voluptad sexual lo central de su vida? ‒En un sentido lato, y no exclusivo.
- a) No es toda su vida: En el animal salvaje sobre todo, y también en el doméstico, una parte considerable es absorbida por la caza, y otros cuidados de conservación y cría. Recuerden los Libros de la Jungla de Kipling, Los períodos de celo (“el tiempo del lenguaje nuevo”) están limitados y son relativamente pequeños. El período de la infancia y la vejez están exentos.
- b) No es separable de la procreación: el cuidado de la cría y su defensa ocupa en tiempo y en interés vital mayor ámbito que la voluptad, separadamente considerada.
- c) Es separable de la vida: en las abejas y otros insectos gregarios tenemos este fenómeno: las Obreras ignoran la voluptad ‒y son cuerpos vivientes y sensitivos, no malos cuerpos obnormes o deformes; al contrario, la obrera representa en la colmena el tipo del insecto “normal” por decirlo así. Si algo hay obnorme en esa fantástica sociedad entomológica de la colmena, que representa el máximum conocido en el desarrollo del instinto, ella es la Reina y el Zángano; en cuyas vidas tampoco la voluptad jugará sino un papel fugaz, seguido de la muerte para el único macho que la conocerá, en tanto que la Reina Viuda (que en. italiano llaman “la Madre” y se podría llamar todavía más biológicamente “la Matriz”) comienza al instante su interminable labor .de procreación incesante. ¡Notable símbolo! “Todo lo visible no es más que un símbolo”, dice Goethe.
Se podría objetar a esto que las abejas son seres monstruosos o excepcionales, una especie de burla o fábula de la Natura, “aborto de ovas y lamas”, más merecedoras que el mismo caballo de Calderón de los churriguerescos versos:
“¡Hipόgrifo violento
que corriste parejas can el viento!
¿Dónde, rayo sin llama,
pájaro sin matiz, pez sin escama
y bruto sin instinto
natural, al confuso laberinto
de estas horribles peñas
te desbocas, arrastras y despeñas…?”
Pero nos sale al encuentro un máximo psicólogo moderno que es también un gran biólogo, para decirnos que las abejas son al contrario la obra más perfecta de la natura animal, la culminación de la segunda rama biológica que es el instinto, supuesto que Bergson concibe la Vida no ya en forma lineal como Aristóteles, sino tripartita: Automatismo, Instinto, Razón[4].
2.‒En el hombre interviene el pensamiento, que lo complica todo. Para Klagues el pensamiento es parásito de la vida, es una potencia impersonal y acósmica, a modo del “Noûs” panteístico de Averroes[5], que Klagues describe por momentos con los horribles lineamientos de un vampiro. Pero esta descalificación singular de la razón razonante, reacción violenta contra el racionalismo moderno, es una tesis metafísica que nada nos fuerza a aceptar, y mucho menos a presuponer.
El pensamiento (o el “polo intelectual del psiquismo” como diría Klagues) origina en el animal humano esa notable “indeterminación básica del instinto” qué anotó James y de que habla Maritain en su libro Religion et Culture[6]. Los instintos, del hombre nacen “abiertos por arriba” como hilos flotantes, que esperan su anudamiento de una integración posterior, presidida por la inteligencia. Esta curiosa cualidad de la vida instintiva humana es base de la interdependencia de los diversos instintos en el hombre, y hace posible las contaminaciones o infiltraciones mutuas que el psicólogo anota entre los diversos instintos, incluso entre el instinto sexual y el religioso ‒si es lícito hablar de un “instinto religioso”‒ como Von Monakow pretende; y ella llevó a este gran neurólogo (Introduction Biologique a la Psychopathologie et la Neurologie) a suponer un fondo común vital a todos los instintos, llamado la “hormé” (griego, “impulsión”) y a introducir hasta el mundo de lo subconsciente instintivo el influjo intrínseco de los “valores”, por medio del elemento biológico que él bautizó “sinéidesis” (griego, “con-visión”) o función autorreguladora. Ese amplio margen de indeterminación en la vida instintiva del hombre, ‒esa potencialidad radical, ese estado informe y difuso, esa “integración imbrical”[7] (“développement en briques”), ese añude subterráneo progresivo de delicadas funciones parciales para dar las “noohorméteras” (sentimientos superiores)‒ es un principio evidente en el hombre y es una de las claves de la psicología de la afectividad. Al contrario del bruto, donde el instinto nace ya cerrado casi del todo, en el hombre los instintos aparecen en un estado que implica amplia virtualidad, y que reclama un complemento de fijación, conformación y regulación a cargo de las facultades superiores, comprendidas en el nombre de “razón”, primero extrínseca y social (educación), después individual y personal (autodirección). Psíquicamente el hombre es un marsupial, como dijo alguien, un animal que al nacer necesita bolsa (educación) ; nace y permanece largo tiempo inválido e informe, aun en lo que atinge a su vida animal, mucho más en lo referente a la vida racional: un verdadero “ours mal leché”[8]; y esa propiedad a la vez incómoda y regia de su vida instintiva es la que funda el riesgo de todas las aberraciones (perversiones, neurosis, manías) ; pero también le confiere los privilegios soberanos de la libertad, de la inmensa variedad de conductas, de la espiritualización de sus tendencias vitales, de la personalidad, en una palabra.
A la luz de este principio hay que entender la sucinta afirmación de Klagues acerca de la voluptad sexual, eje de la vida del cuerpo. El ser humano puede imponerse la abstinencia de la voluptad, aun absolutamente en algunos casos. Muchos hombres le hacen en su vida una parte reducida. La mayoría de los hombres no hace de ella toda su vida. Los que hacen de ella toda su vida son despreciados y despreciables. Éstos son hechos psicológicos, simétricos a aquellos otros que anotamos acerca del bruto.
Estos hechos nos obligan a traducir la proposición de Klagues a una fórmula mucho más cauta, que podría quizá ponerse así:
El amor-pasión, que comprende en sí la voluptad carnal como elemento integrante al menos focal, constituye un suceso central en la vida psíquica del hombre, y de suyo opera en ella un añudamiento central; de modo que toda organización psicológica normal de la vida humana contiene una referencia intrínseca al Amor, aunque sea negativa, (esfuerzo por rechazarlo) entendiendo por amor la unión del hombre y la mujer. Sin negar por esto que pueda haber otros nudos unificantes más arriba o más abajo en el eje psicológico instintivo-intelectual (vocación artística, científica, política, religiosa) y sin prejuzgar nada comparativamente acerca del valor relativo de esotras unificaciones más particulares, o del todo excepcionales, lo cual es asunto de la Moral y la Teología.
III
(¿Quién me meterá a mí a averiguar estas cosas? Mi oficio).
Hay un gran texto en la Psicología de Herbert Spencer, citado frecuentemente, que expresa lo arriba dicho en un análisis del amor-pasión, técnicamente hermosísimo; porque a este bárbaro darwinista hay que hacerle justicia de que es un razonador maravilloso. Dice en su Principles of Psychology (tom. I, cap. VIII, § 2, 215) que el sentimiento del amor “lejos de ser simple como se cree es el más complejo y por eso el más potente de los sentimientos” ‒y yo diría que eso no impide que sea también el más simple, significando el más “uno”‒; y luego descubre en su análisis finísimo en torno del núcleo del “amor físico”, una serie de “sentimientos parciales” o tendencias instintivas primarias que encuentran en él su foco ‒o mejor dicho, su motor subterráneo‒ como la tendencia a la propiedad, a la admiración, a la curiosidad, a la obediencia, al mando, a la libertad, al anonadamiento o adoración, al endiosamiento o exaltación, a la sociabilidad, a la utilidad, etc. ‒los cuales resume en cinco términos: “apego”, “autoestima”, “amor a la propiedad”, “amor a la libertad” y “simpatía” o “congratulación”. Todos estos afectos (acaba Spencer), excitados cada uno al máximo y repercutiendo su actividad sobre cada otro, forman el estado compósito que llamamos amor. Y como cada uno en sí es muy complejo o reúne gran copia de vivencias, podemos decir que esta pasión funde en su agregado inmenso casi todas las incitaciones elementales de que somos capaces ‒y d´ende resulta su poder irresistible… Así Spencer.
Esta fusión en un haz fortísimo de muchos hilos tendenciales primarios que el amor hace, o debe hacer, podría suministrar, se nos ocurre, una prueba psicológica muy sólida a la contendida tesis contemporánea de que la unión monogámica perpetua (o sea el matrimonio indisoluble tal como nos lo sancionó Vélez Sársfield) es “natural”, es decir, es una de las aspiraciones íntimas de la naturaleza humana; posición de capital importancia para moralistas, educadores, juristas, contradecida hoy por los que contienden (como Ivan Bloch, van Hoennecken, Köhler, Friedrich Krauss, Lubock, F. Müller y tantos otros) que el matrimonio monogámico es una creación artificial de natura meramente sociológica. Marañón mismo pareció un momento dudoso en este caso.
La defensa del matrimonio indisoluble como institución natural-cultural la tientan los etnólogos (Weckermann, Schurtz, Louis Marin[9] constatando en los pueblos primitivos una ley de aproximación indefectible a la monogamia perpetua a medida que aumenta el capital de cultura humana; ‒y señalando como contraprueba en los pueblos semi-civilizados los inconvenientes sociales y antropológicos de la poligamia, aun restringida y reglamentada, como es el caso de las culturas creadas por el mahometismo. Este argumento ha sido explotado en forma popular y jocosa por G. K. Chesterton, principalmente en The Superstition of Divorce y The Everlasting Man.
Los moralistas hacen la misma defensa acudiendo a la teleología del amor, y mostrando que en la especie humana la educación de la prole, el mutuo sostén conyugal y la reducción del inobediente “instinto de apareo” (Mac-Dougall) a un cauce salubre, exigen prácticamente una unión al máximo permanente y firme, como sólo la consigue la monogamia absoluta.
Pero el psicólogo puede construir todavía otra demostración auxiliar sobre el hecho arriba notado de que en el amor-pasión, cuando es maduro (es decir, cuando se produce en el grado de unificación psíquica que lo constituye en su ser completo y no en un fenómeno prematuro o informe) se produce una precipitación y cristalización total de la personalidad, la cual de suyo es definitiva. En términos vulgares se le da al varón y a la mujer de una vez algo en qué emplear (y de sobra) toda su vida; o como decía mi tío el cura, “el amor es una cosa grande y por concluir, que Dios entrega inconclusa a la pareja humana para ver qué son capaces de hacer con ella”. Por eso la Teología Católica llama al Matrimonio “estado”, es decir, una cosa estable, de ámbito cerrado y completo. De donde sigue que todo ensayo trunco antes, y toda ruptura violenta después del Matrimonio, no pueden ser de suyo sino desvíos peligrosos de la ruta a la dicha; la cual no es sino, psicológicamente hablando (si le es lícito a un mortal, aunque sea psicólogo, definir la dicha) “la suprema unificación psíquica en torno al máximo bien humano”.
Esta doctrina no elimina la excelencia del celibato por motivos religiosos, que es un dogma de la teología católica (S. Pablo, ad Corinth. I, cap. VII). El margen de juego libre que deja al psiquismo humano esa “básica indeterminación del instinto”, de que hablé arriba, basta para dejar este problema fuera del ámbito de la demostración apuntada, y salvar la posibilidad de otra unificación psíquica anudada más arriba, hacia el polo intelectual, en la región llamada de los “sentimientos complejos o superiores” (Dumas), unificación basada sobre la absorción predominante en favor del instinto religioso, la cual por ser ardua y delicada de construir no podrá ser sino rara y excepcional; por más que los hechos la establecen posible.
Pero es de advertir que esta unificación más rara del psiquismo (“perfección evangélica”) es de orden teológico y no natural, según la Iglesia Católica; es decir, que no se puede obtener sin la intervención presupuesta de esa entidad revelada que llaman los teólogos “la gracia”; y que, ella no sería ni meritoria ni excelente si no fuera dirigida a los intereses superiores de la “contemplación”, y si no mediaran los supuestos existenciales de “la Caída” y “la Redención”. De tal modo que es doctrina de Santo Tomás de Aquino que la virginidad voluntaria no sería más perfecta que el Matrimonio en el estado hipotético que los teólogos llaman “de natura íntegra” o sea en el supuesto conjetural de que el género humano no hubiera caído de su primitivo estado. “Si Adam non peccassct, virgínitas non esset praeferenda castitate conjugali”.
(Entre paréntesis, no me pidan este texto de Santo Tomás. Yo me he quemado las cejas buscándolo en sus obras. La Tábula Aurea, o sea el índice general de las tesis tomistas hecho por el Maestro Pedro de Bérgamo O. P. trae esa tesis como contenida en los Comentarios a las Sentencias, libro 2°, distinción 20, L. y libro 4°, distinción 49. Pueden leer 100 veces las dos distinciones citadas… no hay ni rastro de ese texto. Quiere decir que existe una gruesa errata en la Tábula Aurea, edición Luis Vives[10]. Pero de todos modos, es cierto que el supuesto de la doctrina donde el Aquinense defiende contra el Niseno y el Damasceno que “aunque Adán no pecara, el género humano se hubiera multiplicado por unión sexual como ahora” junto con su doctrina sobre la “concupiscencia”, el “pecado original” y el “matrimonio”, contienen implícitamente aquella posición curiosísima).
Curiosas discusiones de los antiguos Padres… de más actualidad y utilidad de lo que se cree. Por de pronto, he sido guiado a ellas por un texto del actualísimo Klagues. Como en el tiempo de Averroes, todavía discuten los doctos acerca del matrimonio y la continencia, y recrudecidamente ahora debaten el llamado “problema sexual”: brutta parola, como decía Pío XI. La experiencia y la teología parecen enseñar que ese problema tiene muchas soluciones ficticias y sólo dos soluciones genuinas: una más simple y más ardua, que es la virginidad religiosa ‒conocida en el mundo sólo después del Cristianismo, la cual es inseparable de la fe, y es incomprensible, naturalmente, a ateos como Freud y Klagues; ‒otra, más fácil y más compleja, que es el matrimonio monogámico, indisoluble y fiel, con todas sus cargas, que son inseparables de sus ventajas y son necesarias para la obtención de esa dicha humana, aunque sea imperfecta, que el optimismo sano de Santo Tomás reputaba, contra tantos filósofos sombríos antiguos y modernos, “alcanzable en esta vida”.
En su elegante artículo autobiográfico Por Qué Me Convertí, dice Chesterton que una de las cosas que lo sorprendió en la Iglesia Católica fue ver que los monjes defendían el matrimonio. Un malicioso dirá que a lo mejor eso se debe a que no lo conocen. Pero no. La familia cristiana (que es la que ha formado el Occidente y plasmado en sus crisoles sin necesidad de “eugenesias” la admirable raza blanca) y el celibato religioso, invención del Evangelio que apenas barruntó la filosofía pagana, se implican mutuamente. El Protestantismo ha vivido en el mundo anglosajón tres siglos aprovechando las reservas biológicas y las costumbres morales capitalizadas por la tradición católica del Medio-Evo “suprimiendo las virtudes sobrenaturales en favor de las naturales” (Bougaud) con lo cual consiguió de momento un refuerzo aparente de la moral a costa de la fe (puritanismo) ; pero muchos observadores que lo han visto recientemente de cerca, como Navarro Monzó en su notable libro Los Coloquios de Fu-Lao-Chang, están contestes que la moral puritana, sin el rodrigón de las virtudes heroicas, se está viniendo abajo. La literatura inglesa contemporánea podría ser una prueba de ello[11]. Las grandes masas humanas no llegan a las virtudes medias, a no ser solevadas y fermentadas por el ideal de las metas excelsas, ideal encarnado en un grupo de fanáticos desesperadamente enamorados de lo Imposible; o al menos de lo Invisible.
Pero la castidad cristiana no es desesperada, rígida ni gélida. El acero y el cristal no son puros, son simplemente duros. Lo que es puro, es el panal reventado de ignota dulzura sellado por la cutícula blanquísima de los sutiles opérculos herméticos ‒para volver a las abejas, amadas de San Francisco de Sales. Quiero decir, los ojos del niño, el delicado continente de la doncella, la serena austeridad del cruzado en armas, el amor quijotesco del caballero andante, eso es puro propiamente. La hurañez de Alcestes o la austeridad do Tartufo no son castidad ni pureza sino frigidez, misantropía o misoginia. Pero la continencia recelosa del monje está enderezada a la contemplación. Shakespeare mismo, con sor quien fue, no lo supo cuando al querer hacer en Measure for Measure el retrato de una santa monja hizo el retrato de una estantigua.
Un día el poeta Jerónimo Esteban Malánik me dijo una frase notable. Me mostró una nubecilla arrebolada en el Poniente, desde la azotea de una casa de Villa Devoto, y me dijo; “¿Qué sucedería si un hombre percibiese tanta alegría de ver solamente una nubecita como aquella, o una flor o un niño, como de poseer un yate, un harén y un puesto en el Directorio de la CADE?” ‒“Ése sería un monstruo ‒contesté yo sin vacilar‒ pero ¿quién duda que sería el hombre más dichoso del Universo, si un hombre tal fuese posible?” Yo soy ese hombre ‒me dijo el poeta Malánik.
Pero la sonrisa ambigua con que subrayó su dicho, me daba a entender entretanto que no era verdad literal lo que decía, sino que quería hacerme entender parabólicamente la doctrina mística de la contemplación, tal como Aristóteles la soñó y Tomás de Aquino la tuvo.
* * *
[1] Conversación y Crítica Filosófica, Espasa-Calpe Argentina, Buenos Aires, 1941, pp 211-225. Un “linotipista letrado” cambió en el título “voluptad” por “voluntad”, errata corregida por Castellani en el ejemplar que tenemos.
[2] Aunque no en el sentido que da Klagues a la palabra “voluntad”, por la cual entiende la volición consciente, “habituada”, mecanizada, no creadora ‒a la cual aborrece implacablemente, “et pour cause”. Digamos que es una Psicología de la Personalidad. (L. C.)
[3] La edición impresa dice: Gay Saber, Aforismo 11. La corrección es de Castellani.
[4] Aristóteles advirtió la ordenación jerárquica de las cosas del mundo (la llamada “escalera de Aristóteles”), semejante a la serie de los números o de las figuras geométricas, en las cuales lo superior contiene a lo inferior (el 3 contiene al 2, el cuadrado al triángulo). Así el alma racional es capaz de realizar operaciones vegetativas y sensitivas. Bergson rechazó esta visión lineal y sostuvo que los reinos de la vida son tres orientaciones diversas surgidas con el avance del impulso vital o espontaneidad creadora de formas. (Sobre Bergson, cfr. Domingueras Prédicas – II, Homilía del Domingo XVII después de Pentecostés, Jauja, Mendoza, 1998, pp 273-275 y nota 3).
[5] Filósofo musulmán (1126-1198), enseñó la existencia de un único intelecto para todos los hombres (monopsiquismo).
[6] Sobre los instintos cfr. Psicología Humana, Cap IX, Jauja, Mendoza, 1997 (Segunda edición).
[7] Integración en una función superior por grados o “piezas” (cfr. Psicología Humana, pp 239-240).
[8] Persona grosera.
[9] Curso inédito de etnología, profesado en el Institut Anthropologique (Sorbona, París) 1932-1933-1934. (L. C.)
[10] En la página 222 Castellani escribió en nota marginal: “Está en [Suma Teológica] Suplemento, Q XCVI, art. 5, ad 3m”.
[11] Cfr. “La Desesperación Pagana”, Las Ideas de Mi Tío el Cura, Excalibur, Buenos Aires, 1984, pp 17-24.
